13 Feb La Radio
Hoy es el día mundial de la radio. Para mí es parte de mi vida, parte de mi ser. La recuerdo desde niña como el fondo musical que nos acompañaba desde mucho antes que la televisión. Hace poco leía la novela La huella de una Carta, de Rosario Raro, y las notas de Indian Summer del programa de Elena Francis resonaba en mi cabeza y me evocaba el olor a limpio de la ropa de plancha, mis pasos de baile al son de la cadenciosa melodía, el silencio que solía reinar en mi casa, casi siempre inhabitada…
Por las noches eran las tertulias políticas las que se abrían paso entre las telarañas de mi sueño. Imagino que mi afición a ellas es hereditaria, y germinó gracias a la afición de mi madre a dormirse con ese ruido de fondo: La Linterna, Hora 25…
Por aquel entonces The Buggles popularizó la canción Video kill the radio Star, y muchos vaticinaban el final de un sonido que olía a naftalina y escasos medios. Yo mantenía mi fidelidad a los noticiarios, a los programas sobre cine como Polvo de Estrellas de Carlos Pumares o Cowboys de Medianoche y a los programas musicales, y sospechaba que The Buggles andaba muy equivocado.
Cuando me saqué el carnet, el binomio radio-
No imaginaba yo que algún día sería mi voz la que saldría por ese aparatito.
La primera vez que pisé un estudio tenía apenas 20 años y era un manojo de nervios. No sabía cómo se desarrollaba un programa de radio y acumulaba la tensión que produce el temor a meter la pata ―acudía en calidad de candidata a Fallera Mayor de Valencia y cada entrevista era un pequeño examen― con la que produce lo desconocido. La prueba de fuego no fue tal, me sentí como en casa; tras los saludos de rigor y la primera pregunta me relajé y me sentí en mi medio. No me habría ido de allí. Recuerdo que fue con Amparo Peris, en Radio Nacional de España, un monstruo de las ondas valencianas en la acepción más hiperbólica y positiva del término y todo un referente en la ciudad. Después vinieron otras, alguna muy incisiva e incómoda, pero de todas salí con ganas de repetir.
Me parecía fascinante todo lo que podía transmitirse con total libertad y sin la barrera que sí me producía la imagen, solo con el poder de la voz. Durante ese año y el siguiente rara fue la semana en que no participé en algún programa, ya fuera en el estudio o en alguna entrevista con unidades desplazadas. Y el año siguiente Julio Tormo, otro clásico de la radio y televisión valenciana, me propuso tener un espacio propio en su programa de mediodía en Antena 3 Radio. Eso fue un salto cualitativo, porque pasé de entrevistada a tener que pensar los temas y prepararme aquello de lo que iba a hablar. Un ejercicio interesante y menos fácil de lo que parece. Pero la radio engancha. Me sentía libre, como si estuviera sola y no me escuchara nadie, aunque luego me encontrara con gente que me comentaba esto o aquello que había tratado en el programa.
La semillita de la radio, ya no como oyente sino como participante, había calado profundo y, aunque mi desarrollo profesional me alejó de las ondas, ahí quedó.
El regreso se produjo años después, cuándo se supo que escribía. Tras algunas entrevistas por la curiosidad que despertó quedar entre los finalistas del Planeta, me ofrecieron participar de forma semanal en Radio Nou, en el programa el Barómetre de José Luis Torró, un magazin sobre economía, política y sociedad que se emitía en directo en horario nocturno y en el que contaron conmigo, cosa curiosa porque siempre había sido por otros motivos, por mi trayectoria profesional en el mundo de la empresa. Conocí gente interesantísima, hice amigos, aprendí mucho y aporté lo que pude. Pero sobre todo, disfruté.
Luego vino la colaboración semanal con Vicente Quintana, «la voz», en La Mañana de CV Radio y la más reciente colaboración mensual con Ximo Rovira en la 97,7 Levante Radio en un registro similar al que hacía en Radio Nou. Con todos ellos me he sentido como en casa, como en una charla de mesa camilla y taza de té. La televisión es diferente. La complicidad, naturalidad y cercanía que te da la radio es muy diferente a la de otros medios.
Pero, si hay un programa con el que me identifico, es con Pegando la Hebra, con María Vicenta Porcar, un espacio dedicado a la cultura que cada semana sorprende por la calidad y variedad de los contenidos, el nivel de los invitados, las actuaciones en directo… Bajo la férrea batuta de su directora y productora, María Vicenta Porcar, asistí al nacimiento de esta idea que parecía imposible: dedicarle una hora ―que han pasado a ser dos por la abundancia de contenidos― a todo lo que tuviera que ver con la cultura: cine, literatura, poesía, música en todas sus variantes y estilos, escultura, pintura, teatro… incluso deporte, gastronomía, ciencia o viajes, en una emisora generalista y no subvencionada. Porcar, con años de experiencia en las ondas en distintos programas, tenía muy claro lo que quería hacer: convertir un programa cultural, tradicionalmente asociado a público erudito y minoritario, en algo cercano y de amplio espectro, divertido, ameno y dónde cualquier oyente encontrara su espacio, lo entendiera y disfrutara.
Empezó en un estudio pequeñito, sin apenas medios, donde a veces llegábamos a embutirnos cinco o seis personas turnándonos las sillas y los micrófonos. Recuerdo un programa en el que me entró la risa porque compartíamos espacio con un San Bernardo de dimensiones descomunales y estómago inquieto, y el animalico nos obsequió con una emisión de esa inquietud estomacal, llámese ventosidad, que casi nos asfixia a media mesa. La otra media, con la directora a la cabeza, nos miraba entre el desconcierto y el claro enfado por nuestra poca compostura.
Desde aquellos inicios precarios en un piso de Ángel Guimerá, a lo que actualmente es, un programa de dos horas en unos estudios preciosos, con espacio incluso para espectadores ―porque Pegando la Hebra es mucho más que un programa de radio― y un piano que los invitados pueden utilizar para sus actuaciones, ha habido una travesía larga y complicada, mucho esfuerzo, trabajo, y convicción. En los estudios de Onda Uno se afianzó el proyecto que hoy en día es una realidad necesaria, un programa de esos que debería estar subvencionado por su labor divulgativa y enriquecedora, y que por desgracia no lo está; un programa que se hace por amor al arte, y no es una frase hecha, es la realidad. El amor al arte de María Vicenta Porcar lleva cada jueves ―o cuando quiere gracias al podcast― hasta nuestros receptores este pedacito de oro hecho ondas. Mi participación como colaboradora ―aunque sea de tarde en tarde― me ha permitido asistir a actuaciones memorables y a entrevistar a personajes de una talla artística y personal inmensas.
Me siento privilegiada por todo lo que la radio me ha aportado, y un trocito de mí está moldeado por las ondas hertzianas que me abrazaron durante años. Por eso hoy, este día, le dedico mi pequeño homenaje y le deseo larga vida.
#Diadelaradio
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