Puesta de largo

Llevo unos días de alegría y reflexión. Esta semana he celebrado la tercera presentación de mi última novela, «El infiltrado». Sé que estamos en pandemia y nada es comparable a la actividad cultural anterior a este tiempo extraño, pero aun así hay muchas reflexiones que me vienen a la mente.

Mi público ha cambiado mucho en estos trece años que llevo publicando. En mi primera presentación se reunieron 350 personas. Recuerdo al hermano de Carlos Alsina, Alfonso creo que se llamaba, flipando y diciendo que no había visto algo así ni en presentaciones de Arturo Pérez Reverte. Menos mal que no soy impresionable y tengo los pies en la tierra desde muy joven. Sabía que aquello no era por mi maestría literaria. Era curiosidad por la fallera mayor de Valencia que había quedado entre los diez finalistas del Premio Planeta, y también la de muchos de los que entonces eran amigos y les había sorprendido saber que tenían a una escritora en la pandilla. Firmé 269 libros aquella noche de estreno y comenzó un camino que no imaginaba lo complicado que iba a ser.

Después de esta presentación llegaron otras, también a reventar de público en relación con la capacidad del local. La edición de Aladena, la de Ediciones B…

Salió mi segunda novela, «Las guerras de Elena», y fue una de las experiencias más emocionantes que he vivido en este camino literario. Los que me acompañaron el día de su presentación en el Ateneo Mercantil de Valencia saben a qué me refiero. La presentación era en el Salón Sorolla, pero fue tal la avalancha de gente que era imposible seguir adelante según lo previsto. Cuando me dijeron que o suspendíamos o nos trasladábamos al salón de actos, me dio la risa floja. Nada, no había problema por cambiar de espacio: nos «mudaríamos» al salón de actos para garantizar la seguridad del acto dado el exceso de aforo. Fue un espectáculo, los asistentes ayudaron a bajar las cajas de libros, los carteles, el material de los que iban a actuar, en una romería interminable por las escaleras de mármol del Ateneo.

Por aquel entonces mi vida estaba dando un cambio importante aunque los efectos todavía no se apreciaban en mi entorno.

Fue en mi siguiente novela, «Yo, que tanto te quiero», cuando pude apreciar esos cambios. Se publicó cuando los problemas familiares estaban en su peor momento. Para entonces, la curiosidad por mi faceta literaria había caído después de varios años sin ninguna noticia interesante equiparable a quedar entre los finalistas del Planeta, y además muchos de aquellos amigos que me acompañaron las veces anteriores me dieron la espalda por motivos ajenos a mí. Comentarios, insidias, personas receptivas ellas… Recuerdo cómo me quedé cuándo mandé la invitación por wasap a un grupo donde no se paraba un minuto de comentar las alegrías de todos los que lo formaban y se hizo un silencio ominoso, duro, incomprensible la invitación, durante día y medio. Como si el Enola Gay acabara de soltar su carga. Supe que nadie vendría, y salvo dos amigos, así fue.

Tal vez esa fue la primera presentación real, la primera en la que quienes acudieron se interesaban de verdad por mi obra, por lo que escribo, más allá de otras circunstancias. Eran menos, pero más auténticos. Y me hizo reafirmarme en mi percepción sobre la realidad que me rodeaba. No hubo globo que pinchar, mis pies nunca levantaron el vuelo, solo me llevé una decepción grande en lo personal porque en lo literario lo tenía claro. La presentación también fue un éxito, aunque nada comparable a las anteriores, y sobre todo muy sentida por tantas dificultades como esta novela tuvo que superar.

Con este bagaje y una pandemia mediante, el resultado de las presentaciones de «El infiltrado» era un misterio. Un melón pendiente de ser abierto. La primera se convocó en el museo L’Iber, la que consideraba mi casa por muchas razones: allí hice el curso de narrativa de Antonio Penadés; allí conocí a mucha gente que acabó siendo amiga, al menos durante mucho tiempo; allí había presentado con notable afluencia de público mis anteriores novelas, a pesar de no ser la primera presentación. Con los que se habían caído por el camino ya no contaba, no volví a enviarles invitación; mejor me ahorraba y les ahorraba el incómodo silencio posterior a la misma. Fue una buena presentación,  aunque no vino ninguno de los habituales, un fenómeno que se repite en los últimos años. Aun así, el patio se llenó de amigos, con Marina Lomar que me presentó de forma magistral y erudita iría al fin del mundo y el espacio es maravilloso, ideal en estos tiempos difíciles por su amplitud y por ser al aire libre. Nos juntamos muchos amigos, los buenos, los de verdad, y la familia.

La siguiente, en la librería Berlín, con Vicente Marco, maestro y amigo, para hablar de la novela. Se cubrió el aforo y esta vez con un público más heterogéneo, variopinto y desconocido, el camino hacia el que debo mirar. La tertulia final fue muy interesante. Se habló de la muerte, del más allá, del erotismo, del libre albedrío y tantos otros temas que están presentes en esta novela singular y que habían llamado la atención de lectores con los que nunca había hablado.

Tras estas dos presentaciones, buenas aunque muy alejadas de las experiencias que he contado, cuando me propusieron hacer una tercera, dudé. En las anteriores ya había agotado a casi todos mis contactos. Pero José Luis de Bibliocafé es otro «must» en mi carrera literaria y acepté. Algo haríamos. Y lo cierto es que fue una sorpresa de público y ambiente. Me presentó Raúl Borrás, autor serio de novela histórica con un sentido del humor único y que los lectores podrán comprobar y compartir cuando publique la que ahora tiene entre manos.

Pude hacer llegar mi novela a gente que no me había leído antes y a lectores de siempre a los que no puedo agradecer bastante que me acompañen en este camino complicado.

En este tiempo desde que salió la novela he participado en firmas y clubs de lectura, y al final, no sé si ha sido por la conjunción de todo esto o por el boca oreja que la ha acompañado desde que salió en formato «clandestino» ―con seudónimo―, la novela ha llegado a su segunda edición. Con esta sorpresa amanecí el día después. A pesar de los muchos ejemplares que llevo vendidos de las novelas anteriores, como lo he hecho en distintas editoriales nunca me dio para acuñar que era una nueva edición, y en las ediciones de Amazon no le veía sentido poner nueva edición siendo como es impresión bajo demanda. Así que esta novela es la primera mía que aparece con el marchamo de 2ª edición en la portada. Para todo hay una primera vez y espero que no sea la última. Me siento agradecida a todos los que lo habéis hecho posible.

Pronto iré a Castellón a firmar ―el 18 de junio en FNAC― y estoy pendiente de que se confirme horario en Alicante. Además de varios club de lectura que han surgido, como el de El corte Inglés, el del Colegio Helios y algún otro. Ojalá pronto lleguemos a la 3ª edición.

Por último, algunos me han dicho por privado que se han quedado con ganas de venir a las presentaciones anteriores. A pesar del machaque, unos no se han enterado y a otros les ha coincidido con otras cosas. Me dicen que se apuntan a la siguiente. No sé cuántos están en esta situación y yo no tengo problema en organizar otra más, pero para ello necesitaría saber cuántos están interesados en venir. Si es tu caso, puedes apuntarte aquí o enviarme un mensaje por cualquiera de mis redes sociales. Si llegamos a quince o veinte puede hacerse.

2 Comentarios
  • GÉRARD RAMIERI Y MARIA DOLORES
    Escrito a las 11:05h, 15 mayo Responder

    Yo espérons la proxima obra maestra

    • Marta Querol
      Escrito a las 21:36h, 15 mayo Responder

      Muchas gracias, Gerard. Me alegró mucho que estuvieras en la presentación. Un abrazo.

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