22 Sep Autores en la penumbra soleada
Hace una semana leía en El País un precioso, incluso poético artículo de Winston Manrique ―”Autores en penumbra”― y, siendo cierto lo que dice, a la vez no lo es, y trataré de explicarme. El artículo hablaba sobre los escritores que habiendo publicado con un nivel literario reconocido por la crítica y a veces incluso por el público, no han alcanzado la notoriedad y la fama de otros cuyos méritos no son mayores que los de aquellos. Pero habría que matizar que hasta en la penumbra hay clases, y cada uno ve la situación con una perspectiva distinta en función del lugar que le haya tocado en la sombra.
Cita nombres no muy conocidos algunos, sobradamente otros, pero todos ellos autores cuyas obras se han publicado en editoriales de cierto prestigio, de esas que cuando envían una novedad a la redacción de un periódico o de un suplemento cultural son leídas con diligencia y de las que se publicará sin dificultad una prolija reseña por parte de algún gurú de la crítica literaria alabando sus virtudes, apuntando algún leve fallo, nada insoslayable, por aquello de que no parezca los juegos florales, y que obtendrá al menos su minuto de gloria y la incierta posibilidad de que la semilla plantada en esas páginas arraigue en los lectores. Tal vez pasen a formar parte de esa penumbra que menciona Winston Manrique, pero durante un tiempo han estado a plena luz, han tenido la oportunidad de brillar y por razones que nadie entiende han sido casi transparentes o no todo lo visibles que merecían.
Algunos de esos nombres han sido premio de la crítica con alguna de sus obras, otorgados por la prensa o incluso por asociaciones de escritores, otro foco de luz potente sobre sus obras. Pero de todos los autores publicados a la vez que ellos, ¿cuántos tuvieron la oportunidad de ser leídos y optar a ese premio (premio al que uno no se presenta, aclaro)? ¿Qué obras fueron leídas y cuáles no lo fueron? ¿Cuántas no serán jamás vistas ―ya no digo leídas― por esos ojos expertos? Cuando llegas a tener una crítica, sobre todo en según qué medios como el sancta santorum de Babelia o El Cultural, has dejado de estar en la penumbra, o al menos estás en el lado más fresquito del infierno, como decía mi madre.
Tal y como yo lo veo, estar en la penumbra es que tu libro vea la luz de la mano de una editorial que no tiene espacio en las mesas de novedades. Estar en la penumbra es que la editorial envíe emails a las redacciones de cultura de los periódicos ofreciendo la lectura de un libro y que lo mejor que pueda pasarle sea que no le contesten jamás. Lo peor, que le pidan que no moleste con sus mensajes o preguntas. Estar en la penumbra es que un manuscrito deje la oscuridad del cajón de tu mesa ―en realidad, de la carpeta del ordenador, pero lo del manuscrito en el cajón es más poético― para adentrarse en la oscuridad de la estantería en un rincón perdido de cualquier librería, para desaparecer al poco tiempo como comentaba en mi entrada anterior. Aunque tal vez eso sea simplemente la oscuridad, por mucho que al saberte publicado creas otra cosa.
¿Cuántos nombres podrían meterse en ese artículo que habiendo publicado con calidad literaria el autor del mismo ni ha oído ni le interesa oír hablar de ellos? ¿Cuántos estarían encantados de ser parte de esa penumbra iluminada a intervalos regulares por la mirada cariñosa de críticos y expertos? Infinitos. Y no me refiero a autores que aún no han sido publicados, sino a aquellos que lo han conseguido y cuya obra cayó en el olvido por una fortuna, en su caso sí, esquiva.
Eso, es estar en penumbra. La penumbra es gris, mortecina, no tiene claros o dejaría de ser penumbra, y los autores mencionados por Winston Manrique han tenido muchos claros, luz suficiente sobre ellos como para que alguien conozca, incluso recuerde su nombre, aunque no hayan llegado a brillar como merecían o como otros autores que pueda parecer ―todo es opinable y esta cuestión bastante escabrosa ― que no lo merecen tanto. Cuesta verlos, al menos a mí me cuesta, como autores en penumbra.
Del artículo me quedo con la frase de Cervantes que cita el autor: «eso que llaman Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza». Sabiduría centenaria.
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