19 Ago No es Juego de Tronos, es el proyecto de estado Islámico
Sé que son vacaciones, que la gente necesita desconectar y disfrutar de la paz estival, pero por desgracia el mundo nunca descansa y las guerras mucho menos. Y además hacen ruido en los medios y llenan espacios que la política nacional deja vacante por el éxodo de agosto, y es difícil no asistir a lo que está pasando con la mala conciencia de verse en biquini dedicado a sestear mientras se masacra a gente en algún lugar lejano. Asistimos con dolor a los bombardeos en la franja de Gaza, al conflicto en Ucrania, a las matanzas de Isis… Pero, como en todo en esta vida, asistimos también a la constatación de que hay muertos de primera y de segunda, muertos que levantan ampollas y pancartas, y otros que apenas existen para nadie más que para sus familias y para algún cooperante que nunca volverá a ser el mismo (quien no haya leído este artículo, que lo haga: «Esto es un genocidio medieval»). No soy aficionada a las manifestaciones, aunque cuando me ha parecido que podía tener una utilidad real, más allá del postureo, lo he hecho. Pero sí hay mucha gente que tiene la protesta pública como parte de su vida, la pancarta lista en la puerta de casa, la palestina colgada junto a la chaqueta para no olvidarla al salir… Y llego a la conclusión de que para los profesionales de la protesta, depende de quién empuñe el arma se mira para Cuenca o se planta uno en la puerta de la embajada de turno a decirles del mal que tienen que morir. No voy a entrar en el tema palestino, del que mi buen amigo y escritor Josep Asensi ya hizo un artículo de lo más sensato en su blog, pero sí quiero entrar en la reacción general de grupos muy activos por los derechos humanos que parecen estar mudos ante, para mí, una de las mayores barbaries que se están produciendo ahora mismo ante la indiferencia de casi todos. No he visto a casi nadie levantar la voz contra lo que está pasando en Irak. Las noticias son asépticas, notariales, se habla de cortar cabezas como si sucediera en un capítulo de Juego de Tronos. Irak es tema tabú ―desde luego es un lugar complicado para identificar buenos y malos, porque cambian con frecuencia de lado―. El extremismo islámico es tema tabú. No sé si soy la única que tiene la sensación de que en este país los crímenes en nombre del Islam se observan con cierta laxitud, y muchos de los profesionales de la pancarta no parecen afectados cuando los crímenes vienen de la mano de estos fanáticos. No sé si es un complejo patrio por haber expulsado a los moros de España, un antisemitismo atávico que convierte en bueno todo lo que vaya contra Israel o que el tema de Irak con la fallida intervención ―fallida desde sus motivaciones hasta la repatriación de tropas― nos ha dejado a todos con la sensación de que mejor no menearlo, pero nadie dice nada y lo cierto es que cada día son más las cabezas cortadas y colgadas de los caminos, las mujeres violadas, los hombres mutilados, los niños marcados de por vida bajo la excusa de no abrazar la fe verdadera, sin que nadie levante la voz ni tome medidas serias. Una cosa es una guerra y otra el terrorismo fanático que se está viviendo allí, unilateral, sin defensa posible por parte de las víctimas, en nombre de un Dios que ya podría partir en dos a los que de esa forma invocan su nombre. Pero no, ningún rayo los va a fulminar ni la ira divina caerá sobre ellos. Sólo queda confiar en que la ONU, ese organismo que cuesta mucho más de lo que vale, haga algo útil y decida mandar tropas o lo que sea para evitar que el Estado Islámico que los yihadistas quieren formar hasta donde las fuerzas les dejen, sea una realidad. Sí, es un estado islámico extremista lo que quieren formar, y tal vez de ahí que tantos miren para otro lado. Tampoco serviría para nada que saliéramos a manifestarnos, los terroristas estarían encantados, a ellos la opinión internacional se la trae floja, pero me llama la atención esa diferencia de actitud según la fuente del problema y además me parece peligrosa por lo que de permisividad transmite.
Por desgracia, hay muchas otras matanzas, las hubo y las habrá. África es un hervidero en el que el ébola no va a costar ni el uno por ciento de las muertes que han segado hachas, machetes y kalasnikovs. Pero la diferencia es que la mentalidad que ampara lo que está sucediendo en Irak, aunque algunos no lo vean, no se circunscribe a aquellas tierras lejanas. Es más universal. Más próxima.
Ahora mismo se está crucificando a gente, masacrando, violando, da igual el sexo, da igual la edad, solo hace falta una excusa: no profesar la misma fe que el dominador o no profesarla con la misma intensidad, porque también están matando a minorías chiítas y sunitas. No es algo nuevo, al revés, de tan viejo creía una que ya estaba erradicado del planeta salvo por algún demente que fuera por ahí creyéndose el nuevo mesías impartiendo su particular justicia divina. Pero resulta que no. Los hechos que hemos leído en libros de historia y por los que algunos, incluso, han pedido rectificaciones públicas ―expulsiones y masacres de hace setecientos años, cuando la vida de las personas no valía nada, la razón y la justicia eran conceptos poco difundidos, y la religión un salvoconducto para todo tipo de tropelías―, se están produciendo ahora mismo sin apenas una voz en contra. Tienen pasta ―alguien los financia, empezaron los buenos chicos de Al–Qaeda y ahora hasta aquellos los han repudiado―, y han contratado mercenarios porque solos no dan abasto para acabar con los kurdos que sobrevivieron a Sadam y avanzar en su camino a por los siguientes. Pobre gente, parece una maldición… Es un nuevo holocausto que, estoy convencida, si fuera de otro signo ya se habría atajado.
En España hay una corriente bastante acusada de simpatía y justificación de lo que procede del entorno islámico, hoy por hoy una religión que llevada al extremo está costando más vidas que muchas enfermedades, y la sola mención de lo que estoy diciendo te coloca en el disparadero. El extremismo islámico se rechaza, pero a la vez se procura no mencionarlo, separar el hecho cruento del origen. Y de ahí el silencio y la falta de apoyo explícito. No quiere verse que una cantidad peligrosa de fieles vive y se comporta como en la Edad Media y no se va a parar ante ninguna frontera si alguien no los detiene ―no estaría de más que alguna voz islámica autorizada y sensata, que seguro que las hay, condenara y liderara algún movimiento en contra de los extremistas―; y eso implica hacer algo más que llevar ayuda humanitaria a los supervivientes kurdos o hacer declaraciones. De momento solo hay una débil cooperación americana, francesa y británica.
Pero con todo lo que pasó en Irak, a ver quién es el guapo que asume la responsabilidad de agarrar el problema por los cuernos y tomar medidas contundentes, esas que no nos gustan a nadie, pero que por desgracia a veces son necesarias. Nos guste o nos disguste, si alguien no interviene pronto habrá demasiado que lamentar, aunque parezca que aquello no va con nosotros. Ya hay demasiado que lamentar, pero todavía queda lejos. Y como lleguen a Irán, nos podemos agarrar. Sé que mis palabras no sirven de nada, que a nadie importan, pero es el único medio que tengo para decir cómo me siento: triste, impotente, rabiosa y defraudada con el llamado Primer Mundo.
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