El corazón de la librería

Hemos celebrado hace poco el día de las librerías, lugares llenos de historias maravillosas tanto por lo que contienen sus anaqueles como por las vivencias y anécdotas que los libreros pueden contar, pero cuya propia historia parece hoy amenazada  ante la llegada del libro digital.

Durante años, incluso siglos, fueron lugares de encuentro, de pasar horas acariciando lomos, leyendo contraportadas o incluso capítulos enteros. Lugares en los que con la complicidad del librero descubrir pequeñas joyas, acertar en el regalo  adecuado para aquel familiar de gusto caprichoso o el libro adecuado para la edad de un sobrino que empezaba a saborear sus primeras lecturas.

Pero las librerías han ido cambiando, evolucionado, y cada vez se diferencian más dos tipos de establecimientos. Los que son meros expendedores de libros, que lo mismo podrían vender lavadoras, que sartenes o jamón de york, en los que los  empleados desconocen lo que está en los estantes o son incapaces de hacer una recomendación más allá del título que aparece en los grandes expositores regalados por las editoriales, un dependiente mudo que pasa por el scanner el código  de barras, lo cobra y lo empaqueta sin más. Y otro tipo de establecimiento más profesional, donde entre sus baldas cargadas de libros te atiende un amante de la lectura, que si bien no puede haberse leído todo lo que ofrece, sí que es capaz  de recomendar o asesorar según el gusto lector de quien pregunta y que se reinventa cada día.

Tal vez mentalmente nos hemos hecho una composición para estos dos tipos de librerías, asociando la primera a los macroespacios de las grandes superficies o cadenas, y la segunda a la típica librería de barrio, pero la realidad no siempre  es así. Yo me he encontrado con grandes y pésimos profesionales tanto en uno como en otro espacio. Es independiente del tamaño, aunque es más llamativo encontrar un mal profesional en una librería pequeña que en los grandes autoservicios  del libro.

Es cierto que conforme el libro digital avance, algo que en España parece que aún tardará, las librerías van a tener que afrontar una situación difícil. Ya lo están haciendo por culpa de la crisis y de la saturación de títulos.  Pero creo que hay una magnífica generación de libreros inquietos, imaginativos, profesionales, trabajadores e incluso románticos, que están renovando el concepto de librería y que aportan valor añadido, asesoran, organizan talleres y  un sinfín de actividades más, y estoy convencida de que estos sobrevivirán a los nuevos tiempos, mientras que aquellas que expenden libros como tajadas de mortadela, en el momento en que la compra desde casa se popularice no ofrecerán ninguna  ventaja al consumidor, ya sea para libro tradicional o para libro electrónico. Pero tampoco pasará nada, sustituirán los libros por la auténtica mortadela.

El futuro de las librerías depende en realidad de los libreros, que son el alma del establecimiento, y mientras el librero se mueva, el corazón de la librería seguirá latiendo. Y yo brindo por ellos.

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