Crónica de una presentación con alma

Llegué a Bibliocafé a la carrera con la intención de reservar sitio para alguna amiga que sabía que llegaría más tarde, pero cual fue mi sorpresa al ver que no quedaba un hueco. El local estaba abarrotado, la gente de pie, Alfonso sacando sillas de dios sabe dónde, y un murmullo de agradable expectación llenándolo todo. El golpe de calor, en el sentido afectuoso del término, fue inmediato. Ambiente acogedor, caras amigas, saludos… Imaginaba que habría gente, la obra sin duda lo merece y Fuensanta Niñirola, su autora, es persona querida y admirada por muchos, pero aquello rebasaba cualquier expectativa, incluidas las de la propia interesada según comentó emocionada. Y eso que también eran muchas las ausencias.

Me senté en un rinconcito del gallinero, esquivando como podía un poto impertinente que se empeñaba en taparme la visión, para no perder detalle de una tarde que prometía.

La «prota» iba muy sobria y elegante, de negro, aunque con un aire muy juvenil; sonreía sin parar, mirando a unos y otros sin disimular cierta impaciencia para que comenzara el acto. Si Munch hubiese tenido que pintar su alma en ese momento, la Fuensanta del cuadro no iría de negro, sino de blanco cegador con brillos dorados y luz por doquier. Tal vez con alguna neblina azul fruto de los nervios y de cierta timidez.

Tras cinco minutos de cortesía, la maestra de ceremonias, Maria Vicenta Porcar, una experta en la organización de este tipo de actos y cuyo carisma, espontaneidad natural y bondad garantizan el éxito de cualquier evento, pidió silencio, y la concurrencia, obediente y expectante, enmudeció.



Me pareció percibir un brillo nervioso y feliz en los ojos de Fuensanta, conocida en las redes sociales como Ariodante, Ario para los amigos. Y es que aunque ella está muy bregada en este tipo de actos, era su primera presentación como autora; hasta entonces su papel siempre había sido de secundaria de lujo, el que ahora desempeñaban los que compartían mesa con ella, o el de cualquiera de nosotros.

Abrió el fuego, José Luis, el anfitrión, encantado por la excelente acogida del acto y dándonos la bienvenida a su casa, breve como siempre ya que eran muchos los frentes a atender. Y en seguida Maria Vicenta tomó las riendas. Presentar a Fuensanta le fue muy sencillo, la conoce bien y sabe de todas sus facetas. Es difícil encontrar una persona tan versada y con tanta autoridad en tantos temas, y así explicó su afición a la música, a la pintura –mucho más que una afición–, al cine y la literatura; su labor como reseñista y cronista tanto de diversos actos como de libros de todo tipo; su incursión en la literatura escribiendo relatos o su capacidad organizativa ya fuera en jornadas literarias como en presentaciones. Fuensanta se removía inquieta en la silla, tal vez algo incómoda ante aquella exposición de virtudes, tal vez impaciente porque le llegara el turno, pero asintiendo con movimientos casi imperceptibles a la voz de cada una de aquellas facetas enumeradas, porque todas ellas eran ciertas. No pudo evitar aclarar ella misma el porqué de ese seudónimo, Ariodante, con el que se inició en la red firmando sus reseñas como era costumbre en tantos foros. Tomando el micro explicó que el origen no era otro que su afición a la música, en particular a la ópera, al propio Haendel y también –enfatizó– , a lo rim-bom-ban-te de la sonoridad de A-rio-dan-te.

Faltaba mucho para que le llegara el turno definitivo y devolvió el micro a la presentadora que introdujo a los otros dos componentes de la mesa, dos expertos con mucho que decir sobre Munch, sobre libros que hablan de pintura,  sobre la autora y su  forma de afrontar un tema tan complejo.

Horacio Silva, catedrático de Bellas Artes, pintor de renombre internacional y gran conocedor de la obra de Munch fue el encargado de comentar la parte más técnica del libro. Destacó la acertada exposición sobre las distintas corrientes pictóricas, literarias y sociales de finales del XIX y principios del XX que influenciaron la obra del pintor y la evolución de su técnica, descrita con gran pericia por Niñerola gracias a su propio conocimiento y dominio de las técnicas pictóricas.
Era un acierto poder contemplar muchas de las obras mencionadas, pero añadió que simplemente leyendo las descripciones de Fuensanta podríamos imaginar cualquiera de ellas sin dificultad. Y aprovechó para poner de manifiesto la indudable influencia de Munch sobre la época azul de Picasso y de algunos otros pintores, como Francis Bacon. Aprendimos mucho de la serena y clara exposición de Silva.

Fuensanta seguía con interés la explicación y apostillaba algún dato aquí y allá en una mesa de cómplices y amigos, mientras sonreía con mayor intensidad cada vez que reconocía a alguno de los que iban llegando y se acoplaban donde podían.

Llegó el turno de Rafa Marí, gran periodista, cronista de exposiciones, entrevistador de pintores y artistas en general, y gran conocedor del mundo del arte, que confesó haber trabado amistad con Ariodante a través de las redes sociales. Y para vestir de arte ese cambio de tercio María Vicenta nos leería un poema de Fernando de Villena dedicado a la obra de Munch «Mujeres en el puente». Fuensanta quiso explicarnos antes de su lectura qué veía el poeta cuando compuso aquellos versos y todos compartimos aquella mirada escuchando a Mª Vicenta antes de la intervención de Rafa Marí.

Es curioso como la red forja amistades, y Marí nos contó como la había conocido y la impresión que a través de la red le produjo este alma inquieta que es Fuensanta. La definió como una mujer mesurada, sensata, valiente en sus opiniones y siempre contracorriente, que intervenía en sus tertulias facebookeras con gran tino y sin importarle lo que otros pudieran pensar de sus opiniones.

Aquí asentíamos muchos de los asistentes, además de la propia interesada, que de nuevo se debatía entre la complacencia y el pudor ante tanta lisonja. Rafa Marí nos aportó otro punto de vista sobre el libro, el del lector, el del profano –aunque él no lo sea–, en definitiva el de muchos de los que allí estábamos, alabando la claridad de conceptos y lo ameno del texto. Como muy bien apuntó, muchos de los ensayos que hablan de arte –y el es un gran conocedor del tema– eran imposibles de leer, ya sea por lo tedioso o  lo incomprensible del texto. Y en cambio el de Fuensanta le había atrapado dándole a conocer la vida de este apasionante personaje, marcada por la desgracia, la tuberculosis y la locura siempre presentes, con un lenguaje cercano, sencillo, sin pretensiones pero culto. Hasta el apéndice tiene miga, incluyendo cosas tan curiosas como los robos de obras de Munch, tema que dio para una nueva intervención de Ario explicando al alimón con Marí alguno de esos robos.

Llegábamos al punto álgido de la noche, María Vicenta le dio el tono de solemnidad que requería el momento y tanto fue así que Fuensanta, pendiente de todo como si no fuera ella la protagonista pensó que se iba a pasar por alto un detalle; pero todo estaba previsto y controlado, y para introducir a una mujer excepcional, en palabras de la maestra de ceremonias, nada mejor que otra mujer excepcional. Gloria de Frutos, poetisa y presidenta de CLAVE, nos leyó un poema a la obra más famosa de Munch, la única conocida para muchos antes de leer este libro, «El grito».

Y ahí sí, por fin, llegó su momento aunque en realidad todos lo fueran. La sonrisa emocionada, sus ojos inquietos buscando los nuestros, y los gestos tanto como sus palabras, agradecieron el apoyo de los presentes. Poco le quedaba por decir después de sus antecesores, y se centró en las anécdotas, en cómo saltó a ese lado de la valla para escribir el libro. Fue la editorial Ártica la que le propuso escribir sobre un pintor a su elección de entre los facilitados en una amplísima lista. Ario había seguido la obra de Munch, e incluso visitó la única exposición que se hizo en España del pintor, de la que guardó el catálogo, muy útil para la confección del libro.
Tenía mucha información, pero aún así necesitaba saber más, principalmente de su vida, lo menos tratado y precisamente lo que marcaba toda su obra. Para acercarse a la parte humana recurrió a los propios escritos del pintor, diarios y fuentes casi directas. Nos transmitió con vehemencia ese alma pintada por un hombre atormentado, pequeñas pinceladas de una vida intensa y excesiva en todos los aspectos, en los amores, en la bebida, en el gusto por el buen vestir y en las obsesiones.

La ovación final dio paso a la firma de ejemplares, que se prolongó durante bastante tiempo, mientras poco a poco las luces se iban apagando y Bibliocafé se adormecía.

Nos contó muchas cosas, pero yo no lo haré. Es mejor que se animen a leer este libro sobre un pintor de almas, de la suya propia y de las de los demás, que sobrecogió al mundo con un grito mudo.

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