El ciclo de la vida (de los libros)

Sí, yo también decía eso de «me lo compraré para vacaciones» pensando en esos libros que quería leer sin interrupciones y que durante el curso laboral y escolar se hacía imposible. Y la realidad era que me olvidaba del título y, pasados los meses, había salido otro igualmente apetecible que me entraba por los ojos desde la mesa de novedades. Es más, del título aquel que me conquistó a primeros de año no quedaba ni rastro en las librerías y en mi memoria tan solo permanecía un pequeño rumor.

Entonces no escribía y no conocía el ciclo de la vida de los libros. Tenía la impresión, equivocada, de que las librerías eran como el bolso de Mary Poppins en el que todo cabe, desde los clásicos imperecederos hasta el libro más raro. Pero no.

Tampoco era consciente de la cantidad de títulos nuevos que cada día se publican ―he llegado a la conclusión de que en España hay más escritores que lectores―; las novedades buscan su espacio desplazando a sus predecesores, primero a los anaqueles y después al destierro,
salvo que se produzca el milagro ―todos lo esperamos, para qué negarlo― de que se convierta en superventas. Pero como decía sabiamente el escritor Javier Sarti en la última Liturgia literaria organizada por El Cuaderno Rojo, es más fácil ser uno de los agraciados por la Primitiva que convertirte en superventas. Bombazos patrios puede haber uno o dos al año de entre los miles de títulos que se publican ―casi veinte mil el año pasado―, y por lo general son de autores conocidos. Y cuando eso no ocurre, en seis meses como mucho al título le cantan Requiem.
La cuestión es que los libros son una especie de hortaliza de papel, con los periodos de producción y caducidad algo más largos, pero igualmente perecederos.

Hay autores muy prolíficos y veloces que producen novelas como churros, pero lo habitual es que los plazos superen el año desde que te enfrentas al folio ―o la pantalla― en blanco, hasta que lo tienes listo para enviar, habida cuenta que la mayoría se dedica además a otras actividades para subsistir. Entre escribir y corregir, uno o dos años mínimo se van. Si te respalda una editorial, puede que al año siguiente esté publicada; si por el contrario tienes que buscarla, ahí los plazos son impredecibles, tal vez un año, tal vez nunca. Y eso también conlleva trabajo, envíos, conversaciones… mientras se trabaja en el siguiente. Pero, por seguir con este desarrollo, pongamos que ya tienes editorial. Has invertido un par de años ―ya digo que cada autor y cada libro es distinto y hay quien se puede pasar ocho años con un manuscrito― y se te va otro hasta publicar. Llevamos tres años con el niño a cuestas, pero ¡por fin está en las librerías! Y entonces empiezan las prisas porque o despega en los tres primeros meses ―me refiero a agotar la edición, sea del número de ejemplares que sea― o a partir de esos tres meses el libro irá desapareciendo. Hay fechas que favorecen esos lanzamientos potentes, como diciembre de cara a Navidad, abril y mayo por la feria del libro ―esto solo si ya eres un escritor reconocido/famoso― y los meses antes de vacaciones. Fuera de esos periodos, los lanzamientos son más bien «caídas». Los libros caen sobre las mesas de novedades cuando los lectores ya están saciados de lecturas y con los presupuestos agotados. Son fechas de menos competencia también, los autores de renombre publican en las mejores fechas, pero hay poco espíritu de compra. En esos tres primeros meses, a veces incluso un poquito más, los autores intentamos hacer visibles nuestros libros, organizar presentaciones, conseguir entrevistas; acudes donde te llaman con gusto y esperanza y, a veces, incluso inviertes más de lo que sabes que llegarás a cobrar por las ventas de tu obra. Pero es eso, una inversión en algo que crees y sabes que es la única forma de llegar a los lectores ―por si no es obvio, aclaro que todo lo dicho no es aplicable ni a Belenesestaban ni a autores ya famosos a los que normalmente son las editoriales las que les organizan todo esto y tienen garantizada crítica especializada y entrevistas de ámbito nacional―. Pero como explicaba más arriba, el salto mortal no es fácil que se produzca ―mejor la loto, ya sabes― y poco a poco aceptas que de nuevo te quedas ahí, unos metros más allá de la casilla de salida, con más experiencia, más espolones, más alegrías y, también, más sinsabores. Y recuerdas a esos amigos que te dijeron que solo leían en vacaciones y prometían comprar tu novela entonces, y tú sabes que para entonces tu novela ya no estará a la vista. Porque pasado ese periodo de prueba los libros irán volviendo a sus casas, a las editoriales que los publicaron, y pasado algo más de tiempo lo que haya quedado, poco o mucho, será destruido. El trabajo de dos, tres, cuatro años, habrá permanecido unos cuantos meses en la calle y morirá en un almacén. Puede que los lectores te contacten enfadados porque no encuentran la novela tras esperarse, fieles a tu obra, a comprarla en esa fecha perfecta, pero es que el ciclo del libro es ese y como autor poco puedes hacer.

Hay excepciones, como lo ha sido «El final del ave Fénix» que tras siete años desde su primera edición se sigue vendiendo, pero su trayectoria
ha sido extraña, poco habitual y, creo, irrepetible. Pero la segunda parte, «Las guerras de Elena», no va a tener esa suerte. Cuando escribo estas líneas queda en 36 de las 105 librerías de CEGAL a las que llegó

Al menos, e
so sí, permanecerán en el limbo digital una vez las criaturas de papel sean desterradas al cementerio de los libros.

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