20 Ene No alimentar al Troll
A pesar de los muchos consejos que me dan al respecto, tengo la mala costumbre de mojarme en mis opiniones públicas, ya sea en Twitter, Facebook o mi blog, incluso en la columna sabatina del periódico cuando compartía página con mis admirados María José Pou y Paco Pérez Puche.
Ya en aquellos tiempos me llevé algún disgusto por los comentarios desabridos de algún lector, que, casualidades de la vida, resulto ser vecino y conocido mío. Pero nunca había sufrido un ataque en toda regla, uno de esos que he visto padecer a personajes famosos como Toni Cantó, Esteban González Pons, Arturo Pérez-
Al principio no me di cuenta, solo vi a dos tuiteros que no conozco ―ni me siguen, curiosamente, así que no sé cómo les llegó el mensaje, sería por un RT de agún seguidor― que me contestaron, todo hay que decirlo, con educación, cambiando la carga del debate a temas que no venían a cuento y expresando su apoyo a ETA. Mi error fue pensar que era gente «normal» que venía a opinar o debatir diferentes puntos de vista, y les contesté también con educación, como suelo hacer. Me gusta debatir y conocer otras visiones de cuestiones que me interesan más o menos, y he tenido debates interesantes con seguidores completamente antagónicos a mis ideas sin mayores problemas. Pero esto no era una conversación, era el inicio de uno de esos ataques masivos que había contemplado otras veces sobre otros personajes. Entre otras cosas, tardé en darme cuenta porque no entendía que lo que yo opinara o dejara de opinar pudiera importarle a nadie, soy una más entre millones, y no pensé merecer tamaña atención. Pero la tuve, vaya si la tuve.
Como decía, tienen su técnica, y una vez retuiteado el mensaje ―para los que no están en twitter, consiste en rebotar el comentario de manera que lo vean los que siguen al que lo rebota― se produjo un efecto llamada y uno tras otro fueron llegando personajes ―todos anónimos, identificados con nicks y con biografías en sus perfiles entre el anarquismo y el marxismo― que comenzaron a acosarme en masa. Hasta diecinueve ―no es mucho, comparado con lo que he visto padecer a los personajes que cito más arriba, pero para mí era una barbaridad―.
Yo, llevada por la inercia inicial de los dos que hicieron de gancho, intentaba responder con la misma educación de siempre aunque los ataques ya eran personales, insultando, difamando, y sobre todo sin dar tiempo a contestar, porque es muy difícil hablar con diecinueve a la vez que no paran de lanzarte mensajes. Y entonces me di cuenta: me había metido sola en la boca del lobo. Eran trolls, aunque me costó identificarlos, pero no cabía duda, y la máxima en esos casos en NO ALIMENTAR AL TROLL como me enseñó mi amigo Bohr hace algunos años. La verdad, fue un alivio tomar conciencia de eso, y aunque había llegado a sentirme acorralada por un montón de energúmenos, como mi Elena Lamarc en Riyad pero de forma virtual, respiré hondo, sonreí y con el placer que daba antiguamente matar marcianitos en las máquinas de juego, comencé a bloquearlos a todos. Alguno recalcitrante llegó a darse de alta un nuevo perfil con el mismo nombre hasta 3 veces, que ya son ganas de joder, pero con un clic ―bueno, diecinueve clics― desaparecieron todos.
Para otra vez ya lo sé, y no alimentaré al troll. Tal vez estaba mal acostumbrada por la buena educación de algunos de los que me siguen y opinan diferente ―seguro que ellos saben que me refiero a ellos― pero no volveré (espero) a caer en un juego tan burdo y desagradable.
Lo cuento por si a alguien más le pasa que esté avisado: si ves que alguien te hace RT pero se muestra agresivo en sus comentarios hacia ti, y al poco te aparecen un par más, calla, no contestes, y ¡bloquea! antes de que sea tarde.
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