Punto final

Cada vez que termino de escribir un libro me quedo con una sensación de vacío incómoda, de amputación. El final de una novela es un momento de tensión, conforme te acercas y ves cerrarse la historia sientes o al menos yo lo siento el peso de la responsabilidad, la emoción de haber llegado a la meta, la incertidumbre de si habrás escrito algo que merezca la pena ser leído, de si ese final es lo bastante bueno… cosas todas ellas latentes durante el proceso pero cuyo peso aumenta conforme se vislumbra el punto final.

Este punto final que acabo de poner, además, es más final que ninguno de los que he escrito antes. Es mi tercera novela, pero para mí es la primera, ya que «El final del ave Fénix», «Las guerras de Elena» y «EBYF» lo dejo así de momento por si no es el título definitivo, forman un todo, una única obra que en realidad está contada en el primero de los tres libros, pero que gana en detalle, riqueza, emoción y comprensión con las otras dos.

Sin duda ha sido la más difícil de las tres por varias razones. Conseguir el tono adecuado para narrarla en primera persona cuando los hechos narrados comienzan treinta años atrás no me resultó fácil. Lo hice por coherencia con «El final del ave Fénix», donde tanto el Prólogo que transcurre en el presente, como el último capítulo y el epílogo de nuevo en una época cercana, son narrados por Lucía. Esta última entrega comienza precisamente en esos años, finales de los 70.

Cuando comencé a escribir la novela lo hice en tercera persona, igual que había escrito «Las guerras de Elena», en la que me sentía muy cómoda; pero algo no me cuadraba, la historia no tenía la potencia necesaria, y llegando a la página 90 me di cuenta de que esa parte de la historia de los Lamarc y los Company tenía que contarla Lucía desde su punto de vista, igual que había hecho en los últimos capítulos de «El final del ave Fénix». No fue fácil volver al principio y cambiar la narración a primera persona; es mucho más que un cambio en las personas verbales. Tuve que modificar escenas, cosas que Lucía no podía saber, escribir solo desde sus ojos y su corazón con una implicación muy grande, mojándose cuando hasta entonces el narrador era un cirujano de la realidad o un notario, aséptico, y con la dificultad añadida de que la historia por cómo la empecé a escribir y algunas coincidencias tangenciales con vivencias propias en algunos puntos me tocaba de cerca y no quería contaminar la ficción con la realidad, porque aquí no se trataba de escribir la vida de nadie sino de completar una historia que me atrapara a mí la primera, y a los lectores después. No sé cuánto habré conseguido distanciarme pero tampoco creo que sea importante si el resultado es bueno. He llegado a la conclusión de que los lectores yo me incluyo cuando conocemos al escritor tendemos a verle en sus obras, por lo general en el narrador, aunque nada tenga que ver con él. Y he comprobado que mi caso no es único. Lo importante es que resulte creíble, que los lectores se metan en la historia y la vivan.

También me ha resultado muy complicado escribirla porque tenía que ceñirme al corsé de «El final del ave Fénix», donde se cuenta la historia completa. Cuando escribes, a veces se te aparece una musa por incordiar sugiriendo que aquello que pensaste en un principio no es tan buena idea como la que se te acaba de ocurrir, y decides cambiarla. Aquí me he tenido que ceñir a lo ya escrito. Por poner un ejemplo, es posible que en EBYF me hubiera interesado que el personaje de Carlos Company tuviera un problema a mitad del libro. Peeeeero, aparece en «El final del ave Fénix» dándole el pésame a Lucía en las últimas páginas y lo que allí pone me ha condicionado. Otro ejemplo: en la primera novela se indica que Elena enferma en una fecha concreta a Dios pongo por testigo: jamás, JAMÁS, volveré a poner una fecha concreta en un libro que tenga secuelas. Al escribir la tercera parte me di cuenta de que me solucionaba muchos problemas de la trama que eso sucediera unos cinco o seis años antes, pero no pude hacerlo y tuve que buscar una solución alternativa. Estos son un par de ejemplos, pero hubo muchos más, porque esta novela no va DESPUÉS de las otras dos, sino DENTRO de la primera.

Por mi forma de escribir cambio mucho de opinión, hay personajes que viven apenas unos días y los elimino sin dejar rastro, dudo entre distintos caminos a seguir…, meterme en ese corsé prestablecido me ha costado mucho, y más de una vez he lamentado haberme lanzado a esta aventura tan complicada como primera incursión en el mundo literario. No soy anárquica, pero sí indecisa, y demasiado influenciable por mi estado de ánimo.

Esa ha sido la tercera dificultad, escribir a golpes, sin continuidad, en unos años creo que llevo dos años largos que no han sido fáciles en lo personal. He dado algunos bandazos que espero poder revisar con calma y comprobar que no se notan o en caso contrario pasarles la lija del siete para nivelarlos al resto de la trama.

Imagino que con los años se gana en profesionalidad y las circunstancias personales influyen menos o nada en aquello que se escribe, pero yo no he llegado todavía a ese punto. Tampoco sé si lo alcanzaré algún día, porque como en muchas actividades creativas, en las escritura los estados de ánimo tiznan las ideas.

La última fase del libro la he disfrutado mucho. Cuando me acerco al final me acelero, suelo escribir muy rápido, sin apenas pensar, como si el libro ya estuviera escrito en otra parte y me limitara a copiarlo a través del teclado, y la sensación es adictiva, no veo cuando irme a dormir, o parar a comer. Tal vez por eso el punto final me deja con esa sensación de melancolía y pérdida. Pero la realidad es que el trabajo no ha hecho más que comenzar. Ahora empieza la fase de corrección y revisión, que será especialmente dura por todo lo que he explicado. Pero la afronto con ganas e ilusión.

Solo pido paciencia a mis lectores porque puede que pase más de un año hasta que este proyecto vez la luz.


No hay comentarios

Escribe un comentario