Padres

Otro San José, otro «día de». No soy muy fan de las fechas conmemorativas, pero si cualquier día hay motivo para recordarlo, en este en particular es inevitable no tener la figura del padre muy presente, sobre todo cuando ya no puedes darle la mano, abrazarlo, llamarle por teléfono para contarle tu última preocupación o reírte al compás de su última ocurrencia.

Del mío aprendí mucho. Era un hombre bueno, divertido, campechano, se hacía querer por todo el mundo; catorce años después sigo encontrándome con amigos suyos que se emocionan al recordarlo. Y yo me emociono al sentir ese afecto que no decae con la ausencia ni con el tiempo. También era un hombre tímido, introvertido, difícil de conocer aunque su risa franca y carisma le hacían parecer lo contrario. No le
gustaba hablar de sus problemas, y si alguna vez lo hacía se los tomaba a broma por más serios y duros que fueran. Era prudente y discreto, huía del cotilleo, nunca le oí hablar mal de nadie y no juzgaba. Tal vez porque era consciente de sus propios errores. Me enseñó el valor de callar, de esperar.

También me enseñó a tener siempre los pies en el suelo, a mirar el mundo desde abajo. Recuerdo su advertencia tras ser elegida Fallera Mayor de Valencia: «como se te suba, de un sopapo te bajo». Lo decía en sentido figurado porque nunca me puso la mano encima, era un hombre pacífico y contenido. Puede que demasiado contenido.

Tuvo una infancia difícil, quedó huérfano a edad muy temprana y empezó a trabajar en cuánto pudo. Tal vez por eso siempre fue tan apañado. Fue un hombre atípico para su generación, cocinaba cuando no estaba de moda, montó su empresa sentado a una máquina de coser y los biberones no tenían secretos para él.

Teníamos una conexión especial. Con solo mirarle a los ojos de un azul grisáceo, a veces triste, a veces profundo, podía percibir lo que sentía. Y con un apretón sobre su mano él sabía que no tenía que decirme más. Muchas fueron las cosas que quiso decirme y solo sus ojos me las contaron.

Hombre trabajador, nunca pidió a nadie hacer algo que él mismo no estuviera dispuesto a hacer. Creo que fue un gran empresario, respetuoso y accesible, que se ganó el respeto de colegas y trabajadores. La salud le jugó malas pasadas que afectaron a su trayectoria, y en sus últimos años tuvo que asimilar decepciones de las que nunca se recuperó. Tampoco de ello quiso hablar demasiado, y sus silencios le costaron la vida. Demasiada amargura guardada para un corazón tan frágil y agotado. Honesto y generoso, a veces demasiado confiado, ayudó a todo el que lo necesitó sin esperar nada a cambio y desde la discreción más absoluta.

Hoy también celebro el santo de su hermana, mi tía, mi amiga, mi refugio y mi consejera. Ellos tenían una unión muy especial, la que me gustaría que mis hijas tengan toda la vida, y esa relación la hemos heredado la siguiente generación. Siendo como somos una familia pequeña, casi diminuta, de él aprendí lo importante que son estos lazos invisibles.

Tal día como hoy nos habríamos ido a merendar y charlar de mil cosas; más de las mías que de las suyas que yo habría tenido que sacar con sacacorchos. Ya no puede ser, pero sé que lo tengo cerca, que soy una prolongación de él, que vive en mi corazón y que lo hará siempre.



Ahora miro a mi alrededor y siento pena por quienes pudiendo disfrutar de los suyos no lo hacen, ya sea por pasotismo, dejadez, imposición ajena o sentimientos no resueltos. Cada día que pasa no se recupera y eso solo lo ves cuándo es demasiado tarde.

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