Mar de fondo

Cuánta vida hay aquí abajo, ajena a los turistas, al cambio climático, a las noticias horribles de cada día. Es otro mundo, sereno, lento, apacible, tan distinto al mío. Hacía años que no me acercaba a este lugar de la costa dónde de pequeña jugaba con mis padres. A Gabriel no le gusta, dice que esta zona está por civilizar. Temí que la colonización urbanita hubiera ahuyentado a los peces, pero el entorno es fascinante, limpio. Esta  luz extraña, como de país de cuento, me acaricia con una dulzura que necesitaba hace mucho. No sé por qué he tardado tanto. Sí lo sé: por miedo, por cobardía. Siempre quise aprender a bucear, hacer inmersión, pero no tuve oportunidad. Tampoco Gabriel me habría dejado. Tal vez ese deseo surgiera de la necesidad de volver a sentir la paz que me daba la mano de mi padre, tan fuerte, tan segura, al arrastrarme por este mar con una pequeña red en la otra mano y las gafas de buceo. La misma paz que siento ahora, libre de todo salvo de mis recuerdos. Trepábamos por las rocas y saltábamos al agua, como hoy.

El mar siempre me atrajo. Podía pasarme horas contemplándolo, empapada de su color, de su aroma, de ese horizonte cambiante que lo mismo destaca rabioso bajo el cielo como se funde en un lienzo interminable, infinito. Era mi terapia. Cuántas veces me escapé cuando en casa el aire se hacía irrespirable y Gabriel desaparecía tras un portazo. Acudía como si desde sus aguas me llegaran los cánticos de sirenas ancestrales. Hoy me han llamado.

Me habría gustado despedirme de Paco. Decirle cuánto bien me han hecho sus piropos tontos al servirme un café, qué bien te sienta ese rojo, morena; su preocupación disimulada ante este o aquel cardenal, ¿de verdad que te has tropezado? ¿necesitas algo? Cuenta conmigo, eso me decías, pero me faltó valor. Siempre he sido cobarde, ya me lo decía Gabriel. Y una inútil. No pienses en ello Maca, no en este momento. Es todo demasiado hermoso para estropearlo.

No sé mucho de fauna marina, pero lo que acaba de pasar parece un denton. Mi abuelo contaba que los pescaba en estas aguas. Nunca había visto uno tan cerca. Tampoco sospechaba que hubiera coral, lo asociaba a zonas más tropicales. Qué hermosura… Esto es un pequeño paraíso, un oasis sereno. Debería de haber nacido pez. Los veo desplazarse a mi alrededor con una marcha despreocupada y calmosa que me transmite la paz que no he disfrutado en años.

¿A qué profundidad estoy? Si llevara un equipo de esos que alquilan en el puesto de la playa vecina lo sabría. Pero, ¿qué más da? Tampoco sé la hora, más de las siete seguro. Una luminosa tarde de julio, la más hermosa que disfrutaré ya. Es maravilloso vislumbrar las madejas de sol a través del agua. ¿Por qué no podrá ser la vida tan simple y sencilla como se percibe en este fondo marino?

Ya habrán encontrado el cuerpo de Gabriel. Me dijo que una compañera de trabajo tenía que traerle no sé qué para el viaje de mañana y no recuerdo haber cerrado la puerta al salir. Qué extraño ha sido todo. Lo he visto entrar en casa, como cada día, con su corbata, el gesto crispado, la mano suelta y el tufo a whisky. También, como siempre, no le ha gustado mi vestido: primer empujón; tampoco el orden de su despacho: segundo empujón. El agua me refresca y alivia el dolor de los golpes.

No debí guardar su pluma, sé que no tolera que cambie las cosas de sitio, me merecía el bofetón; uno más, el último. La culpa es mía. Se me ha escapado un grito y he despertado a Marieta. Pobrecita. Nunca debí aceptar cuidarla. Gabriel no soporta a los niños. A mí me habría gustado tener familia numerosa. Al oírla se ha ido de cara a ella y… A ella no, angelito, a ella no, la culpa solo era mía, no podía permitirlo.

No quiero pensar en ello, ha sido todo demasiado duro…  Prefiero concentrarme en este entorno, mi cielo marino, mi paraíso inhabitado.

Eso de ahí es un pulpo, qué majestuoso. Me hipnotiza la plasticidad con que se mueve.

Dicen que, en momentos así, la vida entera pasa ante tus ojos, pero ante los míos solo pasa un pulpo y la imagen de Gabriel con el abrecartas clavado en la espalda. Una cobardía, una más, pero de frente me habría sido imposible. Demasiado fuerte, demasiado bruto, demasiado rápido.  Tampoco lo he pensado mucho. Decía que no sirvo para nada y tiene razón. Nunca hago nada bien, pero Marieta no tenía ninguna culpa. Cuando lo he visto abalanzarse sobre la niña ni lo he pensado. ¡Zas! Tal vez si hubiera hablado con Paco no estaría aquí ahora, con las pesas lastre de Gabriel en los pies. No llegó a estrenarlas. Decía que iba a ponerse en forma, pero el tabaco, la bebida, las circunstancias. Paco es un buen hombre, me ha visto salir corriendo y me ha llamado, pero he huido. Me ha faltado valor para contarle que soy una mierda, que no hago nada bien y, además, una cobarde. No quiero envejecer en una cárcel. Prefiero este final, es más hermoso, más poético, como Alfonsina. Parece que estoy escuchando a Mercedes Sosa…

Siento… una presión inmensa en el pecho…  como si fuera a explotar. Dios… Por qué he hecho esto… Me falta el aire.

Maca, ¡suéltate! ¡Sube! ¡Inténtalo! Has tocado fondo, en la vida y en este camino hacia la muerte. Pega una patada… y ¡sube! ¡Esta no es la solución! ¡Papá, no me dejes!

No puedo… me ahogo…  ¿Qué has hecho?

¿Paco? Debo de haber muerto.

¿Paco? ¿Me has seguido? ¡Aire, dame aire! Sí, ahora respiro. Me pides calma. Lo intento, me calmo, pero respiro ansiosa.

El mar nos mece. ¿Me sonríe?

Subiré, subiremos, poco a poco, con ayuda. De todo se sale.

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