Despertando a golpes

Había empezado a escribir estas líneas cuando vi en Facebook, en el muro de una amiga con la que comparto muchos sentires, un artículo que resumía en parte aquello que quería contar. El artículo lo enlazo  porque es un testimonio que invita a la reflexión, pero yo había empezado a hacer la mía y seguiré con ella.

En la vida hay momentos en que te cuestionas todo. Lo que te rodea, la vida que has llevado, el presente, lo que podría ser tu futuro… Y se produce una pequeña (o gran) muerte interior, tomas conciencia de tu propia finitud y de lo poco que controlas tu vida, despiertas. A veces se produce de forma gradual, a veces de golpe. Es lo que al parecer, y según cuenta el artículo enlazado, les ocurre a aquellos enfermos que están en la recta final. Pero entonces ya no hay remedio, el tiempo está tasado y la vida escapa a la carrera riéndose de la propia estupidez con que la desperdiciamos. Cuando esa crisis interior se produce a tiempo, antes de ese momento final y sin tener que pasar por situación tan trágica, tienes la oportunidad de tomar las riendas de tu futuro y decidir. Porque nos creemos que controlamos nuestras vidas, y en general no es así.

Pensaba estos días que no sé para qué trabajé tanto en el pasado. Es una de las reflexiones que se hacen los que están a las puertas de la muerte: para qué coño trabajé tanto. Y es, de todas las reflexiones, la única que ya no tiene remedio, porque el tiempo ya pasó, la juventud se fue, los años en que los hijos eran pequeños, el tiempo de disfrutar y vivir y amar y ser amado, se escondió en jornadas de catorce horas, en viajes interminables, en ausencias y exceso de responsabilidad. ¿Y para qué? Para vivir un poco mejor, para tener más, para dar a los tuyos lo que creías que era bueno y resultó no servir de nada. No vale la pena darle vueltas, se hizo porque entonces parecía necesario, prioritario; la vida, la familia, iba en ello, y punto.

En parte es lo que se espera de uno en esos años de potencia física e intelectual. Y ese es otro problema del que sí podemos librarnos. Hacemos, en demasiadas ocasiones, lo que se espera de nosotros, vivimos la vida que entendemos o nos enseñaron que debíamos vivir, y no la que verdaderamente nos gustaría. Y no me refiero a aquello que viene condicionado por la situación económica, porque bastante suerte es hoy en día tener un trabajo como para ponerse divino, sino a lo que atañe al ámbito personal. Y ahí sí que puede uno rectificar, y reinventarse, y ser lo que se quiere ser sin dejar por ello de lado otras obligaciones o responsabilidades. Parece de Perogrullo, pero la mayoría vivimos sin pensar en cómo nos gustaría vivir. Yo he hecho ese proceso de reflexión ―he intentado meditar pero no he pasado de nivel―, y estoy contenta con el resultado aunque el camino solo está empezado y, como en cualquier cambio profundo, siempre hay implícito un coste. Tal vez ni eso ―lo del coste, digo―, y solo sea un periodo de ajuste y adaptación a la nueva realidad.

He podido saber qué quiero hacer con mi vida: escribir, claro, aunque no se pueda vivir de ello y tenga que buscar alguna actividad complementaria; e intentar ser feliz. Ahí es nada. Lo primero es sencillo, ya estoy en ello, y lo segundo es el trabajo más importante que me queda para el resto de mis días, y no es fácil. De momento he conseguido desprenderme de muchas ataduras materiales que solo agobian y generan más obligaciones. No me he vuelto una ermitaña ni me voy a retirar a una misión, pero necesito menos, tengo menos apego a las cosas, me sobra casi todo en una especie de espiral anti síndrome de Diógenes en la que poco hay imprescindible, salvo algunos pocos y escogidos―, afectos, y tener las necesidades vitales cubiertas. Y eso da paz, aunque para los que te rodean resulte extraña esa necesidad de hacer limpieza y minimizar ataduras. No negaré que a veces surgen dudas, pero son breves y la energía que da crear esos nuevos espacios aporta fuerzas para seguir reduciendo el universo superfluo. El destino también ha ayudado, cerrando puertas y limitando actividades, limitaciones que si bien en principio me cayeron como una desgracia ―siempre necesito 48h para asimilar los sustos inesperados―, ahora pienso que pueden ser un regalo. Me obliga a ser imaginativa, a esforzarme, y a seguir eliminando «grasa» superflua, y no hablo de la anatómica.

Ha sido un año duro y difícil, las catarsis pueden ser muy dolorosas, pero el balance es positivo y veo 2014 con esperanza y mucha confianza, con la sensación de que tengo el timón sujeto, de que necesito menos, y cargo con menos. Disfruto la soledad, y disfruto la compañía, porque en este camino me he sentido más acompañada que nunca. También en las amistades se ha producido esa reducción, esa selección natural tan necesaria que, como un tamiz, separa la auténtica de la postiza. Y eso tranquiliza porque al fin sabes con quién puedes contar, y cuando son tantos, sonríes. Los amigos son un gran regalo, ya les dediqué una entrada en el blog, y curiosamente es otra de las cosas de las que se lamentan los que van a dejar este mundo, de no haber disfrutado más de los amigos. Ese lamento creo que no lo llegaré a hacer nunca porque soy muy consciente de mi gran riqueza en ese terreno y los disfruto cada día, y con plena conciencia. Y, lo más importante, intento que sepan cuánto los quiero, cuánto me han dado, y lo feliz que me hacen.

Vale, estoy un poco moñas, y eso que la Navidad no me altera ―un poco de alergia sí me da―, pero aunque quedan semanas para final de año me ha dado por hacer balance ya, por aquello de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, que vete a saber dónde estaremos, y porque la intensidad de este año será difícil que se repita. Además, no puedo ni debo moverme demasiado y eso me ha dado tiempo para pensar y escribir esto.

Este año acaban muchas cosas. Por fin terminé de escribir la trilogía de «El final del ave Fénix», una responsabilidad contraída conmigo misma y con los lectores. La segunda novela de esa trilogía, «Las guerras de Elena» llegará a las librerías el 22 de enero, y tengo muchas ilusiones puestas en ella. Y «EBYF», ese esperado final, llegará pronto a la editorial, los que la han leído me dicen que es la mejor de las tres, y, de una u otra forma, verá la luz.

En 2014 podré centrarme en algo realmente nuevo. O descansar. O lo que me apetezca y el tiempo disponible me permita. Ya no acudiré a la radio, Radio Nou al programa el Barometre, en el que participaba; pasó a mejor vida. Tampoco seguiré en Talento Mediterráneo, porque también desaparece de la parrilla. Pero ambas experiencias me han aportado muy buenos momentos y nuevos amigos, además de haber conocido a gente muy interesante de la que aprender de muchos temas, y ese tiempo podré dedicarlo a cosas nuevas. He cambiado mi ritmo de vida, mis prioridades, a qué y a quién dedicar mi energía y me conozco mejor. O eso creo. Y pretendo ser fiel a mí misma. Eso ya de por sí es toda una aventura.

No sé si veo el futuro con demasiado optimismo, o el pasado con exceso de pesimismo, pero veo la puerta que se abre y tengo prisa por cruzarla. Y allí, al otro lado, espero encontraros a muchos de vosotros.

Feliz Navidad.

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