Netiqueta

Cuando arrancaron las redes sociales todos íbamos algo despistados. Algunos no tardamos en aprender lo básico, la famosa netiqueta, y la convivencia se hizo más fluida. Dejamos de usar mayúsculas para no gritar a nadie, aprendimos a movernos sin invadir espacios ajenos y a no hacer spam. Algunos. Porque de un tiempo a esta parte cada vez veo más abusos y faltas de respeto por parte de personas que ni conozco ni les pedí amistad. Y no hablo de trols, que son otra especie. Pondré algunos ejemplos.

Los «poetas». Son una especie que se expande como la levadura por Facebook principalmente —imagino que la limitación de caracteres de Twitter solo permite haikus—, y me parece fenomenal. Lo que no me parece fenomenal es que me etiqueten junto a otros 49 incautos cuando ni siquiera han cruzado conmigo una palabra, para que su poema, junto a una bucólica fotografía campestre o una sugerente imagen de amantes arrebolados, aparezca en tu muro. Invariablemente elimino la etiqueta y, si reincide, lo elimino sin mediar palabra. ¿Qué les hace pensar que quieres tener sus poemas en tu muro? A mí no se me ocurre colgar un relato y etiquetar a puñados a quienes me solicitaron amistad. Que lo pongan en su muro y ya lo leerá quien esté interesado.

Los «vótame»
. Esta semana me han enviado cinco mensajes privados para votar al mismo grupo musical que se presenta a un concurso. En este caso se supone que es para recoger fondos para México, pero en otras ocasiones es simplemente para ganar algún tipo de concurso. Esto, entre amigos (de los de verdad, de los que conoces y te conocen por alguna vía), es algo normal y natural. Todos hemos ayudado al hijo o sobrina de algún amigo a subir en un ranking, y también hemos pedido el favor alguna vez para nuestros propios hijos o amigos. Pero lo hacemos con quienes conocemos, o lo solicitamos en nuestro propio muro, en abierto, para  que quien quiera ponga su granito de arena sin invadir el espacio de otro. Pero asaltar con mensajes privados, por lo general en tono de exigencia, cuando no te conocen de nada, no queda bien.

Los «crédulos»
. Estos te asaltan el buzón privado para prevenirte de todo tipo de peligros en la red, y te cuelan hoax que van dando vueltas interminables. Te previenen sobre el famoso ciberdelicuente que pide amistad para hackear tu cuenta, del enlace que no tienes que pinchar porque es un virus, del vídeo que no debes abrir… Tampoco te conocen, pero se sienten en la obligación de informarte, sin darse cuenta de que la información es falsa y solo pretende generar tráfico.

Los «topos». Se les reconoce porque, en cuanto pones un comentario, aunque sea de la cosa más tonta, le dan la vuelta y en una pirueta dialéctica lo aprovechan para verter sus ideas políticas, filosóficas o religiosas en tu muro y dar un mitin con evidente intención aleccionadora. Por lo general inundan tu perfil de discursos larguísimos donde arriman el ascua a su idea y, aunque les digas con educación que el tema es otro, ellos siguen, y siguen, y siguen, hasta el infinito y más allá, contestando a todo quisqui que entre al trapo. Las incomodidades son dos: la primera es que no paras de recibir notificaciones y, si tienes por costumbre —como yo— leer lo que escriben en tu muro y contestar a todos, pierdes muchísimo tiempo en discusiones que no vienen a cuento. La segunda es más grave, porque, como la intención política o adoctrinadora es evidente, la probabilidad de que se líe la marimorena y terminen faltándose al respeto son enormes. Porque esta especie tiene el don de atraer a los de su misma especie pero de ideología opuesta, y entonces el lío está asegurado. En tu muro, en tu casa, no en el de ellos. En este grupo hay subdivisiones. Están los eruditos, con un claro dominio de la retórica y que se expresan con claridad y corrección, pero también están los castizos que, ante la falta de argumentos, tiran de exabruptos, insultos y palabras soeces. Repito, en tu muro, en tu casa. Yo he sugerido muchas veces que se batieran en duelo en otro sitio, en su propio perfil, pero debe de ser que si no tienen espectadores pierde la gracia.

Los «aprovechados»
. Esto solo lo he encontrado en el gremio de periodistas —o de quienes trabajan para algún medio— y, por fortuna, poco. Te piden amistad, los aceptas, y, cuando pones alguna opinión o comentario solo visible para tus amigos —no en público—, lo aprovechan para tener algo de lo que hablar en su medio y marcarse un tanto a costa de tu confianza. En una ocasión me llegaron a amenazar, al negarme a ampliar lo que había comentado en mi muro, con que si no oficializaba y ampliaba el comentario para publicarlo en su periódico sería «peor para mí». Y lo cumplió. Me parece una falta de respeto, por mucho que sea una red social; lo que escribes solo para los amigos de un grupo concreto no tiene porqué ser publicado en un periódico si no lo autorizas. Como es lógico ya no está entre mis amigas, y a esta sí la conocía en persona.

Los «porque yo lo valgo». Se trata de un espécimen que, por el mero hecho de que hayas abierto una cuenta real con tu foto real, entiende que tienes obligación de aceptarlo. Cuando no lo haces —aunque parezca que acepto a todo el mundo, me lo pienso mucho y reviso los perfiles antes de hacerlo—, te escriben indignados y te insultan. Está feo. Y desde luego me ratifica en lo acertado de la decisión.

Los «vendedores»
. Estos utilizan los mensajes privados para ofrecerte sus productos o para pedirte que agregues su página y ellos agregarán la tuya. Es algo que no entiendo, ¿de qué sirve que te siga alguien a quien no le interesa lo que haces? Las invitaciones de Facebook te permiten informar a tus amigos de que tienes una Página Oficial y, si les interesa, que te sigan. No hace falta machacar a mensajes privados ni exigir intercambios. Y si ofreces información sobre tus productos, no insistas y esperes establecer una conversación. Si interesa, seguro que te responden.

Lo «aspirantes»
. Suelen ser autores noveles que han terminado su obra y, aunque no te conozcan de nada, te piden que leas su manuscrito y les des tu «sincera opinión». Primero, leer un manuscrito lleva un tiempo que por lo general no tengo. Segundo, la revisión literaria es una profesión para la que tampoco estoy formada y por la que los profesionales cobran. Agradezco que me atribuyan esa autoridad, pero no la tengo, de verdad. Tercero, hay que tener mucha confianza con alguien para pedir algo así. Todos tenemos lectores cero, pero no los buscamos entre los desconocidos de la red o entre autores de renombre con los que no tenemos relación ninguna. Y, por último, pocos quieren una opinión sincera y eso puede traer problemas.

Los «meetic»
. Me los he dejado para el final, pero son los que más abundan. Son los que confunden las redes sociales —incluso el Apalabrados— con una página de contactos. Tengo un método bastante depurado para detectarlos y no aceptarlos, pero siempre se cuela alguno. No me parece mal que uno intente ligar como pueda, lo que sí me parece mal es ponerse pesado cuando ves que no te siguen el rollo. Lo has intentado, no ha salido bien, pues a otra cosa. En este grupo podría incluir, aunque a estos no los acepto, a todos esos militares viudos y cargados de medallas, extranjeros por lo general, que solicitan amistad; a los que tienen un superdeportivo/moto/casoplón como foto de perfil y de portada y todas sus amistades son jovencitas buenorras haciendo morritos; a los descendientes de Paulo Coelho…

Todo sería mucho más agradable si respetásemos los muros y los buzones ajenos, y nos comportáramos como en una reunión de amigos en casa ajena, pero cada día estamos más lejos
.

No hay comentarios

Escribe un comentario