Sonrisas y lágrimas

La demagogia y la cortedad de miras están a la orden del día. Mucho he leído esta semana en cuanto a lo inapropiado de las celebraciones futboleras, por muy hito histórico que fuera, cuando España va a la deriva y además, precisamente en ese momento ardían las tierras valencianas con una virulencia pavorosa.

 


Pero no ha sido solo esta semana. Lo mismo pones una foto de una fiesta y te dicen que en Uganda la gente se muere de hambre; o se dicen cuatro tonterías y te hablan de desahucios, echándote en cara la poca solidaridad o falta de sensibilidad para con los que sufren. Como si tuviera algo que ver una cosa con otra.

La vida es complicada y el ser humano más. Somos capaces de llorar y reír, de disfrutar cargados de penas aunque sea por unos momentos, de cantar a pulmón con el corazón encogido. Porque necesitamos treguas, asuetos, oxígeno mental que nos permita afrontar la parte trágica de nuestra existencia, que por desgracia para muchos se está convirtiendo en lo cotidiano. A algunos, sumidos en estado de dolor, les cuesta aceptar la alegría ajena, sin ser conscientes de que aquel que ahora ríe tal vez ha estado demasiado tiempo sin hacerlo. Pero por lo general, los que tanto critican las explosiones eufóricas de otros, no siempre están pasando por algo trágico, simplemente se convierten en paladines de una causa para la que nadie les ha nombrado, adoptando un tono de superioridad moral desde el que afean a otros su falta de humanidad por ser capaces de disfrutar. Y puede que esté equivocada, pero los que así reaccionan ―al margen de los que lo hacen por motivos políticos, arrimando el ascua a su sardina― no deben haber sufrido grandes penas en su vida o estas han sido de muy corta duración, porque los que sí lo hemos hecho sabemos que la risa, las emociones positivas, la evasión, son necesarias para sobrevivir a periodos prolongados de angustia. La vida no sería soportable sin esas válvulas de escape.

Pan y circo, dicen, como si fuéramos idiotas. Como si el que está parado desde hace cuatro años y no sabe qué comerá su familia al día siguiente, dejara de ser consciente de ello por sonreír con cara de tonto ante el resplandor bermejo de la Selección Española. Como si el enfermo de Leucemia ya no supiera que tiene un cáncer cuando disfruta al ver a Reina haciendo el canelo durante las celebraciones. Como si al comentar la alegría por los triunfos de la selección no pudiera también dolerse de los incendios que han arrasado Valencia.
Yo, personalmente, recuerdo con nostalgia y mucho cariño la serie «Aquí no hay quien viva», porque con ella alguien muy querido para mí, cuando su maltrecho cuerpo se lo permitía, olvidaba las náuseas, los picores, la hinchazón y el dolor, pero sobre todo la cercanía de la Parca, emborrachada de una risa limpia, transparente y reconfortante, antes de volver a la realidad.

No, no somos idiotas. Ni monstruos insensibles. Ni inconscientes. Somos gente que de vez en cuando disfrutamos de las cosas pequeñas o grandes que la vida te ofrece y que te renuevan el ánimo para afrontar tanta miseria como nos rodea. Y al que le moleste, solo le diré: sonríe, que la vida es dura y de nosotros depende hacerla más llevadera.

 

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