#RTVVnoestanca

Ocurrió lo que muchos nos temíamos, una de esas cosas que piensas que no son posibles, que no pueden llegar a pasar aunque sabes que cada día está más cerca. Como todo el mundo conoce ya ―hay que estar en otro planeta para no haberse enterado―, la RTV Valenciana cierra. Al menos esa es la realidad en el momento de escribir este artículo, con intención expresa de irrevocabilidad.

Digo que muchos nos lo temíamos porque la gestión de la cadena valenciana durante estos 25 años la convirtieron en una bomba de relojería, y tenía que explotar.

Hay muchas cuestiones de fondo, mucho sobre lo que reflexionar por parte de todos, políticos, sociedad, directivos, trabajadores… Porque de la responsabilidad de este desastre, de este fracaso, no se libra nadie, aunque a unos les toque más porción de la amarga tarta que a otros.

Tras lo sucedido, los trabajadores de la casa han tomado las riendas y están haciendo lo que no hicieron en todos esos años, informar con libertad, denunciar, decir las cosas como son, como han sido; estamos viendo informativos independientes, críticos y bien realizados. Son grandes profesionales, con experiencia. Siempre me lo parecieron, en las muchas ocasiones que visité esa casa. Y lo están demostrando. Lo triste es que ahora es tarde ―ojalá no lo sea, parece difícil una vuelta atrás, pero, ¿cómo lo iban a hacer en estos años, si en una empresa en que no deberían haber trabajado más de 300 o 400 personas, había una plantilla de 1800? Como sucede en tantas otras empresas de titularidad pública de nuestra Comunidad y, seguro, que como en tantas de otras Comunidades Autónomas. Y muchos de esos contratados llegaron por «mediación de» y, gracias a eso, han disfrutado de un puesto de trabajo durante muchos años, con su sueldo mensual pagado por todos, algunos muy elevados según el nivel. Y todos encantados, hasta ahora, aunque unos y otros se miraran sabiendo que eran demasiados, que no había trabajo para tanta gente, que el agujero se hacía grande, que no les gustaban las formas, ni las imposiciones. Pero, ¿qué hacer? ¿Renunciar a un puesto de trabajo? ¿Irse a la calle para que lo ocupe otro? ¿Y por qué me tendría que ir yo, que soy un buen profesional, que cumplo, y no aquel o el otro? Algunos, era sabido, no tenían ni siquiera puesto definido, ni tareas, mataban las horas, o ni eso, en una suerte de sueldo de beneficencia. Pero nadie habló en alto. ¿Quién podía tirar la primera piedra? Tal vez una minoría. Y conste que no los juzgo, no sé qué habría hecho yo en su lugar. ¿Rechazar el puesto? ¿Denunciar a un compañero y meterme en problemas, además de, tal vez, asumir la responsabilidad de dejarlo en la calle? ¿Sufrir represalias? No era fácil, para nada, hasta que uno mismo no se ve en la situación no puede saber cómo la afrontaría, y la realidad es que se aceptó ese status quo sin cuestionarlo más allá de las tertulias con amigos y los lamentos en familia.

Durante años hemos visto informativos sesgados, realizados, dirigidos y presentados por gente de la casa que ahora lo denuncian, y hacen bien, pero todos jugaron la partida, tragando sapos probablemente, pero cada uno agarrado a su puesto. Y siempre bajo mandato político, responsables últimos de esas maniobras, y con Consejos de Administración multicolores.

Tal vez haya sido el miedo, la omerta, la presión o incluso algún tipo de Síndrome de Estocolmo, porque ahora lo están contando con valor y dignidad, pero han esperado a no tener nada que perder.

Hacen bien, muchos estamos con ellos, porque la pérdida no es solo suya. El apoyo popular espontáneo ha demostrado que con mayor o menor audiencia, más o menos politizada, buena o mala, la sociedad de la Comunidad Valenciana llegamos a considerar nuestra la cadena, no del Gobierno. De hecho, lo es, la hemos pagado. Sin darse cuenta consiguieron filtrarse en el ser de los valencianos; ya no concebimos que nos cercenen el derecho a nuestras propias noticias, a saber lo que nos pasa, a difundir y seguir nuestras fiestas, a escuchar esa información en nuestra lengua, a saber del deporte de segunda línea, ese que no llega a las nacionales. Y nos lo han robado después de habernos costado, a todos, una fortuna.

Dicho esto, yo al menos entiendo que lo que había no podía seguir. Un cambio de modelo era imprescindible, tal vez empezar de cero con un proyecto menos ambicioso, con objetivos divulgativos claros y programación medida. Pero no podemos quedarnos sin una información autonómica pública.

Pueden indignarse los trabajadores, podemos indignarnos todos, por cerrar una institución pública muy necesaria, que trataba y divulgaba temas que no veremos en ninguna televisión nacional, y será difícil verlo en las privadas, salvo que sean de ámbito regional. Y lo dice alguien que colabora en una que podría considerarse competencia. Pero sobre todo podemos indignarnos por el camino que nos ha traído hasta aquí sin que nadie hiciera nada para evitarlo, porque, al contrario de lo que dijo el Honorable Alberto Fabra, no son las circunstancias las que nos han llevado a esta situación. Ha sido la mala gestión de directivos con nombres y apellidos elegidos por los miembros del Govern; nos ha traído hasta aquí el sectarismo, el nepotismo, el pensar que la televisión y la radio eran un cortijo, los delirios de grandeza de la clase política, la pasividad de la oposición en un compadreo de hoy por ti, mañana por mí, y esa sensación de invulnerabilidad que han llegado a asumir todos ellos como algo incontestable.

Nos ha traído aquí lo pequeño y lo grande. Hay cosas anecdóticas, pero visibles para todos, de a qué extremos de tontería y despilfarro se llegó. Recuerdo mi cara de pasmo y el cabreo monumental cada vez que veía a una reportera en Singapur u otro destino igualmente exótico, conectando medio minuto en directo para contarnos en valenciano si Alonso había ganado o no tal o cual circuito. Cuántas veces me pregunté qué hacían allí, qué necesidad había. Y como ese ejemplo, mil. Por no hablar de las partidas gruesas como contratos millonarios, viajes absurdos, agujeros sin fondo, contrataciones de personal sin justificación.

A nadie le preocupó, el dinero no era de nadie ―concepto muy interiorizado, por lo visto, por la clase política en general, y lo importante era manejar la información y aparentar grandeza. Eso no son circunstancias, señor Fabra, eso es mal hacer y debería llevarse ante la justicia a los responsables. Y debería haber entonado el mea culpa aunque esta patata caliente la cocinaran otros. Es una responsabilidad heredada, pero hoy en día es su responsabilidad, y en vez de acabar con ella, debería haber buscado una solución. No me vale que no puede asumir la readmisión. Si el ERE se hubiera consensuado y se hubieran pactado las listas respetando criterios profesionales, muy probablemente no estaríamos aquí. Eso, ¿a quién se lo atribuye? ¿A las circunstancias? Esto se podría haber evitado, pero una vez más los intereses particulares primaron sobre los generales, y así andamos.

Una pregunta más, para terminar: estando en el aire la admisión del ERE, ¿a quién se le ocurrió cambiar de imagen corporativa? ¿Qué empresa se llevó ese contrato? ¿Cuánto se va a pagar por ello? ¿Para eso sí hay dinero? Lo dicho, atando perros con longanizas cuando no tenemos ni para el pan. Y encima, para tirarlo a la basura. Inteligente ocurrencia, como tantas otras, de la que nadie será responsable.

Ha sido una decisión dura y difícil, no lo dudo, pero el desastre lo han servido en bandeja los que ahora dicen que no tiene solución, y el resultado es que nos han robado a todos los valencianos nuestro derecho a la información propia, a tener un medio al servicio de nuestra cultura y tradiciones, por su incapacidad, por su mala gestión, y por su falta de ética, y han llevado a la ruina al sector audiovisual de esta Comunidad sin que nadie asuma su responsabilidad. Para variar.

Tal vez sea la imagen del fracaso de una forma de hacer política y de gobernar, y ojalá se saque alguna enseñanza positiva de ello, para que no se repita.

#RTVVnoestanca




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