13 Dic Por una vez
El día del voluntariado pensé en publicar algo que había escrito, pero me rajé. Hoy sí me he sentido con el ánimo de hacerlo. Para mí ha sido un día importante. Por la mañana estaba citada junto a muchos más para compartir experiencias, conocer proyectos y reconocer el trabajo de mucha gente. Nunca hablo de ello, pero creo que es bueno hacerlo. No lo había hecho (por pudor), pero por si mi testimonio, aquí, bajito, en mi rincón, puede ayudar a alguien voy a contar algo que pasó y me llevó hasta la reunión de esta mañana.
Los que han leído El final del ave Fénix saben que el prólogo nace de una experiencia real. Recuerdo como si fuera hoy los días de insomnio, la tensión, la sensación de fracaso, de no poder más, de inutilidad. Estaba sola para todo: un trabajo absorbente en el que, además, percibía que pasaba algo raro ―aunque lo achacaba a mi estado de ánimo―; una familia con dos niñas pequeñas donde la mayoría de responsabilidades las asumía yo; y una madre enferma con necesidad de cuidados continuos como consecuencia de unos tratamientos cuyos efectos secundarios la trastornaban y le producían muchos problemas . En aquellos momentos desconocía la labor de la AECC; en los hospitales dónde la trataron no estaban implantados. Conocí a la asociación a raíz de encontrarme yo mal. Sufría lo que llaman el síndrome del cuidador quemado o burnt out. Seguro que quienes hayan pasado una situación similar sabrán de qué hablo. Fue el oncólogo que trataba a mi madre quien me recomendó que fuera a un especialista o la que acabaría ingresada sería yo. Ahí fue cuando me enteré de las muchas cosas que hacía la AECC. Me facilitó el nombre de una terapeuta que trabajaba con enfermos de cáncer y sus familiares y, con algún reparo que otro, me decidí a ir. Fue la mejor decisión. Entre otras muchas cosas, me recomendó que, si podía, contratara a alguien para ayudarme y no morir en el intento. Hasta entonces, solo pensarlo era sacrilegio: ¿cómo no iba yo a dedicar todo mi tiempo fuera del trabajo a mi madre? ¿Y si le pasaba algo y yo no estaba? ¿Y si se sentía abandonada? ¿Y si…? Eran muchas las ideas que generaba mi cabeza para agobiarme y alimentar el sentimiento de culpa. Pero con la ayuda de Bea tomé conciencia de la realidad: si no hacía algo por evitarlo, la que acabaría enfermando sería yo. Me hizo ver la situación desde fuera, a racionalizar, a reconocer mis propias limitaciones y a aceptar que no podía abarcarlo todo e intentarlo era incluso perjudicial para ella. Contraté a una persona que me dio un mínimo de paz y me permitió recuperar poco a poco la salud que había perdido. Lástima que tardara tanto, porque solo dispuse de esa ayuda en sus últimos meses.
Mis padres siempre fueron de implicarse, supongo que el ejemplo de nuestros mayores cala, y llevaba tiempo queriendo colaborar de forma activa en algo. Como muchos otros. Pero no había llegado mi momento; nunca parece el momento adecuado o pensamos que es para gente especial, más buenos que la media, o más pacientes, o más lo que sea. Nos ponemos trabas que no existen. Cuando mi madre falleció, pasado el duelo, algo en mi interior se removió. Yo lo había pasado muy mal y pensé en cuánta gente habría pasándolo igual o peor. Aquella idea que de tanto en tanto me venía a la cabeza y había aparcado por una u otra razón, tomó forma, era el momento. Sabía que era fuerte, que los hospitales no me imponían ―eran mi segunda casa― y era capaz de aguantar mucho más de lo que nunca imaginé. Dice el refrán que no nos dé Dios a pasar todo lo que somos capaces de aguantar, porque todos sacamos fuerzas de no sabemos dónde cuando la vida nos coge por dónde duele y aguantamos, vaya si aguantamos. Así que me dije, ¿por qué no ahora?, y me presenté en la AECC para informarme sobre el voluntariado y en qué podía ayudar.
Fue un proceso largo, cuando te decides te entran las prisas por hacer algo productivo, pero todo lleva su tiempo. Pasé los test, las entrevistas, los cursos de formación y comencé. Tuve la bendita suerte de tener de compañera en esos inicios temerosos ―mentiría si dijera que fue fácil― a Begoña, una señora encantadora, dulce y sabia, a la que acompañé durante las primeras semanas y de quien aprendí mucho―cada palabra suya, cada sonrisa, cada gesto, era una enseñanza― hasta que comencé a volar sola. No fue fácil, pero no por lo que había que hacer, sino por los miedos e inseguridades lógicos de iniciar algo así.
De eso han pasado diez años. Diez años en los que, en lo personal, los últimos seis han sido muy duros , justo cuando también empecé en Mamás en Acción. Pero si hay algo en estos años de lo que no me he arrepentido, es de cada lunes que acudo al hospital, a esa primera planta, y abro una puerta sin saber qué voy a encontrarme, con la convicción y la voluntad de aliviar a quien se encuentre tras ella en la medida de mis posibilidades, o cuando subo a la octava con un carro cargado de zumos y de esperanza. No he estado sola. Ha sido posible gracias a mucha gente que conforma esta asociación: a Inma, mi coordinadora, que me ha apoyado y comprendido en los momentos malos; a las formadoras que periódicamente nos preparan y facilitan herramientas para hacerlo mejor; a las compañeras, como Rosamari y Rosa, que llegan donde una no alcanza; a los médicos que nos explican de forma inteligible cosas que pueden sernos útiles al hablar con los pacientes o, como diría mi amigo Francesc, para ayudarles gestionar su fragilidad.
No soy nadie especial, soy una persona normal, como tú que me lees. Como yo hay millones con disponibilidad y ganas, a quienes solo les falta ese pequeño empujón, ese levantar un teléfono o abrir una web e inscribirse. En esta causa o en cualquier otra, cada uno tiene en su corazoncito algo que le mueve, que le preocupa, y aunque no siempre se puede, lo sé muy bien, a veces hace más quien quiere que quien puede.
Hoy me han dado una V pequeñita y dorada por esos diez años haciendo algo que me hace feliz, que me enseña, que me ayuda a crecer como persona y devolver parte de lo mucho que he recibido, y me he emocionado. Cuando comencé no creí que llegara tan lejos. Y quería compartirlo con vosotros y animar a quien pueda a dar el paso. No se arrepentirá.
Foto: AECC
Yo por mi parte espero que el próximo lunes sea el primer día, si la salud y el ritmo de vida me acompañan, de otros diez años más aceptando este reto.
Foto: AECC
Feliz Navidad.
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