De 2024 a 2025

Todos los años hago balance por estas fechas, pero en este ha sido más difícil hacerlo que en otros porque el último trimestre se nos ha llevado por delante. A muchos, de forma literal; a otros como yo, de forma metafórica. Así que llego a deshoras, cuando Feliz Año ya suena caduco y de los regalos de Reyes quedan las devoluciones pendientes. La gripe también ha ayudado a llegar a destiempo, pero más vale tarde, o eso dicen.

Como todos, cuando empieza el año confías en que sea mejor que el anterior. En ocasiones, y este fue uno de esos, piensas que ya has pasado bastante, que lo malo queda atrás y por fin este será el bueno. Y no comenzó mal. Tenía una novela por delante para rehacer, un trabajo complicado, casi desesperante, porque ya llevaba muchas revisiones y el cambio que tenía que acometer era muy profundo, de estructura. Y a ello me dediqué. A los autores como yo, que nunca tienen nada seguro y tienen que pelear cada nueva publicación, la incertidumbre que acompaña al esfuerzo pesa como un lastre. Ha sido un camino largo, la acabé en septiembre, pero la modificación creo que ha valido la pena y la novela ha levantado el vuelo de nuevo. Ahora queda la espera, siempre larga. Me encantaría anunciar en 2025 que ya hay fecha para la publicación de mi quinta novela. ¿Llegará? De momento lo que es una realidad es que la trilogía de los Lamarc continua muy viva un año más, incluso fuera de mis fronteras, y El infiltrado sigue sorprendiendo a quien lo lee, que no es poco.

   

En marzo cumplí un sueño: volver a Bolivia y Perú. Lo hice con buenas amigas viajeras. Mujeres disfrutonas, aventureras, alegres y llenas de vida para las que la edad está en la mente y ellas serán jóvenes siempre. Ya me han liado para un nuevo destino en 2025, aunque cuando decidí el viaje no sabía la que se venía encima ni lo que eso iba a implicar para mí. Del viaje hice varias crónicas que, si pensáis ir a estos países, os pueden ayudar a elegir itinerario. Os dejo los enlaces aquí: De Bolivia a Perú; Perú, de la frontera a Cuzco; El Valle Sagrado; y Paracas, Nazca y Lima.

Por esas fechas, el club de lectura de la Asociación Española Contra el Cáncer de Valencia ya había alcanzado velocidad de crucero. Lo que empezó con un minúsculo grupo de lectoras ―éramos cinco―, se convirtió en un nutrido equipo de amantes de la literatura de los que aprendo en cada sesión. Durante una hora y cuarto compartimos impresiones, reímos, diseccionamos tramas o personajes y olvidamos que la vida no siempre es clemente. Año y medio después de su creación mantiene su quorum, hay bajas que se compensan con altas, y se mantienen unos quince participantes de media. Hemos leído entre otros, a Zweig, a Eduardo Mendoza, a Jacobo Bergareche, a Elia Barceló, Alessandro Baricco, Millás, Vicente Marco, Truman Capote, García Márquez, Irène Némirovsky, a Sayaka Murata… Salvo por algún bache, llegué al final del año con ilusión y ganas de seguir. A veces llego a duras penas para prepararlo y no sé cuánto tiempo podré continuar, pero el esfuerzo, mientras el ambiente sea propicio, vale la pena.

Uno de los momentos más emotivos para mí ha estado asociado precisamente a la AECC, aunque no fue como lo esperaba. No suelo hablar de ello, pero quince años de implicación merecen una mención, aunque sea pequeñita, en este resumen que queda colgado en un rincón de mi casa, de mi blog. Echo la vista atrás y recuerdo mis primeros acompañamientos en oncología, nerviosa, con dudas sobre mi capacidad para hacerlo. Tuve la mejor maestra, Begoña, una veterana de la que aprendí muchísimo. La incertidumbre que da abrir una nueva puerta de hospital no desparece, aunque pase el tiempo, ni la que da descolgar un teléfono para hablar con alguien que no conoces y sabes que está sufriendo, pero sentir que has logrado aliviar de alguna forma su malestar es gratificante y te enriquece como persona.

Decía que el momento no fue como esperaba porque la entrega de la V de los 15 años, que se hace en un acto muy emotivo con todos los voluntarios que reciben algún reconocimiento, me pilló justo el día de reparto de las estufas que, gracias a donaciones particulares y a la colaboración de los militares, llevamos a familias afectadas por la riada. Desde las 8:30 hasta las 14:15 estuve de ruta, llegué al hotel del evento de milagro, cuando iban a clausurar el acto, recogí mi recompensa y me quedé sin gafas. Como decía mi abuela, no se puede ir atarantada por la vida. E igual que llegué me fui de nuevo para Catarroja a seguir con el reparto, que acabó a las 20:00. Un día productivo.

Y es que desde el 29 de octubre nada ha sido como pensé que sería. El año anterior por esas mismas fechas estaba en la Feria del Libro de Guadalajara con El infiltrado. El contraste es brutal.

El tsunami que ahogó ese día a más de 230 personas y el futuro de cientos de miles cambió también el curso de la vida de muchos. He escrito varias crónicas sobre la situación de la zona cero y lo he hecho desde la experiencia propia, con toda la contención, el respeto y la racionalidad de que he sido capaz, y lo he hecho para que se conozca la realidad, bastante distinta a la que hacen ver algunos políticos, y para que quede constancia de esta vergüenza nacional para el futuro. Lo ocurrido, no habiéndome afectado de forma directa, sí lo ha hecho de forma psicológica. La deriva de la situación y la respuesta de aquellos que tenían la obligación legal y moral de actuar, amparar y solucionar las consecuencias de lo ocurrido, me han hecho replantearme muchas cosas. También sobre gente que creía conocer y han estado más preocupados por las consecuencias políticas de lo sucedido para sus postulados ideológicos que por la realidad o el sufrimiento de los afectados. Por si alguien quiere leerlos, algunas de esas crónicas se publicaron en Zenda (Un Mad Max a pocos kilómetros de tu casa, Llega el invierno a MadMax y Esperando que se haga la luz) y todas están en mi blog (Crónica a 3 de noviembre, 5 de noviembre, Lo que las RRSS no cuentan, 7 de noviembre, 9 y 10 de noviembre, 25 noviembre y 22 de diciembre).

Aquí abajo dejo algunas fotos de un mismo escenario, a 23 de noviembre y a 29 de diciembre.

        

La realidad es que el día de Reyes, muchas personas durmieron sobre un colchón húmedo tirado en un suelo insalubre y rodeados de moho. Que hay mujeres a punto de dar a luz en esas condiciones. Que muchos no saben cómo recuperar su casa, su negocio, su vida. Que miles de personas con movilidad reducida siguen sin poder salir a la calle a que les de el aire, en un confinamiento cruel. Más de dos meses después, el futuro sigue tan viscoso y putrefacto como el lodo que los arroyó. Este artículo empecé a escribirlo el día de Reyes, al calor de las cabalgatas y eventos infantiles, organizados con modestia y grandes dosis de cariño ―gracias al Consejo de Cámaras de la CC.VV y a la 8TV de León―, para que los niños olvidaran por unos momentos lo vivido y recuperaran la ilusión, pero el espejismo durará hasta que vuelvan a la casa en la que, con mucha suerte, están desplazados. Algunos padres mientras repartíamos regalos, en la fiesta que organizó «Un ejército de ilusión», nos decían «eso no, que es muy grande y donde nos han acogido no cabe nada». Conté la situación en una entrevista en el programa de la 99.9 Pegando la Hebra dirigido por María Vicenta Porcar.

Con este panorama, me cuesta desear nada para 2025 que no sea que por fin el Estado (central y autonómico) se responsabilice de lo ocurrido y agilicen la recuperación; que den ayudas de verdad, no préstamos a devolver con intereses; que dejen de aplicar retenciones a las donaciones (es de vergüenza que el Estado se quede con parte de la ayuda que los particulares tienen que dar a los damnificados por la dejación de funciones de ese mismo Estado) y que se acometan las obras que deberían haberse ejecutado hace decenios y que habrían evitado esta tragedia.

Para mí, no me atrevo a pedir nada aunque me queden muchos sueños por cumplir.

Feliz 2025 a todos y gracias por estar ahí. #Valencianoseolvida #Valenciaindignada.

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