26 Jul La risa de un imbécil
Quienes conocen la carretera del Mareny a Valencia saben que es una vía turística en la que se circula sin prisa ―y quien la tiene se la guarda―; donde ciclistas, tractores, furgonetas y coches conviven en un difícil equilibrio. Lo habitual en los días normales como hoy ―los fines de semana es otra cosa― es que se forme alguna pequeña caravana, tres, cuatro o cinco coches que circulan más lento de lo habitual porque el primero no llega a la velocidad de crucero. Uno se lo toma con calma, espera a llegar a alguno de los escasos tramos en los que se puede adelantar sin jugarse la vida y, cuando le llega el turno, adelanta y acelera hasta el siguiente grupo de coches. La carretera es sinuosa y estrecha, y la línea continua decora la mayor parte del recorrido.
Pues esta mañana, en uno de esos tramos de continua, sin visibilidad y con cinco o seis coches apretaditos tras una furgoneta de carga que circulaba a cuarenta km/h, un menda al volante de un SUV ha adelantado a tres de golpe, ha frenado de golpe al venir de frente otro vehículo, ha forzado al tercero de la fila a frenar y echarse al arcén y se ha incrustado en el hueco que le han dejado. Siempre tienen la suerte de encontrarse con gente civilizada que evita la desgracia.
Cuando todavía estábamos despotricando por su acción, y no contento con eso, en otro tramo ha repetido la operación. Esta vez el coche que venía de frente era de autoescuela; al volante, una joven a quien el color de la cara le ha volado a la misma velocidad que se ha visto obligado a frenar el capullo que conducía el todo terreno para no saltarle las gafas a la asustada conductora. De nuevo ha vuelto a tener la suerte de que el resto no eran tan descerebrados como él y le han abierto el hueco suficiente para que se refugiara sin estamparse contra la joven aprendiz.
Nos ha dado para un rato de exabruptos, conversación y elucubraciones sobre la edad y estado mental del individuo. Algún chaval hasta arriba de botellón. Una loca presumiendo con las amigas. Calla, que lo mismo es una urgencia.
Lo seguíamos llevando unos cuantos coches delante, tanta temeridad no le había dado ni para adelantar 100m y veíamos el reflejo oro pálido del vehículo zigzagueando en las curvas.
El caso es que cuando hemos llegado al tramo de autopista en el que ya se puede conducir a 120km/h ―y si vas a más tampoco se hace estragos―, hemos acelerado e, incomprensiblemente, el Honda Crv oro pálido iba pisando huevos. Lo hemos adelantado por inercia y no he podido evitar girarme para ver la cara del mal nacido que ha estado a punto de provocar tres o cuatro accidentes de tráfico en escasos quince minutos y que ahora iba pisando huevos. Era un hombre, de unos cincuenta, que se reía junto a una señora, también de cincuenta y tantos, de sus hazañas al volante y miraba con cara de burla a los que le adelantaban, en este caso nosotros, como diciendo: «Qué susto os he dado, eh». Ha dejado que le pasaran los coches que previamente había adelantado y, entonces, casi llegando a Valencia, ha vuelto a acelerar porculeando ―verbo inexistene pero tan gráfico que seguro se entiende― a todos los que se encontraba hasta que se apartaban para dejarle pasar. Ha debido entrar en el túnel a 120 km/h, total, para pararse en el semáforo. Cuando hemos salido del túnel allí estaba, parado. Habría salido del coche para decirle una barbaridad pero se ha puesto en verde antes de que pudiera abrir la puerta. Sí me ha dado tiempo de ver como seguían riendo, como imbéciles. La señora se ha bajado en el puente de las Gárgolas y el inestable mental ha seguido su camino. Ignoro qué gracia le veían a poner en peligro la vida de la gente, la chica de la autoescuela ha vuelto a nacer, pero era evidente que estaban disfrutando, como locos. Y es que los tenemos más cerca de lo que creemos.
No sé si volveré a encontrármelo, el coche no se me va a olvidar, su cara regordeta de ameba tampoco, la matrícula creo que terminaba en BYJ, pero, si sucede, completaré este artículo con su cara y la matrícula completa. Es lo menos que se merece.
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