Un fin de semana

Dicen que no hay quinto malo. Cuando miro hacia atrás, me cuesta creer que haya llegado hasta aquí. Cuatro novelas publicadas no es poco, y estar trabajando en la quinta es algo que, hace un par de años, pensé que no llegaría a ver.

Ha sido un fin de semana muy provechoso. Cerca de seis mil palabras y, lo que es más importante, uno de los nudos que dificultaba el avance de la novela se ha deshecho y el salto ha sido abismal. Se ha cerrado la primera parte de la novela ―a priori, la más larga y compleja, o en eso confío― y he comenzado la segunda. No sé cuánto me queda, pero si consiguiera escribir en casa como aquí, sería muy rápido. No es solo el lugar, es la compañía.

El trabajo del escritor dicen que es solitario y en general lo es. Muchas veces te sientes mal. Al menos yo. Estás encerrado en tu mundo, dándole a la tecla, más horas de las que tiene el día.

Le robas tiempo al ocio, a la familia ―que no ve esto como un trabajo o algo importante, sino como una manía sin importancia ni valor alguno―, y a los amigos o compañeros de camino. También al sueño.  Porque cuando consigues avanzar y ves fluir las palabras a través de tus dedos quieres que no acabe el momento, como el jugador que está en racha y no sabe cuándo parar.  Son tantas las obligaciones, esas que nos dan de comer y no me permiten avanzar como me gustaría, que, cuando llega un fin de semana como este, sin otro objetivo que escribir, soy feliz.

No es fácil irte de fin de semana con amigos y escribir, porque parece que los ninguneas. Salvo si quien te acompaña también es escritor. En este caso,  escritora. Poder comentar las dudas en voz alta, compartir párrafos, consultar esa palabra que no termina de salir, mantenerse en silencio viendo crecer tu historia sin que tu compañera de viaje ―Marina Lomar―, necesite que le den conversación porque ella está exactamente igual que tú, no tiene precio. Porque aunque otros tengan toda la generosidad y paciencia del mundo y no interfieran, quien escribe es difícil que se abstraiga de que están ahí y no les estás haciendo caso.

La nueva novela, la sin nombre como la llamo, va por 86 000 palabras. Me decía un amigo escritor, Antonio Tocornal, que eso ya es una señora novela de unas 300 páginas. Yo quería haber escrito algo que no superara las 80 000 pero la propia estructura de la novela lo hace difícil. He vuelto a complicarme la vida, parece mi especialidad. En este caso con una historia que no es lineal, que comparte cuatro puntos de vista distintos, narrada en tiempos distintos y en ciudades y entornos que no me son conocidos. Ah, y con frases en al menos tres idiomas además del castellano. No sé cómo ni cuándo la acabaré, pero estoy contenta con el camino recorrido y sé que este fin de semana he saltado una barrera importante ―tal vez gracias a Marina, que tanto sabe―, y espero que el punto final no se demore.

Los protagonistas son tres: Constanza, una mujer de su casa que ya dejó atrás los cuarenta  y que colgó el bonito diploma de licenciada en derecho tras casarse, como tantas otras mujeres del siglo pasado. Ernesto, su marido, un hombre que vive en su mundo, abogado con pretensiones de gran empresario. Y Henry, un director de cine inglés, afincado en San Sebastián y muy querido en esa tierra, que además es un gran aficionado a la cocina. Igual que Cita. Pensé en poner unas fotos de actores que me recuerdan a la idea que tengo del físico de cada uno, pero prefiero no hacerlo y que cada lector les ponga cara.

No lo he dicho, pero la novela de Marina tiene muy, muy buena pinta, pero esa es otra historia de la que igual hablo otro día.

A quienes han leído Breverías. Relatos para lectores impacientes, estos personajes les sonarán porque esta novela está inspirada en el relato Despedida.

Espero que la próxima salida de la nueva edición de El infiltrado con la editorial Sarganta, en la que tengo puestas muchas esperanzas a pesar de que la pandemia no ayuda a acercar el libro a los lectores, no me distraiga demasiado tiempo y pueda acabarla pronto, porque un nuevo proyecto ya bulle en mi cabeza, pero seguro que alguna otra escapadas como la de este fin de semana ayudará a que sí sea. Me he sentido muy afortunada.

Para terminar, os anticipo la portada de la nueva edición, en la que hemos querido mantener la estética de la anterior para evitar confusiones. ¡Espero que os guste!

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