29 Jun Invertido
Son las tres. Merak ha quedado con Zeta-
Ha cumplido los diecisiete años, pero desde niño sabe que le gustan las chicas. No entiende qué ha fallado en su concepción, se supone que eso está controlado y su mal, abolido, pero teme ser el error estadístico de su lote. Nunca se lo ha confesado a sus madres aunque barrunta que lo saben:
―Merak, mi vida ¿no quieres jugar con otra cosa? ―Con siete años se enfrascaba en guerras espaciales interminables―. Esa nave planetaria de Lucita está hecha un asco. Ven, que te peino, te pongo colonia y nos vamos a dar una vuelta, ¿quieres?
Las ha visto intercambiar miradas de inquietud, incluso no hace mucho escuchó a mamá Lina-
No quiere preocuparlas, se dice, aunque la realidad es que se moriría de la vergüenza si supieran que es un hetero; no soportaría ver la decepción en su rostro. Ellas, tan tradicionales, tan buenas, tan felices con su vida ordenada. Y tan bien consideradas. No puede afrontar acabar con todo eso. Se siente como una bomba de heliones capaz de desintegrar toda esa estabilidad. En el colegio disimula. El uniforme gris ayuda, lo asimila a los demás, pero también lo pone en evidencia. Desde que cumplió los quince no consigue controlar las reacciones de su cuerpo y la licra inteligente del uniforme muestra sus erecciones en los momentos más inoportunos. Como cada vez que ve a Zeta-
―¡Merak! ¿Qué coño te pasa, machito de mierda? ―Pí es algo más bajo que él, pero eso no le impide intimidarlo―. No me digas que se te pone dura mirando a las niñas. ¡Chicos, aquí tenemos un machorro de marca!
―¡No digas gilipolleces! ¿No tienes nada mejor que hacer?
―Venga, Merakito, si se te marca como una láser al verlas trotar durante el partido. ¿Qué te han enseñado en tu casa?
―Déjame en paz…
―Degenerado, picha brava, anomalía humana…
Así un día y otro y otro. Pí se ha dado cuenta, a pesar de los esfuerzos por no delatarse; nunca se le ha escapado un comentario sobre lo buena que está Casiopea o las tetas que tiene Claria, les ríe los chistes aunque algunos le dan náuseas e incluso ha forzado algún «qué culo tiene mengano» con voz atiplada. Pero no ha evitado ser el rarito de la clase.
Sin embargo, Zeta-
―Hay cosas horribles, nunca va nadie.
―Por eso…
―Ah. ―¿Se ha ruborizado?― Entiendo. A las cinco.
―Sí, en la sala del siglo XXIV.
La cobardía le había pasado factura en los primeros tiempos de su descubrimiento. Su TEI (Técnico en Equilibrio Interior) de la Clínica Monte Lunar le diagnosticó una úlcera nerviosa que solucionó al instante. Lo mismo ocurrió con el insomnio y la ansiedad, superados con chutes periódicos de láser Radisens. Pero esa noche ha vuelto a no pegar ojo. ¿Y si ella no es de los suyos? ¿Y si luego se lo cuenta a todos? ¿Y si es una trampa? No sería el primero en sufrir una humillación pública preparada.
Suda. El mando regulador le ayuda a reducir el exceso de sudoración, quiere tener buen aspecto, pero lo que en realidad necesita es un chute de láser y ahora no puede desplazarse para que se lo den. Con el propulsor a la espalda, Merak vuela hasta el museo. Su camiseta inteligente le avisa de un exceso de tensión arterial ―«tranquilo, no pasa nada»―. Negativo: en cuanto entra en la sala del siglo XXIV y ve a Zeta-
Solo al mirarla de frente el pulso vuelve a su ser. La sonrisa más bonita, los ojos más dulces, el cuerpo más… y las hormigas juguetonas invaden sus sentidos.
Se saludan, pero no se besan, hay cámaras. En el siglo XXX es difícil esconderse.
Acodados sobre la barandilla que mantiene a los visitantes a una distancia de las escenas expuestas, sus brazos se rozan, sus pensamientos también. Merak busca las palabras adecuadas, visualiza frases en la mente, quiere ordenarlas, pero la emoción se lo impide y tiene poca práctica en la transmisión directa, acostumbrado a evitar siempre que le lean el pensamiento. Pero no le cuesta nada leer la de Zeta-
―Pensé que nunca te atreverías a dar este paso, Merak. Me quieres, te quiero. ¿Qué mal hay en ello? Y no, no estamos solos.
―Lo sabías…
―Ahora sí.
―No podemos.
―Podremos. No van a cambiarnos. Tenemos derecho a ser felices.
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