Planeta remember

Hoy, como cada 15 de octubre, día de Santa Teresa, se hace público el fallo del Premio Planeta. Para mí es un día singular, una especie de cumpleaños. Recuerdo otro 15 de octubre, el de 2007, con una nitidez abrumadora. Pocos días antes, el diez de octubre creo recordar, me había enterado por la prensa (no te avisa nadie) de que era una de las diez finalistas a este premio. Nunca antes había escrito ficción, no tenía ni idea de cómo podía publicar aquellas páginas salidas de las tripas y el corazón, y presentarme a un premio nos pareció una posible salida. Que fuera el Planeta fue casualidad. Yo había terminado la novela en mayo y el plazo de presentación de ejemplares para el Planeta se cerraba el 15 de Junio. Algo muy parecido comentaba Gadea Fitera, otra valenciana que llegó a esa gala hace unos años y que acaba de publicar su primera novela con La Esfera de los Libros.

Amanecí ese día cargada de ilusión, sin pretensión alguna, dispuesta a disfrutar, a empaparme de la experiencia. Confieso que en mi papanatismo ignorante me había comprado un vestido que fuera digno de la ocasión. Para mí era un acontecimiento singular y quería ir presentable.

Por desgracia, no cayó en fin de semana como este año y tuve que pedir dos días de vacaciones en el trabajo. Pero daba igual, no iba a perdérmelo. Tampoco me frenó la fría voz de mi interlocutora cuando llamé a la editorial para informarme sobré qué hacía un finalista:

Los finalistas están invitados a la cena pero no es necesario que vengan. ¿Usted quiere venir a la gala?
―Pues, si es posible, me gustaría, sí, claro.
Imagino que sabe que el viaje y la estancia se los paga usted. La invitación es solo para la gala. ¿Sigue queriendo asistir?
Sí, no se preocupe. Esto no pasa todos los días y no creo que se repita.
―Ah, muy bien. No hay problema. Tendrá dos entradas para la cena a su nombre en el mostrador. Al llegar diríjase a una de las azafatas y le darán el sobre.

En el tren estaba como un flan, como si estuviera a punto de despegar en una misión interespacial. Pensaba en mis padres, en qué habrían dicho al verme allí. En mis hijas, en qué pensarían el día de mañana.

Llegamos al hotel con tiempo. Quería dar una vuelta por los alrededores y ver los preparativos: la alfombra roja todavía con el plástico de protección, los camareros poniendo los cubiertos, la prensa tomando posiciones… Me sentía pequeñita y grande a una vez. Era la pulga del evento, pero estaba en un escenario inimaginable para mí.

Cuando se acercó la hora, volvimos al hotel para cambiarnos. No quería llegar tarde, no fuera a perderme algo, y si me descuido quito yo el plástico de la moqueta. La cantidad de periodistas que se apostaba a la entrada era impresionante. Venga a disparar fotos a todo el mundo, ya verían después quién era quién.

A mi alrededor muchas caras conocidas: escritores, periodistas, políticos, caras que me sonaban pero no lograba ubicar… ¡Mira, mira, es Marta Rivera de la Cruz con Espido Freire! ¡Fernando Schwartz! ¿Aquel tan alto es Luis del Olmo?… Yo iba como niña con zapatos nuevos de un lado a otro, con una sonrisa que no me cabía en la cara.

 


Efectivamente, me dieron el sobre con los vales de la cena. Mi mesa estaba en una esquinita, curiosamente era la misma que horas antes había fotografiado desde la calle. Compartía honores con otro finalista de quien no he vuelto a saber aunque nos escribimos durante un tiempo y con varias personas relacionadas con la editorial
un impresor, un proveedor de material publicitario y alguien del departamento de marketing con sus respectivas parejas―. Encantadores todos, amables, cariñosos. Hablamos de mil cosas durante la cena. Se ocuparon de aclararme que era muy difícil ganar ―como si yo no lo supiera― y me pusieron en antecedentes de cómo se desarrollaba la cena. Entre plato y plato el jurado hacía pública la votación que se reflejaba en los paneles. Las rondas eran eliminatorias. Primero quedaban cinco, luego tres, y por último se hacía saber lo más esperado de la noche: los ganadores.

En la primera votación quedaron tres novelas empatadas en el sexto puesto; la mía una de ellas. La de mi compañero de mesa quedó la quinta y pasó el primer corte. Los rumores sobre los premiados eran un clamor, y yo no quería perder la oportunidad de inmortalizar mi paso por el evento acompañada de los galardonados.
Boris Izaguirre estaba en una mesa central pero relativamente cercana a la mía, y allá que me fui haciendo gala de un aplomo y cara dura poco habitual en mí. Me acerqué, me presenté, y le pedí amablemente si podía hacerse una foto conmigo para tener un recuerdo con uno de los premiados. Accedió tras alguna protesta en plan: «Pero si eso no se sssssaaaaabeeeeee, amor». A Millás no lo veía desde mi mesa, estaba justo al lado del escenario y mi aplomo no era el suficiente como para recorrerme la sala en su busca. Igual con una par de vinos más…
Con el café se leyeron los premiados. Aplausos, flashes, miradas satisfechas. Yo seguía feliz, cada segundo era un sueño, una señal de que había encontrado un camino inesperado por el que comenzar a andar. Quise agradecerle a don José Manuel Lara su generosidad al permitir que alguien como yo, una principiante, pudiera disfrutar de tamaño reconocimiento. Le sorprendió que fuera la primera vez que me presentaba y, más aún, que fuera mi primera novela. Me aclaró, en tono de disculpa, que ganar era muy difícil y que no publicaban a los finalistas, pero, como según recordaba ―y es cierto que sabía de qué hablaba, mi novela tenía un informe de lectura muy bueno, hablaría con su secretaria para que me lo enviara por si servía de ayuda. Y así lo hizo. Un hombre de palabra. Aunque no sirve para nada, ya os lo digo.

Me acosté sintiendo que muchas de mis inseguridades se evaporaban, agradecida a tantos amigos como se acordaron de mí esa noche y me enviaron sus mejores deseos por sms y, no lo olvido, con una lágrima resbalando por mi mejilla y un «os quiero, va por vosotros», ahogado en la garganta ante el recuerdo de los ausentes.


Desde entonces he publicado tres novelas: la que abrió esta senda, El final del ave Fénix, Las guerras de Elena y Yo que tanto te quiero.



Durante un tiempo he ocupado los primeros puestos en las listas de los más vendidos; he colaborado cuatro años en un periódico, escrito varios relatos, actualmente colaboro en Zenda y estoy corrigiendo mi cuarta novela sin perder la ilusión de poder, algún día, vivir de la escritura. Definitivamente, aquel 15 de octubre de 2007 me cambió la vida.


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