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La de los días de lluvia era una sonrisa húmeda, pícara. Las gotas se fundían en sus labios dándoles un brillo especial. Entonces me gustaba que lloviera. Los días soleados se me escapaba de la oficina para tomarse el café con leche matutino, y apenas podía contemplarla unos minutos, camino del ascensor. Los días de lluvia, ella me devolvía el sol que faltaba en mi mesa gris, en mi vida gris…
Hoy llueve, pero ya no sonríe. Hace tiempo que dejó de hacerlo. Ahora llora, sin lágrimas, pero llora. Yo lo sé. Ya no hay sol en la oficina, y nunca sabré por qué.