Balance de un año horribilis

Qué año…  Diferente,  extraño, duro, cruel incluso. Siempre he hecho balance, pero esta vez me cuesta.  Para mí comenzó con muchos problemas que venían del anterior. El resumen que escribí sobre el 2019 se llamaba Menudo 2019 y terminaba pidiendo humildemente que no fuera peor que el anterior. Poco podía imaginar lo que traería el que empezaba.

Lo empecé ilusionada, había firmado un contrato para relanzar la saga de los Lamarc, en bolsillo, algo difícil ―casi milagroso― dado el tiempo que llevan en el mercado y el número de ediciones que se han hecho de algunas de ellas. La nueva novela, tras muchas interrupciones,  avanzaba con buenas sensaciones. Me convencí  de que la acabaría para verano una vez superados accidentes y lesiones. Mi pie había mejorado algo, aunque seguía dando guerra  ―me temo que habrá que volver a pasar por quirófano―. Y El infiltrado estaba pendiente de fallo en algún concurso. Proyectos y esperanzas., lo normal al arrancar la última hoja del calendario.

Entre las clases, escribir, la familia, mover mi obra y la rutina diaria, enero pasó en volandas.  En febrero, el virus comenzó a asomar las orejas. Un lobo que los expertos nos vendieron como cordero. Recuerdo, a primeros de marzo, cómo me cambió la percepción de lo que estaba pasando gracias al comentario de un amigo de Facebook, Carlos Pérez Ferrer, que vive en China y trabaja en la zona de Asia más afectada por el virus. Sus recomendaciones nos empujaron a encargar mascarillas y ser escrupulosos con los contactos físicos cuando aquí todavía nos decían que ponerse mascarilla era contraproducente y que habría un par de casos como mucho. A mí no me toca opinar sobre cómo se ha llevado esta gestión, aunque no he podido evitar analizar muchas de las cosas que se han hecho con los ojos de la consultora de calidad que fui y con los métodos de análisis de riesgos y prevención de problemas que usaba  entonces, y he pasado momentos de auténtica indignación.

En marzo comencé a vislumbrar problemas en los proyectos. No sabía nada de la editorial y se suponía que en junio salían las dos primeras novelas. Ni propuesta de portada, ni envío de galeradas, ni contestar a los correos… No intuía entonces que el mundo se iba a parar en los días siguientes.

Y se paró. No me había dado tiempo ni a escribir algún artículo para Zenda. De hecho ha sido un año muy poco productivo en ese sentido.  Me ha faltado motivación. Por una parte, porque el confinamiento me produjo una especie de bloqueo mental, y por otra porque me siento bastante sola allí, como si lanzara los artículos al vacío y los oyera rebotar contra el fondo, aunque alguno de ellos haya dado bastante que hablar.

Con el encierro en marcha, pensé: este es el momento de terminar la novela. Ja.

No había forma. Con tanto tiempo parada por problemas de salud, la había releído más de cuatro veces para poder seguir escribiendo después de cada parón y eso, a la mitad del proceso de escritura, no es bueno. Hace que todo parezca rutinario, ya sabido, poco original, aunque las primeras veces que la releí me pareciera estupenda. Pronto desistí. El entorno era demasiado extraño, confinados, como si la Tierra hubiera dejado de girar, Mi mente no reaccionaba, necesitaba moverme, hacer actividades que me mantuvieran distraída y amortiguaran la sensación de estar sumergida en una distopía.

En abril, por fin, conseguí desahogarme y plasmar cómo estaba viviendo la situación en un artículo, Mi Matrix particular. Creo que me ayudó mucho la iniciativa que comencé en marzo y cogió fuerza en abril, el reto #aplausoenletras que muchos de vosotros seguisteis y apoyasteis. También lo conté en un artículo. Fue muy bonito verlo crecer, tener contacto directo con los sanitarios, que ellos mismos compartieran la iniciativa con sus compañeros.  Me sentí útil, por fin podía hacer algo más que aplaudir. Fue mi motivación y mi actividad diaria. Así llegué a mayo.

Cuando la vida pareció volver a la normalidad ―la famosa «nueva normalidad»―, concluí mi reto. 295 libros habían volado a todas las provincias de España, salvo tres ―siento que no llegara a Ceuta, Melilla y Cádiz―, y unos 50 fueron a parar a un comercio del barrio dónde se vivieron escenas muy deprimentes  durante el confinamiento y aguantaron con una estoicidad y profesionalidad impagables.

Misión cumplida. Retomé alguna rutina, volví a revisar las listas de ventas, a intentar promocionar los libros publicados y ya empezaba a tener la certeza de que la edición de bolsillo que había firmado el año anterior no vería la luz. El silencio era muy elocuente.

Fue entonces cuando encontré un comentario negativo en Amazon que me dio pie a un artículo bastante curioso, el de los Lectores «destroyer». Retomé así la actividad en Zenda y en la escritura en general.  Lo que daría por saber quién se esconde tras ese sobrenombre.

En junio conseguí retomar la novela. Meses antes  le había mandado a mi agencia lo que llevaba escrito y le había gustado mucho, pero con tantos parones en la escritura había mucho que corregir. Es una novela muy complicada de escribir ―no sé por qué me meto siempre en estos berenjenales y no hago algo sencillito, lineal―, y cuando llevaba unas cincuenta páginas me pidió un cambio que ha afectado mucho a la cronología y ahora cuesta que todo cuadre.

Junio fue un mes, también, de intentar averiguar qué pasaba con el contrato y de asumir que El infiltrado iba a ser difícil de publicar por los cauces ortodoxos. Empecé a barruntar la posibilidad de publicarla yo.

Me pasé julio y agosto ordenando a la antigua, con fichitas, las escenas y las situaciones de la novela. No había scrivener que sirviera para organizar el lío que llevaba en la cabeza ―guiño, guiño a Cabaliere, que yo también tengo mi vena poética, a ver si me dan un premio―. Una de las veces que asomé la cabeza por encima de las fichas, vi que había un concurso en marcha en Amazon y pensé ¿y si publico El infiltrado dentro del concurso, con seudónimo, a ver si así se lee sin prejuicios? En julio la maqueté en papel y digital ―de algo me han servido todas mis peripecias con editoriales― y a principios de agosto la subí. Se recibió muy bien, pero se leyó poco. Lo del seudónimo era un problema para la promoción y en el concurso había más de dos mil novelas. Dicen que las ventas y opiniones no influyen, pero yo no lo tengo tan claro.

En septiembre hubo un último estertor del contrato firmado, una propuesta de publicar las novelas de una forma que me pareció inaceptable. Fue el principio del fin. Me desmoralizó bastante porque me había hecho ilusiones, pero para no hacer las cosas bien, mejor no hacerlas. Además, el regreso a la rutina después de las vacaciones me trajo de vuelta muchos problemas aparcados. Además, anímicamente no estaba bien por cuestiones personales y volvía a ser difícil avanzar en la novela. Qué difícil puede ser a veces concentrarte en una historia, y más en una como la que estoy escribiendo, cuando las circunstancias no acompañan.

En noviembre, la muerte anunciada se materializó:  firmamos la rescisión del contrato de publicación de la saga en bolsillo ―si algún editor se anima, que sepa que todavía tienen mucho futuro y que, aunque yo no sea ni político ni famosa, y tenga pinta de chica formal, soy apañadica escribiendo― y acabó todo. Por casualidades de la vida, se me propuso hacer una exposición sobre mis libros a los alumnos de una escuela de español en Suiza ―¿veis como les queda mucho camino por recorrer?―. Algunos habían leído mis libros tras un viaje a Valencia y les habían gustado mucho. Otros se animaron ya en Suiza, los habían incluido en la biblioteca, y la directora del centro ―muchas gracias por el apoyo, María Dolores―, me propuso el encuentro virtual. Preparé una presentación que fuera amena y les hiciera entender un poco mejor el contenido de la obra y por esa herramienta que se ha convertido en parte de nuestras vidas ―el  Zoom, FaceTime o cualquier otro―, hice la exposición y mantuvimos una charla muy animada. Imagino que es lo que ha hecho que mis novelas se muevan en Amazon.de, donde esta semana la última de la saga estaba en el puesto 27 de libros en español. Me ha hecho mucha ilusión y me hace creer que las vicisitudes de Elena Lamarc son una historia universal.

Un año de idas y vueltas, de hacer y deshacer, de romper sin romper, de seguir sin seguir, tenía que tener un colofón en sintonía, y ese ha sido la firma del contrato de El infiltrado. La Puerta del Cielo con la Editorial Sargantana. Todavía no sé cuándo saldrá, pero si todo va bien no tardará mucho. Los que han comprado la edición de la novela que se ha estado vendiendo desde agosto, que sepan que son propietarios de un ejemplar de edición limitada, ya que desde la firma con Sargantana no se ha editado ninguno más, salvo alguna venta esporádica en Amazon, edición que también desaparecerá pronto. Confío en que los lectores que aún no la han leído tengan la mente abierta para esta historia. Quiero quitarme esta sensación de que si en vez de ser yo quien escribe mis historias fuera otra persona, se leerían con ojos más receptivos.

Este ha sido el balance literario del año. El otro, el personal, algo triste y complicado, me lo guardo para mí.

Para 2021 no me atrevo a pedir nada, que ha empezado flamenco con el día 1 de enero haciendo turismo por Urgencias y varios problemas en el horizonte que vienen de atrás. Pero confío en, al menos, terminar mi novela sin título.

Feliz 2021 a todos y cuidaos mucho, que esto no ha terminado.

2 Comentarios
  • Remedios gomez
    Escrito a las 10:33h, 03 enero Responder

    Buenos días,yo me lo compré en la librería de la calle Salamanca y me lo leí en un plus plas me gustó ,así que no dejes de hacerlo me gusta seguirte y me trae recuerdos de cuando te conocí en la vida real sigue así eres luchadora y lo llevas en la sangre ,un abrazo

    • Marta Querol
      Escrito a las 21:17h, 03 enero Responder

      Muchas gracias, me alegro mucho de que te gustara. Un abrazo y feliz año.

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