07 Mar Las vueltas que da la vida
En esta vida a veces te topas con personas que se convierten en una cruz de tu Calvario, en los clavos con que tienes que vivir día a día a pesar del dolor que te provocan y que puede llegar a ser insoportable, incluso enfermizo. Creo que puedo contar a dos personas así en mi vida. No sé si son muchas o pocas, pero desde luego para mí fueron demasiadas y desaparecieron de mi entorno no hace tantos años.
Cada uno en un ámbito distinto de mi vida llegó a producirme ansiedad, temor, cansancio, rabia, desesperación, tristeza y muchos otros sentimientos negativos que me minaron como las termitas, de forma silenciosa pero profunda y destructiva.
Hasta hoy no me había parado a pensar cuánto en común tenían estas dos personas y las coincidencias en mi trato con ellas, a pesar de no conocerse de nada. Pero una noticia inesperada, casi increíble, sobre una de ellas, me hizo echar la vista atrás y reflexionar sobre ello, sobre lo que pasó, cómo me sentí y sobre las vueltas que da la vida.
Tanto una como otra me cayeron bien desde el principio. En realidad con una de ellas, llamémosle X, no fue así exactamente. Al principio me acerqué a X con cierta prevención y algo de temor, pero cuando eres consciente de que esos sentimientos han sido influenciados por alguien y tu inclinación natural es a darle una oportunidad a la gente, es fácil que termines apartando los prejuicios y aceptando con más fuerza si cabe a la persona en cuestión, aunque solo sea porque sabes que la prejuzgaste sin motivo. Y, analizando con mis escasas entendederas de entonces ―yo era muy joven y me creía la mar de sagaz aunque no tuviera ni idea― a esa X de mi vida, llegué a la conclusión de que era simpática, alegre, ocurrente aunque algo exagerada y buena, sobre todo buena, por lo que no había motivos para la suspicacia. Qué vista la mía.
En el caso de Y la cosa fue mucho más simple y directa. Me cayó estupendamente desde el día que lo conocí: amable, simpático, trabajador y con un aire bonachón que se granjeaba amigos por donde iba. Qué cierto es, aunque no siempre, que no hay que fiarse de las primeras impresiones.
Detrás de aquella imagen tanto de X como de Y se escondían muchas cosas más que tardé en descubrir y que cuando lo hice ya les había dado el poder de hacerme daño, tal vez por la confianza previa, por dejar la guardia baja, por no creer que haya gente capaz de atacar por la espalda y hacer daño de manera consciente sin que medie provocación; al menos desde mi parcial y subjetivo modo de ver las cosas, no la había. Y así, X e Y, cada uno en una esfera diferente, hicieron lo posible por buscarme la ruina y lo consiguieron en lo que tenían el poder de conseguirlo. No, no estoy en la ruina afortunadamente porque mi vida era y es mucho más, y no dependía únicamente de ellos para seguir a flote, pero sí que en sus respectivos campos yo podría haber tenido un futuro prometedor y muy cómodo, y consiguieron cargárselo, a conciencia. Aquello pasó, como todo, y yo seguí feliz fiel a mi lema: retroceder solo para coger carrerilla.
Algún curioso se preguntará por qué cuento todo esto ahora. Me acabo de enterar de que a Y le ha pasado lo mismo que con tanto empeño consiguió que me hicieran a mí, y exactamente de la misma forma. Sé también desde hace tiempo que X no está pasando por su mejor momento. Y no he podido evitar reflexionar sobre los sentimientos que me han embargado al enterarme de lo ocurrido a una de estas dos incógnitas. Al enterarme no he sentido ningún tipo de alegría ni de sentimiento de compensación en contra de lo que la tradición emocional avala. He oído muchas veces aquello de que la venganza se sirve en plato frío, o de que a cada cerdo le llega su San Martín. Pues no, no siento eso, y tampoco nunca me lo planteé, no he deseado jamás que les pasara nada malo aunque sí me he atormentado muchas veces pensando por qué se portaron así conmigo y buscando una explicación razonable desde sus puntos de vista, porque desde el mío no la había.
Lo primero que me ha subido a la garganta al saber lo sucedido con Y es tristeza; he sentido que era injusto lo que le había pasado, porque sé cómo me sentí yo y he podido imaginar y sentir el mal rato que habrá pasado él, lo que su familia estará sufriendo ―aunque conociéndole, pronto saldrá delante porque es de esas personas que siempre flotan― y porque se estará preguntando si tanto esfuerzo por su parte, tanta vida dejada entre cables y prensas, ha merecido la pena. Debe ser empatía, aunque sea con quien menos te lo esperas.
No creo que ni X ni Y lean mi blog. Respecto a X, aunque no me alegro de sus calamidades tampoco diré que me dé pena, hasta ahí no llego; ha tenido en esta vida mucho más de lo que pudo soñar y desde luego de lo que merecía. Su situación se la ha labrado día a día y ahora cosecha lo que sembró aunque eso no me produzca satisfacción.
Pero a Y, si me leyera, le diría que puede que se le haya abierto una puerta en vez de cerrarse, aunque ahora no lo vea; que tal vez esto sea un regalo en vez de una desgracia; que su vida es suya y aún puede hacer muchas cosas porque lo que nadie puede quitarle, como decía mi madre, es lo que lleva en el interior, lo que ha aprendido, su experiencia, y tal vez ahora dirija sus pasos hacia otro sitio y gane en otras cosas que había perdido. También le diría que se equivocó conmigo, pero me da la sensación de que eso ya lo sabe.
Con el tiempo he agradecido lo que me pasó, soy más fuerte, más feliz y he encontrado mi camino. Ojalá también Y encuentre el suyo.
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