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Estos días medio país (o más) ha estado pendiente de la boda de una ilustre octogenaria con su "joven" prometido, hasta el punto de que ni los continuos tweets y retweets de Pedro J. con su último libro o la nueva trama de corrupción política con Blanco de por medio, han conseguido arrebatarle al sonado enlace ese extraño honor que supone ser Trend Topic (TT). Para los ajenos al mundo-
Imagino que algo así ha pasado con la Duquesa, que a los que la vemos desde fuera, aunque ni nos va ni nos viene, nos ha sorprendido que se case, no tanto por la diferencia de edad, que también, como por el estado en que, a través de la televisión, se le percibe: fisonomía cuando menos curiosa, dificultades para moverse y aún más para expresarse y un temperamento caprichoso, aunque pueda tener un bagaje cultural envidiable. Desde fuera la vemos como veía yo a la mujer barbuda, como alguien excéntrico y un tanto penoso, mientras ella probablemente esté también como aquella mujer del tren, tranquila, feliz de ser como es y ajena a las reacciones que ha provocado y que van de la risa a la pena. Porque aunque muchos han expresado su admiración por la valentía de la señora, los chistes y mofas no han dejado de acompañar a los "admirados" comentarios. El gracejo popular se ha lucido.
He tenido la sensación de que a muchos les ha consolado de sus miserias saber que a ellos, aún en su desgracia, les queda dignidad y no se han convertido en el esperpento nacional aunque malvivan y no sean Grandes de España.
Pero, a pesar de todo esto, qué quieren que les diga, si me pongo en la piel de la interesada ―para mí algo difícil por mi exagerado sentido del ridículo― ella es feliz, debe pensar que le quedan dos telediarios, se ha unido al hombre que quiere y que la hará feliz (esperemos) hasta el fin de sus días y a ella nada de lo que piense nadie le importa un tanto así. A saber lo que haremos cada uno a sus años, si llegamos. Tal vez se le podría haber pedido algo de discreción, que cuando uno es Grande de España puede ponerse el mundo por montera hasta cierto límite, pero entonces ya no sería Cayetana de Alba.