Mi madre

Mi madre no fue como las demás. No, no fue como la mayoría de las españolas de su época. Supongo que para cada uno su madre es única, pero además la mía rompió el molde. Hoy ha sido el día de la madre, y la he tenido muy presente; mentira, todos los días la tengo, tal vez porque su estela, su influjo, su poder, todavía me toca desde el más allá. O porque la oquedad que me dejó su ausencia no es rellenable por nada ni nadie. Es única, como ella.

Por ella comencé a escribir. Para digerir la angustia inabarcable que su desaparición me provocó. Era una mujer excesiva, como la definió Reme, una de sus empleadas, para lo bueno y para lo malo, pero sobre todo para lo bueno. Y su ausencia también lo es. Creo que nadie de los que se cruzó en su camino la ha olvidado, ya sea por su intensidad vital, por su rotundidad, o porque como dije al principio, fue única.

Mi madre no disfrutaba en la cocina, aunque era una gran cocinera. No le gustaba la plancha, ni sacar brillo a los metales, aunque no soportaba una arruga ni una mancha negruzca en ellos. Tampoco se le caían los anillos por hincarse de rodillas y sacar brillo al suelo si era necesario, pero no era lo suyo. Era una mujer con alma de hombre. Le gustaban los negocios, la política, fumar, el whisky, viajar y eso sí, ser madre. Ese era su papel fundamental en la vida, aquel alrededor del que giraba el trabajo, la casa, las emociones, su propia vida sentimental; pero tan aplastado quedaba por el resto que a veces costaba llegar a verlo.

Mi madre montó su empresa con dieciocho años valiéndose de trucos para saltarse las leyes que se lo impedían y en contra de la voluntad paterna. Sacó adelante a su familia, a la heredada y a la adquirida, caídas ambas en desgracia, y comenzó a exportar cuando aquí apenas se conocía la palabra. Mandaba, organizaba, dirigía, creaba… Y en todo ello era excesiva. No lo digo yo, lo dicen los que la conocieron.

Para colmo era guapa hasta el extremo, como una actriz de cine, y eso en este país es pecado mortal, te miran mal; solo se acepta si eres tonta de remate o tienes muy mala suerte, y aunque mi madre suerte no tuvo ninguna, lo disimuló demasiado bien. Muchas fueron las facturas que la vida le pasó, demasiadas a pesar de su fortaleza. Porque era una roca con corazón de helado de vainilla, y muchos no consiguieron arrancar más que un par de piedras de esa coraza sin llegar a ver lo que encerraba.

Ella me inspiró «El final del ave Fénix» y el personaje de Elena Lamarc, del que he conservado muchos rasgos aunque para escribir una novela hay que inventar mucho, cambiar, potenciar, exagerar. Incluso algunas situaciones vividas por ella las utilicé en la trama, tal vez algunas de las que suenen más increíbles, como las vividas en Arabia Saudí o en Beirut. No, las madres de mis amigas no viajaban solas a Oriente Medio ni les estallaban guerras en Beirut en los años 70. Pero para ella la vida era una lucha constante, aquí o en la China, y recorrió el mundo para mantener a su familia, que fundamentalmente era yo y algún adyacente.

Ella me enseñó que el trabajo dignifica, que no podemos ser parásitos en este mundo, que hay que ayudar al prójimo y a ser posible que no se entere nadie, que esas cosas no son para lucirlas sino para degustarlas. Me enseñó a conseguir las cosas por mi propio esfuerzo, a ser coherente, tener principios y no comulgar con ruedas de molino aunque fuera lo más cómodo. A meterme en líos por mis amigos, a ir de frente y dar la cara, y aunque siempre me reprendía por no callarme, sé que en el fondo le enorgullecía mi vocación de abogado de causas perdidas. Me enseñó muchas cosas, lo que no quiere decir que las aprendiera todas, pero al menos espero que muchas de ellas sí.

No era perfecta. Fue dura e intransigente como la vida lo había sido con ella, como lo era consigo misma, pero al menos aprendí que ese camino no lleva a ninguna parte, algo que ella no llegó a entender, y que se logra más con miel que con hiel.

De ella aprendí que hay que defender lo que uno cree justo, y que ante lo deshonesto no valen siglas ni colores. Eso me lo enseñó con su ejemplo, porque tras muchos palos en la vida me insistía en que no me metiera en líos y callara como tantos hacen, que me iría mucho mejor. Pero siempre pudo más el ejemplo que la palabra dicha con poca convicción. Me enseñó a no depender de nadie, y me mostró una capacidad de sacrificio ante la enfermedad y la muerte que, no sé si lo habré aprendido, pero espero que cuando me llegue la hora tenga la misma entereza y valor que ella tuvo. Ni un minuto de autocompasión, cabeza lúcida, y su única preocupación no dejarme en herencia más problema que el duelo.

No, mi madre no fue como las demás, y cada día lloro su ausencia.

Con permiso, mamá va por ti: Gabinete Caligari

1 Comentario
  • Pingback:Marta Querol | Madres antes, durante y después
    Escrito a las 00:05h, 28 septiembre Responder

    […] Hoy en el #DíadelaMadre tengo a la mía muy presente. Por ella empecé a escribir, por ella comencé este camino con un prólogo que destapó una vocación oculta. Ella nunca imaginó que algún día llegaría a publicar, yo tampoco. Pero gracias a ella, a su fuerza, a su coraje, a su empuje y a inculcarme que nada es imposible y que hay que luchar por lo que se quiere, estoy aquí. Por eso, y por su obsesión porque estudiara y tuviera una formación sólida. Cada día la recuerdo, la siento, y quiero pensar que está en algún sitio cómodamente sentada, con un plato de papas recién hechas  y un whisky con hielo, viendo el caos que me rodea. Habrá flipado con alguna de las cosas que están pasando. Aunque, no, no fliparía, ella siempre iba leguas por delante de los demás y lo que ahora nos sorprende para ella era algo evidente, indiscutible. No era pitonisa, pero como si lo fuera. Lo que sabía esta mujer y cómo radiografiaba a la gente (aunque en amores erró, tal vez cegada por sus propios sentimientos). Creo que la entiendo ahora mucho mejor que cuando vivía. A lo largo de la vida hay tres formas diferentes de valorar a nuestras madres. La primera es mientras solo somos hijas. Ahí pecamos a veces de egoístas, de injustas, de soberbia… Nos creemos que sabemos más que ellas, porque somos jóvenes, estamos más al día y muy preparadas. Queremos reafirmarnos y en ese viaje hacia la madurez chocamos con ella y, a veces, incluso la maltratamos sin ser conscientes de ello ni del daño que hacemos. En el fondo de nuestro corazón habita la certeza de que nunca dejarán de querernos, de que nunca la perderemos y eso nos envalentona para estirar de la cuerda más de lo razonable, para aferrarnos a nuestras ideas más de lo necesario. La segunda es cuando nos convertimos en madre (o padre), y comprendemos lo complicado que es hacerlo bien, las dudas, las inseguridades que nunca traslucen. Cuando aquilatas los desvelos, la preocupación, las alegrías. Cuando sientes el vínculo con tus hijos y conoces de primera mano lo que puedo sentir. Más aún cuando tus propios hijos llegan a esa edad de reafirmarse, de ser ellos quienes quieren encontrar su lugar en el mundo y lo hacen con poca maña y muchas hormonas desbocadas. Y miras al cielo y recuerdas cuando tú misma te ponías como una hidra por la tontería más grande del mundo y conseguía que tu madre perdiera la paciencia. Sí, te llega el turno y comprendes muchas cosas. Y entonces se convierte en tu referente, en tu inspiración para salir adelante en esas situaciones. Y la tercera es cuando ya no te acompañan en el camino de la vida. Cuando mueren y tienes la visión completa de todo lo que hicieron por ti. Cuando ante mil situaciones lo que te pide el cuerpo es llamarla para contarle, peguntarle, pedirle consejo. Creo que hoy conozco a mi madre y la entiendo mucho mejor que cuando vivía. Es una pena, pero es así. Pero en cualquier caso el recuerdo que tengo es imborrable y me acompaña cada día. Viajera, inconformista, guerrera, inteligente, fuerte, noble, generosa, sensible, adelantada a su tiempo… Le dediqué una entrada en mi blog ya hace años que siempre tengo tentaciones de poner de nuevo en alguna red social, pero este años no lo haré por no saturar a los que me seguís de tiempo y que seguro ya han leído, pero sigue estando igual de vigente y quien quiera leerlo puede hacerlo aquí. […]

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