Balance literario

Hace tiempo que debía haber actualizado el blog, pero entre resfriados, virus varios y cumplir con mis obligaciones me ha sido imposible escribir nada, ni siquiera leer, y eso ya son palabras mayores. Pero eso ha permitido que se cumpla una fecha importante o al menos de esas típicas que siempre se celebran, y es que esta semana he cumplido 100 días con «El final del ave Fénix» en el TOP100 de Amazon y es un momento tan bueno como cualquier otro para hacer balance.

Hace un año tenía una novela publicada en papel, imposible de encontrar salvo para lectores con espíritu de Indiana Jones, y como escritora publicada me sentía triste, incluso por momentos cabreada. Cualquier compañero sabe la ilusión que uno pone en su obra, y yo ya he explicado demasiadas veces lo mucho que esta novela significaba para mí. Tenía claro que, tras dos ediciones fallidas en papel y cuatro años dando vueltas por librerías (aunque fueran pocas las librerías), la probabilidad de volver a editarla en papel de mano de una editorial era nula. Con una pequeña, tal vez, pero ahí era yo la que no estaba dispuesta a picar. He pasado lo suficiente como para darme cuenta que, salvo honrosas excepciones, publicar en editoriales pequeñas es una forma más de enterrar tu novela. A quien lo haga, le aconsejo que busque una con solera, con bagaje y buenas obras en el mercado, que las hay. Pero esas suelen ser prudentes y no estiran más los títulos que su capacidad de moverlos, y entrar es difícil. A veces incluso con una editorial mediana, si no eres de los autores estrella, te quedas en la cuneta. Parafraseando a Setién respecto a Dios y sus hijos, los editores no tienen por qué querer igual a todos sus autores. Pero a lo que iba, la cuestión es que «El final del ave Fénix» había llegado a su fin con tan solo 3000 ejemplares vendidos, que si bien parecen pocos, teniendo en cuenta su nula distribución, inexistente promoción y las labores de espeleología necesarias para encontrarla creo que puedo calificarlo como meritorio.
Como no soy de resignarme, durante el verano me planteé publicarla en Amazon. Seguía a algunos compañeros que lo habían hecho con éxito (Ángeles Goyanes, Blanca Miosi, Armando Rodera y Xabier Giménez Sasieta en particular) y tras maquetarla, la subí. Y empezó una nueva etapa, estresante, absorbente y esperanzada. Porque las novelas no se venden solas y para hacerla visible en Amazon, eso tan difícil, te lo tienes que currar y perder el pudor, hacer eso que antes te repelía cuando lo veías en algún compañero y que no entendías, por lo menos hasta conseguir una base de lectores suficientes para llegar a ese boca a boca ―o boca oreja, que nunca lo tengo claro― imprescindible. Porque tú podrás publicitarla mucho y conseguir vender unas cuantas, pero si no gusta, no hay nada que hacer.


Y lo logramos, en plural, porque no lo hice sola: lectores, compañeros generosos que he citado en otras entradas y yo misma, conseguimos el milagro. La novela llegó al número uno, algo que te saca una sonrisa de oreja a oreja,
no por lo que ganas ―que a esos precios es testimonial― sino por lo que significa en cuanto a reconocimiento por parte de los lectores. Y allí se mantuvo durante tres semanas. En el tiempo que llevaba en Amazon había superado las ventas en papel de los años anteriores.
Mantenerse ahí es difícil, y ya no está en el número uno, pero se mueve entre los 14 primeros, una hora está en el 7, otra en el 9, otra en el 8… Desde hace 100 días. Ahora ya 103, y con un precio algo superior a las de algunos compañeros desde hace un mes.
Las consecuencias, más allá de mi satisfacción personal, han sido varias: por un lado sirvió para que pasara lo impensable, y es que una editorial, esta vez de las de primera fila, B de Books (Ediciones B), se fijara en la novela y me propusiera firmar contrato. De la mano ha ido su hermana, «Las guerras de Elena»
―ya más de 20 días en el Top100, y las dos saldrán próximamente en papel. Por otro lado, he más que duplicado el número de lectores. Y por último, he conocido a un grupo de escritores genial, que agrupados bajo el paraguas de generación Kindle y sin ningún tipo de ínfulas trascendentes ―no es ni pretende ser una «generación» al uso, nos apoyamos y ayudamos en lo que podemos, incluso comprando y leyendo nuestras obras, y con algunos de los cuales tengo el privilegio de compartir editorial. Incluso algunos lectores podrían ser parte de esa Generación Kindle, por su fe en nosotros y el apoyo que nos vienen dando, sin conocernos de nada (Marc_intosh, Montse, Juan D, Toni, Oscar, JJ, los «Ángeles de Charlie», abretelibro y muchos más que perdonarán no ser citados, para que este artículo no se extienda demasiado).


¿Se puede pedir más? Sí, se puede, pero ya solo lo conseguido es para estar muy, muy contenta y sobre todo, agradecida. Gracias, gracias, gracias.


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