Feminismo

El feminismo está mal visto. Hay hombres que lo ven como un ataque hacia ellos ―algunas, es cierto, se defienden atacando―, y también algunas mujeres yo mismano nos sentimos representadas por las que levantan esa pancarta para reclamar cuotas, paridades y otros favores que, desde mi punto de vista, son una muestra más de paternalismo, un boomerang que se vuelve en contra de la propia mujer al quitarle valor a lo logrado. Siempre prevalece la duda de si está ahí porque lo vale, porque tocaba cumplir una cuota o porque se lo han puesto más fácil. Vamos, que no soy una feminista de libro y algunas de las cosas que se reivindican me parecen fuera de lugar. Pero lucho como la que más, a mi manera.

En pocos días se han sucedido hechos que, bien entrados en el siglo XXI, me han hecho reflexionar. Lo comentaba en Twitter hace una semana: en unas horas escasas había tenido varias evidencias de lo poco que se ha avanzado en este terreno.

  • Siguiendo el tema de las elecciones catalanas, un contertulio radiofónico comentaba que Arrimadas había demostrado que estaba ahí por ser «algo más que una cara bonita». Comentarios de este tipo se han oído muchos. Imagino que en Twitter ―conozco el pañohabrá tenido que aguantar de todo. ¿Por qué? Por ser mujer y ser guapa aunque en realidad pesa más lo primero que lo segundo. Sobre el mismo tema, el propio Pedro J. resaltaba que daba gusto ver a la candidata de Ciudadanos tan guapa de rojo y a Albert Rivera hablando tan bien. No sé si en algún otro caso, cuando ha salido un político a la palestra para celebrar un trabajadísimo triunfo electoral, los comentaristas han ponderado su bonito corte de pelo, lo favorecedor de la corbata o lo bien que le caía la americana. No sé si esos «halagos» tuvieron algo que ver, pero al día siguiente Inés Arrimadas, como si intentara ocultar tras un hábito su condición femenina, apareció de riguroso negro y con el pelo recogido en una cola austera.


  • Otro comentario «afortunado» de esos días fue el de un compañero de letras a una buena amiga y escritora. Para ponderar su texto volvió a lo que por desgracia tantas veces he escuchado: «Enhorabuena, nunca imaginé que una mujer pudiera escribir así». Y se supone que hay que darle las gracias… Esto ya digo que no es nuevo lo he comentado en alguna otra entrada del blog (No somos iguales) y en la entrevista que hace poco me hizo Elga Reategui, lo compruebo con frecuencia, aunque hay honrosas excepciones que hacen que no pierda la esperanza.


  • Y, por cambiar de gremio, en la misma semana me entero de que un peliculón aclamado por la crítica y considerado uno de los mejores del festival de cine de San Sebastián (La Novia) no entró a concurso por decisión del director del festival. Por supuesto, está en su derecho, pero lo que me molestó fue lo que se rumoreaba en los mentideros sobre la causa de esa exclusión: era una película de mujeres, algo «menor». La reinterpretación de Bodas de Sangre desde la mirada poética y lúcida de una joven directora (guapa también, para terminarlo de fastidiar) no fue considerada, a juicio del director, de interés, por tacharla de femenina. Las críticas pueden leerse en Internet para entender lo que comento.


Una cosa es establecer una cuota obligatoria o imponer una paridad absurda, y otra discriminar y despreciar un trabajo por el simple hecho de que la autora sea mujer.

A pesar de todo, esto son anécdotas que no me habrían movido a escribir una entrada mi lucha siempre ha sido silenciosa y desde el trabajosi no hubiera leído el artículo de Elvira Lindo en El País sobre Mary Beard. Confieso que desconocía lo que había soportado esta investigadora y divulgadora del mundo clásico. Me indigné y fue la gota.

Si la valía de Inés Arrimadas queda eclipsada –aparentemente- por su cara bonita, a Mary Beard la cuestionan por todo lo contrario. Y es que no es una cuestión de guapas o feas. Es cuestión de sexo. Da igual la inteligencia, el tesón, la elocuencia, la erudición, la claridad de ideas o cualquier otro talento que las adorne, son mujeres y, para muchos, todavía en nuestros días, todo esto es invisible o, peor, debe atacarse.

 


Hemos avanzado mucho pero queda demasiado por hacer, y algo sencillo por donde empezar sería reconocer estos tics
―a veces inconscientes― y evitarlos.

Como soy optimista me quedo con una buena noticia, la de otro techo de cristal roto como hay que romperlo, por mérito indiscutible: mi enhorabuena a Louise Richardson, la primera rectora de la Universidad de Oxford.

Espero que esto deje de ser noticia algún día cercano.


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