27 Nov La lista de Marcos (Relato)
―Marcos, no podemos retrasarlo más. Mañana tiene que estar confeccionada la lista.
Esa era la frase que no paraba de martillearle en la sien desde que saliera del despacho del director general.
La lista. «Mandan huevos, ¿y por qué no la hace él?», se repetía irritado.
Por mucho que él fuera el director de Recursos Humanos, en opinión de Marcos el impresentable de don Cirilo era el responsable de aquella situación. Y la crisis nacional, y la mundial, y el puto banco que no daba un duro… Las excusas de don Cirilo vinieron rápidas a su mente.
¿En qué se había gastado el remanente de la empresa? En estúpidas cenas a las que se adosaba hasta el apuntador con tal de comer de gorra en restaurantes de lujo, y en decisiones absurdas que costaban una fortuna y no servían para nada mejor que olvidarlas. Pero a don Cirilo no lo podía despedir, ya le gustaría… Y ahora el marrón, como él lo llamaba, era suyo. En su mano estaba el decidir quiénes se iban a la calle en DMC Corp.
Marcos llevaba muchos días con los fantasmas de sus compañeros desfilando ante sus ojos, los tuviera abiertos o cerrados. Aún no había cumplido los cincuenta y llevaba quince años en ese puesto; quince años que habían dado para compartir muchas cosas: el nacimiento del hijo de Juan, el de mantenimiento, que casi muere por un problema de corazón; los apuros de Maite, la empaquetadora contratada por él cuatro años atrás, que tras quedarse su marido en paro se había visto obligada a cuidar ancianos de seis a doce de la noche y siempre le pedía anticipos; la boda de Antonio con una administrativa cañón que había sido la envidia de sus colegas… Todos iban a él con sus lamentos o alegrías, eran parte de su vida laboral, junto a las nóminas, las bajas y retenciones.
Y de entre todos ellos destacaba Natalia; la llevaba enganchada en el alma como el anzuelo a la boca del pez. Solo evocar su nombre le producía una angustia tan intensa que necesitaba aflojarse el cuello de la camisa y el nudo de su llamativa corbata. Aquella mujer le había destrozado la vida. Nunca había amado a nadie como a Natalia. Todavía podía sentir en las palmas de sus manos la tersura de su piel, y en su despacho creía notar un persistente aroma a té verde, el que siempre le traía a media tarde cuando todavía estaban juntos.
Entrar en el almacén de papelería a por un paquete de folios y encontrársela en brazos de Paco, el jefe de ventas, le había provocado la crisis emocional más grande de su vida. No había vuelto a tocar a una mujer desde entonces. Ninguna era Natalia. También el futuro de ella, el de Natalia, dependía ahora de él.
Con la dichosa lista tenía el futuro de todos ellos en la yema de sus dedos. Nunca pensó que ser poderoso fuera tan amargo. Apoyó el peso de sus pensamientos en las manos tratando de soportarlos mejor, respiró hondo y se puso a ello.
Tras varias horas de revisar nóminas, hacer balance de cada situación personal y de lo más o menos prescindibles que podían resultar, Marcos parió con dolor la lista. Cincuenta y siete nombres de los doscientos sesenta que componían la plantilla de DMC Corp. se irían a la calle el día treinta y uno de ese mes. Algunos directivos se iban a llevar una sorpresa muy desagradable. No le habían marcado límites, nadie era intocable si se alcanzaba la cifra de ahorro en nóminas que se había marcado desde el departamento financiero, y aunque había intentado no dejarse llevar por sus propios sentimientos, no había podido evitarlo: a algunos hacía tiempo que les tenía ganas. Le extrañó no sentir satisfacción al teclear sus nombres. Tampoco remordimiento. Solo una sensación de vacío helado en el estómago y el engrosamiento de las paredes de su garganta.
Tosió, se desabrochó un botón del cuello de la camisa e imprimió el informe para la Dirección: un documento con la lista de empleados y los costes asociados, que introdujo en su cartera; no podía dejarlo allí, aunque su despacho siempre se cerraba con llave. Grabó el archivo en su PC, abrió el correo electrónico, redactó unas líneas apáticas a las que adjuntar el documento y pulsó «Enviar». Una copia de todo voló hacia la asesoría para que prepararan las cartas y los finiquitos a primera hora. Hizo ademán de volver a desabrocharse el ojal que ya no cerraba ningún botón para comprobar que no era eso lo que seguía apretando su garganta. Miró la hora; era muy tarde pero no tenía ganas de volver a la soledad de su casa.
Siguió la rutina de siempre a un ritmo más lento del habitual, o así se veía él, como un cuerpo pesado y lento. Apagó el ordenador, agarró con desgana su chaqueta y salió al pasillo con la cartera balanceándose en un tic-
No tardó en darse cuenta de que no estaba solo. En la penumbra se dibujaba una figura dolorosamente conocida.
―Hola, Marcos.
―…Natalia ―apenas le salió la voz; todavía producía ese efecto sobre él, y las sensaciones de minutos antes no ayudaban.
Con la blusa blanca y una falda de franela gris ajustada como un guante, volvió a parecerle la mujer más hermosa de la tierra. Hacía mucho tiempo que no se encontraban los dos solos. Él lo había evitado; ella probablemente también.
―Ya me iba ―acertó a decir Marcos tras exhalar un profundo suspiro.
Ella, de normal segura, titubeó unos instantes.
―Estaba preocupada por ti. Has estado todo el día muy… extraño. Dicen que has discutido con don Cirilo.
―Eso no es asunto de nadie. Y, ¿desde cuándo te preocupa cómo esté yo, Natalia?
―Aunque no te lo creas, Marcos, yo… ―bajó la vista al suelo unos segundos antes de mirarlo de nuevo y proseguir―, siento muchísimo lo que pasó ―Los ojos de Natalia mostraron una tristeza desconocida―. Ahora lo sé, fue un error.
―Has tardado mucho en darte cuenta ―El sudor recorrió su espalda y sus palabras resonaron con una dureza que a él mismo le sorprendió.
Habían pasado cuatro meses, doce días y cinco horas desde que descubrió que le engañaba, y no habían vuelto a hablar hasta aquel preciso momento, cuando menos ganas tenía él de discutir con nadie. Estaba muy cansado y no se veía capaz de soportar la cercanía de Natalia sin derrumbarse. Aún pudo lanzar un par de reproches con una frialdad fingida, esperando salir de allí cuanto antes. Ella lo escuchó con expresión sumisa.
―Tienes razón, pero nunca es tarde… ―Natalia le apartó la greña que caía descuidada sobre su ojo y le acarició la mejilla―. Me gustaría remediar el mal que te hice.
Ahora fue Marcos quien bajó la vista. Sentía los efectos de su cercanía como un fuego lacerante, los recuerdos atropellándose en su mente. «Natalia nunca ha dicho una palabra sincera», pareció escuchar en un rincón lejano de su cabeza.
―¿Qué quieres? ―preguntó con la respiración agitada por la cercanía y una añorada presión en su entrepierna.
―A ti ―afirmó ella con suavidad, enganchada a sus ojos.
Un paso más y estaba pegada a su nariz. Al siguiente gesto lo estaba besando.
Marcos no se resistió. Lo había deseado cada segundo durante esos cuatro meses, doce días y cinco horas, hasta obsesionarse; lo había soñado, dormido y despierto, con ropa y sin ropa, en casa y en la oficina.
―¿Estás segura de lo que vas a hacer? ―preguntó sereno, con un brillo extraño en los ojos tras recuperar el aliento de un beso que le supo a miel y a té verde― Es posible que te arrepientas.
―No me arrepentiré ―afirmó―, y tú tampoco ―Y pasándole las manos por la nuca lo volvió a besar, primero con cuidado, después con pasión. Sin soltarlo, Natalia condujo a un Marcos pálido y desgarbado a la sala de reuniones y empujándolo con suavidad para que se recostara en el sofá se colocó a horcajadas sobre él y subió su falda hasta dejar a la vista unos largos muslos ceñidos por un liguero. Natalia no llevaba bragas. Los ojos de Marcos brillaron, su respiración se agitó y sus manos franquearon los botones de la blusa hasta agarrar los pechos soñados. Muchas ideas desfilaron por su cabeza pero todas las desechó; había imaginado ese momento cada segundo de los últimos cuatro meses, doce días y en ese momento ya seis horas. Era su momento y Natalia estaba dispuesta, el después no importaba.
Ella era hábil, una experta, y liberó con maestría la erección que luchaba por escapar de sus pantalones.
―Parece que me has echado mucho de menos ―Natalia miró con regocijo el miembro que apuntaba directamente a su cara y las manos de Marcos ascendieron hasta la cabeza de ella para atraerla hacia él. Quería verla hacerlo.
Marcos cerró los ojos con fuerza, jadeando, y una sonrisa cruzó su cara. Ya no pensaba, solo sentía, lo mismo que había sentido meses atrás, con la misma intensidad, con el mismo deseo, pero gritando en su interior: «ya no es Natalia, no lo es».
―Para ―instó con dificultad haciéndole levantar la cabeza― Quiero metértela, ahora.
Ella se esmeró, sus fuertes piernas subiendo y bajando sobre él a un ritmo constante, acelerando poco a poco a petición de las manos de Marcos apoyadas sobre sus caderas, hasta que él explotó en ella apretando dientes, manos y alma.
Al terminar, Marcos sonreía:
―Creí que no sería capaz ―Su satisfacción era incuestionable.
―¡Pues vaya si lo has sido! ―rio Natalia ajustándose la falda a la cintura.
―¿Sabes que desde que sucedió… aquello, no había estado con ninguna mujer? Solo podía pensar en ti y me veía incapaz de follar con otra. Y contigo menos que con ninguna.
Se hizo un incómodo silencio, cada uno pendiente de recuperar un aspecto con el que salir dignamente de la oficina, hasta que ella lo rompió:
―Has terminado muy tarde… ―Entornó los ojos― Difícil hacer la lista, ¿verdad? ―comentó arreglándose el pelo alborotado.
―Pues sí… ―asintió sombrío―. Ha sido duro.
―Sé que estabas muy resentido conmigo… Te hice daño ―Natalia bajó la vista otra vez, los párpados parecían pesarle a cada frase.― Pero esto es un nuevo comienzo ―terminó, y al fin una sonrisa tímida asomó a sus labios.
―Tal vez… ―Marcos, ya recompuesto, tomó su maletín y sin mirarla encaminó sus pasos hacia la salida.
Ella se apresuró para alcanzarlo y caminar a su lado. Se estiró la falda con ambas manos y en un acto reflejo chasqueó los nudillos como siempre que estaba tensa.
Marcos se dirigió a la puerta.
―¿Te vas? ―preguntó nerviosa, el color huyendo de sus mejillas.
―Claro, no nos vamos a quedar aquí hasta mañana ―bromeó dándole una palmadita en el culo―. ¿Sabes la hora que es?
―Yo… ¿No vuelves a tu despacho? ―Parecía querer decir algo que no terminaba de soltar.
―¿Para qué? ―contestó, impertérrito, mirándola a los ojos.
―Para ―lo miró incrédula― cambiar la lista, claro.
La cara de Marcos mostraba el brillo del triunfo. La de Natalia había enrojecido hasta la congestión.
―La lista… Nunca estuviste en ella, Natalia.
―Pero… después de lo que pasó… yo pensé que…
―Te quise demasiado y, además, objetivamente eres buena en tu trabajo. En todos tus trabajos ―La vio tragar saliva―. Pero gracias por darme esta oportunidad; fue un placer follarte. No se repetirá ¿verdad? ―La besó en la mejilla ante la parálisis que se había apoderado de ella, incapaz de articular palabra―. Eso me imaginaba. Y ahora, si me perdonas, quiero irme a casa, mañana va a ser un día muy duro para todos, aunque me has alegrado la noche.
Y dando media vuelta se dirigió al parking silbando su melodía favorita.
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