Marta Querol, escritora

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Mi madre

Publicado por Marta Querol en Reflexiones · 5/5/2013 23:02:10
Tags: MadresElena_Lamarc

Mi madre no fue como las demás. No, no fue como la mayoría de las españolas de su época. Supongo que para cada uno su madre es única, pero además la mía rompió el molde. Hoy ha sido el día de la madre, y la he tenido muy presente; mentira, todos los días la tengo, tal vez porque su estela, su influjo, su poder, todavía me toca desde el más allá. O porque la oquedad que me dejó su ausencia no es rellenable por nada ni nadie. Es única, como ella.

Por ella comencé a escribir. Para digerir la angustia inabarcable que su desaparición me provocó. Era una mujer excesiva, como la definió Reme, una de sus empleadas, para lo bueno y para lo malo, pero sobre todo para lo bueno. Y su ausencia también lo es. Creo que nadie de los que se cruzó en su camino la ha olvidado, ya sea por su intensidad vital, por su rotundidad, o porque como dije al principio, fue única.

Mi madre no disfrutaba en la cocina, aunque era una gran cocinera. No le gustaba la plancha, ni sacar brillo a los metales, aunque no soportaba una arruga ni una mancha negruzca en ellos. Tampoco se le caían los anillos por hincarse de rodillas y sacar brillo al suelo si era necesario, pero no era lo suyo. Era una mujer con alma de hombre. Le gustaban los negocios, la política, fumar, el whisky, viajar y eso sí, ser madre. Ese era su papel fundamental en la vida, aquel alrededor del que giraba el trabajo, la casa, las emociones, su propia vida sentimental; pero tan aplastado quedaba por el resto que a veces costaba llegar a verlo.

Mi madre montó su empresa con dieciocho años valiéndose de trucos para saltarse las leyes que se lo impedían y en contra de la voluntad paterna. Sacó adelante a su familia, a la heredada y a la adquirida, caídas ambas en desgracia, y comenzó a exportar cuando aquí apenas se conocía la palabra. Mandaba, organizaba, dirigía, creaba… Y en todo ello era excesiva. No lo digo yo, lo dicen los que la conocieron.

Para colmo era guapa hasta el extremo, como una actriz de cine, y eso en este país es pecado mortal, te miran mal; solo se acepta si eres tonta de remate o tienes muy mala suerte, y aunque mi madre suerte no tuvo ninguna, lo disimuló demasiado bien. Muchas fueron las facturas que la vida le pasó, demasiadas a pesar de su fortaleza. Porque era una roca con corazón de helado de vainilla, y muchos no consiguieron arrancar más que un par de piedras de esa coraza sin llegar a ver lo que encerraba.

Ella me inspiró «El final del ave Fénix» y el personaje de Elena Lamarc, del que he conservado muchos rasgos aunque para escribir una novela hay que inventar mucho, cambiar, potenciar, exagerar. Incluso algunas situaciones vividas por ella las utilicé en la trama, tal vez algunas de las que suenen más increíbles, como las vividas en Arabia Saudí o en Beirut. No, las madres de mis amigas no viajaban solas a Oriente Medio ni les estallaban guerras en Beirut en los años 70. Pero para ella la vida era una lucha constante, aquí o en la China, y recorrió el mundo para mantener a su familia, que fundamentalmente era yo y algún adyacente.

Ella me enseñó que el trabajo dignifica, que no podemos ser parásitos en este mundo, que hay que ayudar al prójimo y a ser posible que no se entere nadie, que esas cosas no son para lucirlas sino para degustarlas. Me enseñó a conseguir las cosas por mi propio esfuerzo, a ser coherente, tener principios y no comulgar con ruedas de molino aunque fuera lo más cómodo. A meterme en líos por mis amigos, a ir de frente y dar la cara, y aunque siempre me reprendía por no callarme, sé que en el fondo le enorgullecía mi vocación de abogado de causas perdidas. Me enseñó muchas cosas, lo que no quiere decir que las aprendiera todas, pero al menos espero que muchas de ellas sí.

No era perfecta. Fue dura e intransigente como la vida lo había sido con ella, como lo era consigo misma, pero al menos aprendí que ese camino no lleva a ninguna parte, algo que ella no llegó a entender, y que se logra más con miel que con hiel.

De ella aprendí que hay que defender lo que uno cree justo, y que ante lo deshonesto no valen siglas ni colores. Eso me lo enseñó con su ejemplo, porque tras muchos palos en la vida me insistía en que no me metiera en líos y callara como tantos hacen, que me iría mucho mejor. Pero siempre pudo más el ejemplo que la palabra dicha con poca convicción. Me enseñó a no depender de nadie, y me mostró una capacidad de sacrificio ante la enfermedad y la muerte que, no sé si lo habré aprendido, pero espero que cuando me llegue la hora tenga la misma entereza y valor que ella tuvo. Ni un minuto de autocompasión, cabeza lúcida, y su única preocupación no dejarme en herencia más problema que el duelo.

No, mi madre no fue como las demás, y cada día lloro su ausencia.

Con permiso, mamá va por ti: Gabinete Caligari


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