Morbosos y primitivos

Somos primitivos. Y morbosos. Debe ser de las pocas cosas que tengo claras respecto a la mayoría de la población hispana, y puede que hasta de la del infinito y más allá. La deriva que han tomado los programas de televisión, que hace tiempo que dejaron el rosa pasteloso a lo Igartiburu para dominar todas las gamas del amarillo y el marrón (busquen el símil), así lo indica, ya que la gran excusa ―como bien señalaba un artículo muy interesante que pesqué en Twitter de la página Jot Down, llamado Sexyperiodismo― es que es lo que pide la audiencia; y vive Dios que esos programas son los que se llevan la parrilla de calle. También las noticias se han convertido en una especie de Magazine, entre los sucesos, lo anecdótico y lo escabroso.

La prensa ha ido tomando ese camino no sé si de perdición, como señalaba David Jiménez, y me hizo gracia leerlo en su artículo porque hace ya tres años escribía yo algo en ese mismo sentido (Fútbol, sexo y religión) y llevaba semanas pensando en ello. Ese tipo de noticias están siempre entre las más leídas y ahora, además, se sabe de inmediato, de forma exacta, clic a clic, y muchos medios han tomado nota y han cambiado el peso de la información, llamémosla seria, por la que apela a instintos más primarios.

Faltaba por saltar esa barrera el mundo de la literatura, aunque el escándalo siempre vendió. Pero lo de ahora es distinto, parece que la posibilidad de venta de un libro viene de la mano de la temperatura inguinal que provoca. La literatura erótica tuvo cierto auge tras la transición a la democracia, y el premio «La sonrisa vertical» popularizó títulos y autores de un género hasta entonces maldito, pero era minoritario. La gente había pasado muchas apreturas y había que recuperar el tiempo perdido y algunos hasta recibir lecciones necesitaban.

A la vez se estrenaron un montón de bodrios cinematográficos, las famosas películas «S» que hoy producen hilaridad y entonces producían movimientos orquestales en la oscuridad. Pero aquella efervescencia se calmó, y las aguas se serenaron. Hasta no hace mucho.
Fue salir las famosas 50 sombras
―«Chulazo rico te va a dar mala vida» según resumen del crítico David Burguera, y parece que o tus personajes tienen la vida sexual de un mandril o no vendes un ejemplar. En la novela mencionada es así, pero me ha llamado la atención que autores de muchas otras, de novelas de género de las de toda la vida, han comenzado a promocionarlas al grito de: «¡Sexo, sexo, señores, hay sexo!», «¡La novela censurada!» o frases similares, y las «campañas» se han llenado de textos con escenas calentorras para atraer la atención del público. Además del surgimiento de las «sexcuelas» del chulazo de Grey, con protas ricos, atractivos y viciosos en busca de las más altas cotas del placer (frase típica de la versión cutre de este género, popularizada en estos días), que copan las mesas de novedades.

El premio «La sonrisa vertical» dejó de convocarse por la falta de calidad de los títulos presentados y porque las escenas de sexo más o menos explícito se popularizaron en todos los géneros. El erotismo planea en la narrativa actual con naturalidad, y en muchos casos gran maestría en su relato, como una parte más de la vida que es y lejos de las censuras de otra época. Pero fuera del propio género erótico (o pornográfico porque la línea sutil que los separa se difuminó hace mucho), el acento en una novela se ponía en la historia, en cómo se contaba, y después venían otras cosas. A nadie se le ocurría decir: «Compre mi novela, verá cómo folla el rey Sancho». Y ahora, pasa. No de forma tan burda, pero 140 caracteres o un comentario en Facebook dan lo suficiente de sí para hacer ese tipo de publicidad.
Y se está haciendo. Y funciona. Y no me parece mal.

Pero me ha dado por reflexionar si este fenómeno, más humano que literario desde mi punto de vista, no es otro signo más de lo mal que lo estamos pasando, de la necesidad de evadirnos, y a ser posible de evadirnos dándole alegría al cuerpo de la forma más sencilla y amanosa, en toda la acepción del término.

Ojalá sea una moda pasajera como lo fueron los Códigos y los Crepúsculos y se siga pudiendo escribir de todo, como a uno le parezca, aunque haya temas estrella en cada momento. Pero como esto sea duradero, me veo a muchos mejorando la vida sexual de sus personajes, aunque no venga a cuento, para poder sacar un libro a la calle y encontrar huecos en las librerías.

De hecho, ¿que no debería incluir yo en la faja de alguno de los míos alguna frase del tipo, «Incluye personaje depravado y vicioso»? Habrá que pensarlo…

Por cierto, seguro que esta entrada será pronto una de las más visitadas del blog. Sino al tiempo.


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