Editores y editoriales

Los que me seguís sabéis que las novelas que componen esta trilogía han tenido muchas vidas, sobre todo la primera, El final del ave Fénix. Una vida difícil, extraña, de cuya mano he aprendido bastante del mundo editorial. Esta semana las dos primeras comienzan una etapa nueva, independiente y transparente, dos características que no las adornaba hasta ahora. Por ellos cambian de portada aunque el contenido sigue siendo el mismo y esta es su presentación oficial:





La aventura comenzó en 2008 con la publicación por la editorial Centurione ―ya desaparecida―, de El final del ave Fénix. Llegué a ella por eliminación y desesperación. Desde que quedara entre los diez finalistas del Planeta, publicar se había convertido en mi objetivo, mi ilusión, diría incluso que en una necesidad.
Las palabras de José Manuel Lara sobre la negativa de publicar a los finalistas en los sellos de Planeta fueron un mazazo. Me quedé como huérfana. Pero su comentario elogioso sobre la obra y el ofrecimiento de enviarme el informe de lectura ―todavía lo conservo― por si me ayudaba a publicar en otras editoriales ―no dejes de intentarlo, la obra es muy buena― anestesiaron mi frustración inicial.

  

Tenía claro que quería dedicarme a escribir ―ya había empezado Las guerras de Elena con los retazos de historia escamoteados a su predecesora―, y necesitaba publicar para sentir que no me estaba equivocando, que no era un espejismo. El sacrificio era grande porque trabajaba de día, jornada completa, y escribía de noche. Dormía poco. Pero era feliz así. Me hice una Excel con todas las editoriales que conocía, sus direcciones, correos electrónicos… Y comencé a enviar el manuscrito. Primero a una, a la espera de respuesta. Infeliz. La respuesta no llegaba nunca. Cuando me convencí de que era muy posible que mi manuscrito hubiera acabado en una papelera y que nadie iba a contactarme, comencé a enviarlo en bloque. Unas contestaban con respuesta tipo ―no entra en nuestra línea editorial―; alguna con bastante soberbia ―quién se ha creído que es para enviarme su primer manuscrito blablablá…―; y otros lo devolvían sin abrir. Tras meses de darme de bruces contra los rechazos, un conocido me

presentó a un editor valenciano. Me lo puso en bandeja, todo fueron facilidades ―tantas que me dio mala espina, pero no dejé que mi instinto me fastidiara la alegría― y pronto tuve un contrato encima de la mesa. Nunca había tratado con una editorial, no tenía ni idea de cuáles eran las condiciones habituales y las que me ofreció me parecieron un tanto duras, pero supuse que era lo normal. Incluía un pequeño anticipo, diminuto, pero para mí, que ignoraba hasta lo más básico, me pareció bien ―no imaginaba que sería lo único que jamás llegaría a cobrar de Centurione―. La edición según contrato era modesta, un mínimo de dos mil ejemplares, pero cuando se lanzó me informó muy contento que tenía tan buenas previsiones que había duplicado el número de ejemplares y sería de cuatro mil. No me imaginaba entonces que tanta euforia y optimismo se veían alimentados por una mente inestable y una cara dura sin parangón. Un veintiocho de noviembre de 2008, viernes, recibí mi primer ejemplar impreso de la novela y una carta de despido de la empresa donde me había dejado las pestañas los últimos nueve años. Parecía un mensaje del más allá, como si alguien marcara el camino a seguir. La novela se presentó a primeros de diciembre y, no lo olvido, se vendieron 269 ejemplares arropada entre otros muchos por quienes habían sido mis compañeros de trabajo en una muestra de apoyo que agradeceré siempre. Me convencí de que había encontrado mi lugar.



Hasta 2009 pasaron muchas cosas. Las navidades de 2008 el editor se fue de viaje a Rusia y las conversaciones con él ―por correo electrónico― eran cada vez más extrañas, y él más esquivo, agresivo incluso. Por no hacerlo largo, el editor desapareció y dejó colgado al impresor, al diseñador gráfico, a los empleados, y claro está, a los autores. Nunca volví a verle ―aunque tuvo los santos bemoles de pedirme amistad en Facebook― ni vi un euro más de esa primera edición.

En muy poco tiempo tuve una nueva oferta editorial. De nuevo las condiciones leoninas, de nuevo el anticipo chiquitín, pero ¿quién era yo para esperar algo más? De hecho, era un milagro que se interesaran por una novela ya editada y explotada. Pero sucedió y acepté encantada. En 2010 salió de nuevo de la mano de Aladena. La experiencia tuvo luces y sombras. Trabajé muy a gusto con el equipo encargado de la edición ―algo nuevo para mí― ,y tratar con gente que entendía me hizo albergar esperanzas. Pero tras un arranque prometedor, los libros se quedaron en el almacén. No salían, no llegaban a las librerías, no se encontraban. La gente me preguntaba dónde comprarlos y era misión imposible. Recuerdo a Carmen J., hoy amiga en Facebook, peguntarme dónde comprar la novela en Sevilla. La editorial me facilitó el nombre de dos librerías a las que se acercó, y regresó sin el libro y con la información de que no conocían la editorial. Estaba escaldada de mi experiencia anterior y esta hacía aguas de nuevo. Demasiados autores fichados a la vez, demasiados títulos sin previsión ni planificación; nos quedamos todos atascados en un almacén sin salida. Ya tenía terminada Las guerras de Elena, pero no se la ofrecí. Como disponía de los derechos digitales decidí subir El final del ave Fénix ―de lost to de river que decía aquel― y preparar Las guerras de Elena para hacer lo mismo según me fuera con la primera.

Y me fue muy bien, tan bien que se colocó en el número uno. Ediciones B se fijó en ella y me propuso publicarla. Increíble, ¿verdad? Para entonces la que me preocupaba era Las guerras de Elena,
que no había comenzado su andadura. Estaba lista para subirla a Amazon, pero ante el interés de B les propuse firmar las dos. A fin de cuentas eran piezas de un mismo puzle. En un principio solo querían la que era un éxito en Amazon, pero ahí no claudiqué. Iba a ser complicado editar cada elemento de la saga en una editorial diferente, aunque fueran autoconclusivas. Lo suyo era que la trilogía/saga se publicara en la misma editorial. Costó, pero aceptaron. Eso ya tendría que haberme dicho algo, pero era tan difícil publicar por tercera vez El final del ave Fénix que me sentí tremendamente agradecida.
   

La tercera novela de esta saga estaba en curso, pero no se me ocurrió incluirla. No sabía entonces ―yo en esto voy en plan ensayo-error― que se pueden firmar contratos sobre novelas aun no escritas.

El motivo por el que me ficharon, la gestión que se hizo de las novelas y el «apoyo» recibido no los entenderé nunca. Me quedó claro que Yo que tanto te quiero no seguiría el mismo camino, al menos en España. Con esta tercera y última entrega de la saga de los Lamarc ya tenía agencia literaria y al menos los contratos no tenía que hacerlos yo. Y esta tercera historia se firmó con Ediciones B México,  además de la edición publicada por CERSA en España, y así sigue.

El contrato con Ediciones B España terminó en marzo de 2017. Desde entonces estamos intentando aclararnos sobre el stock que queda en papel ―al parecer, unos tres mil ejemplares menos de los que en teoría quedaban según las liquidaciones que me han realizado hasta la fecha―, y sobre la retirada de la edición digital de las distintas plataformas. Pero, como el momento nunca llega, he decidido, al igual que en 2011, no esperar más y subirlas a Amazon.

He diseñado nuevas portadas, he incluido una dedicatoria, una bio con mi foto y he cambiado los agradecimientos y notas de la autora. También les he dado un nuevo repaso, otro más. Me daba ganas de reescribirlas, porque quien escribe en 2017 no es la misma que escribía en 2006 o en 2010, pero es momento de dejar que vuelen solas y que lleguen dónde los nuevos lectores quieran.

Para celebrarlo, esta semana, hasta el viernes, están las tres a 0,99€/$ cada una ―el precio mínimo que permite Amazon―, excepto la edición mexicana de Yo que tanto te quiero. A partir del viernes suben, aunque tendrán un precio razonable, como siempre he hecho (2,99€) ―sin que esto haya evitado que me pirateen decenas de miles de ejemplares―. Pero no será ese el precio. Elena Lamarc se merece un poquito de cariño y de respeto por mi parte.

Esta es la explicación sincera de dónde vengo y adónde voy. Espero no haberos aburrido.



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