02 Sep LUL-5: Las opiniones negativas son las únicas reales
En esta última semana de agosto he leído mucho sobre reseñas y opiniones, uno de los temas más manidos en blogs literarios y en el que yo misma hice una breve incursión con «Lectores destroyer». Pero lo que me ha llamado la atención es la constatación de algo que me negaba a creer.
Que los críticos profesionales cobren es algo lógico, y por tales me refiero a los que trabajan en medios de comunicación (prensa, radio, televisión) para hacer precisamente eso, reseñar libros. Que estos tienen sus compromisos con las editoriales a la hora de favorecer la imagen de un libro, también es sabido. Todo eso es parte de la industria editorial, de la máquina de vender libros, y es fácil detectar las «ganaderías» ―como algunos las llaman― por las que se inclinan unos u otros grupos de comunicación. Casi siempre por los de la propia cuadra, por seguir con el símil. También hay rumores no confirmados, pero potentes, de que las editoriales tienen «opinadores» anónimos en nómina para bendecir sus títulos estrella y perjudicar a los posibles competidores, aunque de este rumor no sé cuánto hay de verdad y cuánto de leyenda urbano-
Tal vez esto haya repercutido en las frecuentes quejas por el buen rollismo patente en los comentarios de Amazon o en las reseñas aparecidas en blogs, y sospechen de su origen y sinceridad dando crédito tan solo a las opiniones de los destripadores habituales. No me extraña que desconfíen después de leer algunas noticias, como la aparecida en el artículo de Papeles perdidos «Todo por la (buena) crítica», donde se informaba de cómo el famoso John Locke, el superventas independiente por antonomasia, faro de todo el que quiere saltar la banca vendiendo ebooks, había pagado 300 comentarios (ahí es nada) para potenciar las ventas de alguna de sus novelas. Seguía el artículo contando la trayectoria (breve) de una empresa que cobraba por laurear la obra de la parte contratante en los distintos medios a su alcance. Sobrevivió poco tiempo, pero ahí estuvo, dando jabón y vaselina a los autores necesitados a cambio de un sueldo.
Esto da una idea de cuánto pueden influir los comentarios de los lectores sobre las ventas de un libro. Si no fuera así, nadie se molestaría tanto. Pero no se pasa de 300 comentarios positivos (comprados o no) a más de un millón de ejemplares vendidos si la obra no tiene algo y gusta a los lectores. En cuanto a la desconfianza sobre las opiniones buenas a autores poco conocidos, los mismos que desconfían de estas dan por buenas las reseñas profesionales que mencioné unos párrafos más arriba y que responden a intereses empresariales.
Sigo pensando que esas actuaciones son minoritarias (aunque a la vista está que la prensa nacional e internacional sigue el tema) y que, dejando al margen el puñado de amigos aficionados a la red (en mi caso pocos, la mayoría son analógicos) que cada uno tenga y que puedan dejar un comentario subjetivo y bienintencionado ―además del existente, para qué negarlo, compadreo entre algunos autores―, la gran mayoría de opiniones parecen ser de lectores sin más interés que decir lo que piensan (cuando las opiniones son muchas y no dos o tres).
La lectura satisfactoria de un libro crea un vínculo entre el lector y el autor, y he comprobado como muchos demuestran incluso afecto después de leerte, lo que les lleva a apoyar públicamente tu obra. Produce una sensación extraña, pero muy gratificante, ver cómo desconocidos intentan ayudarte a difundir tu obra con todo su empeño sin pedirte nada más que seguir escribiendo, y eso pasa. Yo he llegado a tener una buena relación a través de las redes sociales con muchos de mis lectores, y el camino siempre fue primero leerme y opinar, y luego contactarme, no al revés.
Pero la moda es atacar a los que hacen (hacemos) comentarios elogiosos de nuestras lecturas, y hacerlo casi siempre desde el desprecio, la desconfianza y a veces hasta la soberbia de quien se vanagloria de machacar sin piedad todo libro que cae en sus manos, desde una superioridad intelectual a veces inexistente. Pasan por alto que muchos preferimos comentar lo que nos ha sorprendido gratamente, por muchos motivos: por no perder el tiempo en hablar de lo que no nos ha gustado o no nos aporta nada; por preferir ayudar a libros que nos han hecho felices y no han alcanzado la repercusión que creemos merecen; por no perjudicar a alguien con una opinión que, aunque como todas, se sabe que es subjetiva, puede influir en otros alejándolos de ese libro; porque no te apetece; o incluso por cobardía, que de todo habrá. Pero es así, muchos opinamos mayoritariamente sobre lo que nos gusta, porque nos resulta mucho más placentero que brear, y no por ello dejamos de ser sinceros y señalamos también aquellos aspectos que menos nos han gustado.
Los que se quejan de esa forma de entender la crítica literaria, suelen afirmar a su vez que las «verdaderas» opiniones son las negativas, y ahora no me refiero a blogs, sino a las opiniones en foros, Amazon y otras librerías virtuales por parte de lectores sin identificar, cuando detrás de muchas de estas se esconden problemas o intereses personales ajenos a la obra en cuestión. Iba a poner algunos ejemplos sin citar autores, pero por no alargarlo solo diré que muchas de esas críticas han aparecido después de que el autor criticado anunciara emocionado alguna buena nueva sobre su carrera literaria (contrato, publicación cercana, posición en el ranking…). Por supuesto, también hay lectores anónimos a los que no les gusta lo leído y dejan constancia, pero su contundencia e interés suele ser menor y proporcional al coste del libro, que en los casos a los que me refiero es irrisorio.
¿Estas son las buenas? ¿Las sinceras? Pues bastante menos que las anteriores. Suelen ser duras, crueles incluso, con frecuencia rezuman ironía o sarcasmo para humillar al autor y en ocasiones se llega a la difamación o la falacia (a mí me han acusado de justificar las matanzas de civiles durante la guerra, algo totalmente falso). Hacen afirmaciones absolutas, emiten sentencias como si fueran irrefutables y se elevan, cual dioses, sobre el resto de lectores que han aceptado como bueno el foco de su desprecio. Me ha gustado un párrafo del artículo mencionado antes de PapelesPerdidos, sacado a su vez de un artículo de The New York Times:
«Es fundamental que los críticos reconozcan su actividad como la empresa personal que es. Si la crítica consiste en transformar lo secundario (el juicio del crítico) en primario, entonces ese juicio debería, como contrapartida, ser juzgado. Si para algo sirve la crítica es para la auto-
Y es que hacer una buena crítica negativa es muy difícil, como afirma Pedro Román en leemaslibros («…lograr ese equilibrio entre hacer sangre y escupir vinagre en la herida, frente a desnudar las vergüenzas de un libro, sin más, es complicado») y he visto muy pocas de esas (por citar un par de sitios en que sí he visto criticar con fundamento y sin mala baba: La ventana de los libros de Anabel Botella o Humor y Literatura). Seguro que hay muchos más blogs que ejercen la crítica honesta, positiva o negativa, sin intereses ni excesos verbales, pero es obvio que a algunos les cuesta embridar la verborrea biliar, el instinto charcutero y no dejarse llevar por el ensañamiento en las debilidades, muchas o pocas, de una obra; y más cuando, como con frecuencia sucede, se mezclan sentimientos que poco tienen que ver con la literatura, y convierten a algunos blogs en una especie de «Sálvame» cultureta. Algunos no pasan de la categoría de trolls, y otros son lugar indispensable de consulta para elegir un libro o aprender, pero ahí queda la huella de unos y otros, y su influencia.
¿De qué fiarse, pues? De los blogs en los que la experiencia demuestra que coincide con los propios gustos, de aquel que no te da gato por libre, o cuya forma de analizar te resulta coherente con lo que lees y con tus principios, desconfiando tanto de los linchamientos como de los peloteos vergonzosos entre camarillas (sobre todo si es su práctica habitual), y respecto a las opiniones tipo Amazon, buenas o malas, leerlas todas con ojo crítico si se van a tener en cuenta para elegir. Incluidas las mías.
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