Meteoritos, Planetas y piedras

El 15 de octubre es el día de Santa Teresa, felicidades a todas ellas y sus derivados. El día, además, está en el calendario como el día en que se falla el premio Planeta, en homenaje a la matriarca de los Lara. Trece años han pasado desde que me presenté al premio y cuánto ha cambiado mi percepción de este mundo. En 2007 la idea de publicar me parecía un sueño, algo inalcanzable y maravilloso. En 2020 me sigue pareciendo algo inalcanzable, pero no por las mismas razones que mi inocencia literaria percibía en aquellos días.

Fui a los Planeta con mucha ilusión, ninguna esperanza de ganar y fe en el futuro a partir de ese día. La ilusión se cumplió: verme allí rodeada de escritores a los que admiraba y leía; compartir cena con ellos y con mucha gente del mundo de la cultura; ver mi novela en el panel de los finalistas y superar los primeros cortes…

 

Fue todo lo que podía soñar para ese día en el que todo me parecía bonito, sorprendente. Incluso poder hablar directamente con D. José Manuel Lara o Boris Izaguirre me pareció un regalo. También se cumplió que no había nada que hacer. Mi falta de esperanza se alimentaba de mi inexperiencia escritoril ―le sorprendió incluso a D. José Manuel Lara que estuviera allí con mi primera novela―, pero durante la cena mis compañeros de mesa me aclararon muchos entresijos del premio que yo, todavía aterrizando en ese mundo, desconocía, y dejaban claro que yo era parte del atrezo. Alguno me miraba como diciendo: «alma de cántaro, ¿para qué te presentas?». El caso es que no me arrepiento. Igual si no me hubiera presentado y hubiera quedado entre los finalista nunca habría intentado publicar y hoy no estaría aquí escribiendo esto.

Lo que no se cumplió fue la fe en mi futuro literario tras el impacto del Planeta. Aquel lejano día de octubre pensé que en adelante me sería todo más fácil, y me equivoqué. Los problemas para publicar El final del ave Fénix ―la novela que me llevó a la gala de esta noche― los habéis podido leer en la serie de artículos Historias de editoriales que escribí para Zenda ―entre el humor y el surrealismo, sin una pizca de ficción―. La segunda, Las guerras de Elena, lo tuvo algo más fácil, arropada por el éxito de la primera, pero salió al ruedo sin apenas respaldo, con la cantinela de que yo no era ni político ni famosa y por tanto no interesaba a nadie ―se me quedó grabado, sí, hay cosas que no se olvidan―. Tal vez por eso la tercera, Yo, que tanto te quiero, se quedó pedaleando en el aire y tuvo que salir en México, en una edición de la que no he recibido noticia aunque sí sé que se ha vendido y aventurarme con ella por mi cuenta en España. Es la novela que mejores opiniones ha recibido de las tres y las anteriores no fueron malas, pero eso importa poco.

Como decía, un wide and winding road con muchas curvas y cuestas arriba.

Con la constancia que las caracteriza, las tres reanudaron el camino a finales del año pasado con la firma de un nuevo contrato. Parecía que iban a salir de nuevo en bolsillo, así estaba firmado, pero como digo, parecía. De nuevo todo está en el aire porque las cosas no se hacen como se firman. Son tiempos duros para todos, para el mundo editorial también, aunque precisamente si hay algo que la gente está haciendo, al no poder salir tanto como antes, es leer y ver series. Y, por duros que sean los tiempos, todo escritor ama su obra, necesita que se la respete, que se la mime aunque sea un poquito y que se piense en los lectores. No sé cómo acabará esta historia, pero de momento le ha caído un meteorito encima y no sé si se recuperará.

También El infiltrado ha tenido sus dificultades, como comentaba en la entrada anterior de mi blog y esta semana en Zenda. Las etiquetas, las circunstancias, mis obras anteriores… Siento hacer una entrada poco optimista, pero es realista y necesitaba expresarlo. Viene bien precisamente para asumir esa realidad y mantenerse firme en el respeto a la propia obra y a sus lectores. Escribir es una disciplina difícil y no tener una meta segura puede alentar la tentación de aflojar, sobre todo cuando un manuscrito se te atasca.

Porque, al final de todo esto, la satisfacción son los lectores que con sus comentarios y valoraciones me animan a seguir, hacen que cada piedra en el camino valga la pena saltarla, y que trece años después de tocar un cielo quebradizo y de que los cascotes me dieran duro, siga aquí.

Aprovecho para felicitar a Eva García Saenz de Urturi por su flamante Premio Planeta de este año, a quien conocí en las redes sociales antes de que publicara su fantástica La saga de los Longevos y sé cómo ha trabajado para llegar donde está, y a Sandra Barneda de quien desconocía su faceta de escritora pero espero remediarlo pronto.

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