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Prisionero de su esfera angelical, sobrevivo para contemplar las dos aguamarinas que me observan en cada visita rutinaria. Me toca y me estremezco al sentir sus manos.
Estira mi párpado. La veo. Qué belleza...
¡Bésame! Mi grito se engancha al tubo que hincha mi pecho. Solo un pitido intermitente surca el aire.
En un intento por abrazarla, todo en mí se eriza a su contacto, cada pelo que recubre mi cuerpo una planta trepadora en busca del aliento que ella me da. Tengo una erección.
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Alguien llora.
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¡Me ahogo! No, por favor, noooooo…