Madres

Madres. Tal vez ese debería haber sido el título de la trilogía que comenzó con El final del ave Fénix y que ahora llega a su fin: Madres. Lo pensé hace unos meses leyendo los debates abiertos a partir de las controvertidas declaraciones de la periodista Samanta Villar sobre la maternidad y lo he vuelto a pensar estos días con la celebración del día de la Madre.

Ser madre es algo hermoso, incomparable, para mí la mayor y mejor experiencia de mi vida y, tal vez, la única que muchos hombres envidien de las mujeres –la gestación, en realidad-
. Pero también es duro, difícil, sacrificado, ingrato a veces, desesperante y, por supuesto, heterogéneo. No hay dos madres iguales, como no hay dos personas iguales. Parece que con el carnet de madre se otorgue la gracia de la perfección, la bondad, el sacrificio, la paciencia y otras muchas virtudes que la iconografía une indefectiblemente a la figura materna y que en el Día de la Madre empapela escaparates, programas y pantallas. Hablar de malas madres es anatema, como lo es hablar de ser mujer y no querer tener hijos. Pero ambas cosas existen y es bueno que se hable de ello.

A diario veo madres que presumen de serlo en las redes sociales, que adornan sus muros digitales con alguno de los cientos de memes y posters rebosantes de glucosa, corazoncitos  y sentencias inapelables, en una exhibición empalagosa de su estatus de «Supermadres», casi en un desafío al espectador, por si alguno se atreve a dudar de esa superioridad moral que les otorga la simple circunstancia de ser madre. Reconozco que no puedo con ello.

Por no hablar del plus de haber parido ―estas «Supermadres» suelen hacer de menos el parto por cesárea, rebajando a estas a madres de segunda―. El grito de «yo, por mi hijo, mato» se ha convertido en slogan de madre (pseudo)coraje, pero suele pasar que las auténticas madres coraje son invisibles, no se hacen notar, no reivindican su labor ni le dan mayor importancia.

Conozco a muchas de estas Supermadres de verdad, de las que no necesitan poner posters o cartelitos: madres con cuatro hijos que trabajan fuera de casa y los sacan adelante sin perder la sonrisa, agotadas pero felices, sin apenas ayuda; madres con horarios de trabajo imposibles, extenuantes, pero que no sucumben a lo fácil de consentir todo para evitar discusiones y tener la noche en paz; madres que se arriesgan a los desplantes de sus hijos por hacer bien las cosas; madres que hacen familia, que liman asperezas, o que callan lo que saben que puede hacer daño o perjudicar a los hijos aunque el cuerpo les pida echar veneno. Y todas tienen en común la ausencia de presunción, la naturalidad, la labor silenciosa.



Esto en nuestro mundo privilegiado, porque en otros lugares son muchas las que sí que dan literalmente la vida por sus hijos, también de forma silenciosa.

Entre el grupo de «Supermadres» autoproclamadas y encantadas de haberse conocido puedes encontrarte madres posesivas que no dejan respirar o volar a sus hijos, madres manipuladoras que los utilizan en beneficio propio sin importarles las consecuencias, madres neuróticas o injustas, o las que van de supercolegas y lo consienten o disculpan todo para ganarse a los hijos.

No, ser madre no te da ningún plus, es algo que llega sin ningún cursillo previo ni más preparación que el instinto, tu formación como persona y el aprendizaje diario, con errores y alegrías, con fracasos y recompensas, con mucho amor y humildad y, desde luego, sacrificio.

Aunque tal vez tú que me lees eres la excepción a esta regla y tienes el don de la infalibilidad. Yo no lo tengo.

Quienes han seguido el blog saben de la influencia, del peso que mi madre
tuvo y sigue teniendo sobre mí, de cómo la añoro y la recuerdo cada día. Soy quien soy y como soy gracias, en gran medida, a ella. Pero ni ella era perfecta, aunque fue una MADRE con mayúsculas, ni lo soy yo.

Esa capacidad de modelar el carácter de los hijos, el buscar explicación a lo que no suele mostrarse, el desmitificar, me llevó a indagar
en el lado oscuro de la figura materna junto a la situación de la mujer en el siglo XX como tema profundo de mi obra. Siempre me atrajo más lo turbio que lo cristalino, al menos en la escritura, y eso me llevó a construir distintos perfiles de madre nada convencionales pero, aunque a algunos lectores les sorprenda, más habituales de lo que se suele reflejar en literatura o en los medios.

Puede que en mi próxima novela también sea una madre quien lleve el peso de la historia ―aunque tenga que tragarme de nuevo el sambenito de hacer literatura de mujeres, como si los hombres no tuvieran madres ni les pesara su relación con ellas―, y no tendrá nada que ver con ninguna de las anteriores porque, como decía al principio, ser madre no es una etiqueta de composición.

Tal vez la protagonista sea una madre convencional, de las de antes. O una de estas Supermadres anónimas, discretas, esforzadas sin medalla, a quienes tanto admiro y de las que aprendo cada día.

Una de esas madres a las que este domingo de Mayo hay que hacerles un homenaje porque lo merecen cada día pero solo nos acordamos cuando, por estas fechas, vemos los anuncios de la tele. Para todas estas Madres, FELIZ DÍA.

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