20 Oct Yo estoy con las víctimas.
Que el tema de ETA me indigna no es nuevo y bastantes disgustos me ha costado. Cuando escribía en prensa dediqué varios artículos al tema ―«La Serpiente y el camino» (5/01/08), «48horas, hace 11 años» (05/07/08), «El flotador Etarra» (06/11/10) o «Vuelven a casa, vuelven» (15/01/11), premonitorio este último―. Y esta semana ha sido para no olvidar, empezando con el teatrillo montado en San Sebastián y acabando con la declaración de ETA.
Si hay un lema que siempre me ha dado grima, incluso miedo, es el de que el fin justifica los medios. Me parece uno de los atentados más peligrosos para los cimientos de la ética que se pueden cometer bajo la apariencia de la mejor de las voluntades. Ese lema justificó a ETA para asesinar a más de 800 personas, y ahora justifica a los que aceptan sus peticiones sin cuestionarse nada más con tal de que no vuelvan a matar.
La pregunta tramposa que muchos han hecho ―«¿es que no queréis la paz?»― no es correcta. Claro que queremos la paz, no creo que exista nadie (salvo los propios etarras o los que les apoyan) que no quiera la paz, pero queremos la paz física y la paz de espíritu que solo se conseguirá mediante una paz justa con las víctimas, conforme a la legalidad vigente. Y, que esa no es la voluntad de ETA, lo pone de manifiesto su declaración. No es una disolución ni una entrega de armas. Es la declaración de que están encantados con lo que se les ha ofrecido en la Conferencia y ya no necesitan seguir matando. Han llegado a la meta que se propusieron cuando empezaron, y lo han hecho sobre el cadáver de sus víctimas (858). No lo digo yo, lo dicen ellos.
La declaración es una burla más a todos los españoles y en particular a las víctimas. Cuando alguien quiere declarar la paz de verdad, la cosa es muy simple. Se negocia el cuándo y el dónde se entregan las armas, se cumplen las penas y ya está. Si acaso se negocia también el futuro de aquellos que no tienen delitos de sangre.
ETA, en su peor momento, ha decidido aprovechar la debilidad de los políticos y su ambición por ganar votos el 20N para sacar la mayor tajada de su historia sin pegar un tiro. «La resolución acordada reúne los ingredientes para una solución integral del conflicto», dicen. Los ingredientes ya se vieron cuáles eran, y eran inasumibles por el Estado español, algo en lo que no ha entrado el Presidente en su comparecencia tras el comunicado de la banda. Hablan de violencia y represión, pero no se refieren a la suya, claro, sino a la del Estado español, según su visión tradicional. Hablan de bajas en la lucha, y se refieren a sus compañeros, no a las víctimas.
Me cuesta entender que alguien vea ese texto como algo aceptable. Aquí no ha habido un conflicto armado, ni una guerra, «ni un secular conflicto político», como dicen. Irene Villa no llevaba pistola cuando le volaron las piernas, Pagazaurtundúa no participaba en batalla alguna, ni Miguel Ángel Blanco luchaba en las trincheras. Incluso los militares y policías, que muchos han caído de los cuerpos de seguridad del estado, tampoco participaban en guerra alguna, salvo la unilateral declarada por ETA contra todos los demás. Su delito era ser españoles, pertenecer a un Estado que no se plegaba a sus exigencias. Y esto se ve que lo desconocían los ilustres turistas que vinieron a decirnos que aquí había un conflicto armado mientras les invitábamos a kotkotxas, y no lo quieren recordar muchos de los que ahora brindan encantados. ETA ya tiene la negociación planteada, dentro y fuera de nuestras fronteras, y eso es mucho.
La frase «La lucha de largos años ha creado esta oportunidad» es tanto como afirmar que matando se consiguen los objetivos. Pero es que por desgracia tienen razón. Tras 858 asesinatos (no «golpes de terror» como los ha llamado eufemísticamente el todavía Presidente) lo han conseguido, aunque la partida no ha acabado: queda la «resolución de las consecuencias del conflicto» para superar la «confrontación armada», que veremos en qué se concreta. Será interesante ver al nuevo jefe del Ejecutivo merendarse esta patata caliente con los simpáticos y bienintencionados chicos de los pasamontañas.
Ojalá y sea cierto que ETA va a dejar de matar, y ojalá que no medie condición alguna, porque de haberlas -concesiones, me refiero-, sería un día triste para la democracia abriéndose la puerta del asesinato como medio para conseguir demandas políticas.
Queremos la Paz sí, por supuesto. Ayer mejor que hoy. Pero aplicando la ley y con el respeto debido a las víctimas. Ni más, ni menos.
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