De festeta en festeta, como el dolçainer

Pensaba que no volvería a escribir en el blog, pero poco a poco los problemas van abordándose y, aunque no están solucionados, me roban menos tiempo. Loque tenga que ser, será.

Esta semana no he podido apenas sentarme al teclado, abril es el mes de los libros, de la literatura, y siempre hay muchas actividades. El lunes pasé una tarde maravillosa entre la Librería Gaia y El Corte Inglés, dónde estuve firmando libros. Me gusto ver la cantidad a padres que entraban con sus hijos en la Librería Gaia. Los niños curioseaban en los estantes hasta encontrar el libro que querían llevarse. Se veía que eran de la casa, Lola les hablaba como a amigos, sabía lo que querían y la complicidad era evidente. Con alguna pequeña lectora llegué a hablar, tenía inquietudes, conocía el terreno y no tardó en decidirse por un libro adecuado a su corta edad (tal vez siete, tal vez ocho años). Los que compraron algún libro mío lo hicieron para regalarlos en ese mismo día, tan señalado en la literatura. No hay mucha costumbre en Valencia, pero poco a poco va tomando forma y Lola tenía unas rosas simbólicas para llevarse con cada libro.

En el Corte Inglés hubo varias anécdotas simpáticas. Una curiosa fue el interés en mi obra por una señora que vivía en Suiza. Una mujer elegante, altísima (más que yo y eso no es fácil) y que se interesó por la temática de mis novelas. Estuvimos hablando brevemente, paseó junto a su marido (me dio la impresión de que él no hablaba español) por las mesas de novedades, eligió algún libro, y al final vino a por El final del ave Fénix. Me confesó que no se llevaba los demás de la saga porque en el equipaje era un problema, pero la tranquilicé diciéndole que no se preocupara porque pueden leerse de forma independiente. Espero que el peso adicional de llevarlo consigo le valga la pena.

 


También observé a una chica joven, menuda, que como un arqueólogo en un yacimiento histórico revisaba mesa por mesa con cariño, con tiento, con deleite, los títulos expuestos. Tomaba un libro, ojeaba la sinopsis, lo habría para leer alguna página y volvía a dejarlo en el sitio. No exagero si digo que estuvo más de hora y media. Alguno de esos libros se encariñó con ella y se refugió en su regazo. Los míos los revisó varias veces. No se me da bien interpelar a los posibles lectores, tengo colegas que lo hacen con gracia infinita, pero yo siempre tengo la sensación de que interrumpo un momento íntimo y no me atrevo a acercarme. ¿Quién soy yo para importunar a nadie en sus divagaciones literarias? Así que nada le dije, aunque como venía gente y preguntaba sí debió de oír las explicaciones a unos y otras. El caso es que no pensaba que fuera a llevarse ninguno mío, mucho menos el pack de la trilogía, y de pronto regresó a la mesa, tomó el pack con decisión y se acercó a que se los dedicara: «si quieres fírmame solo uno de los tres, no quiero robarte tiempo.» Ojalá vuelva a saber de ella, era evidente que amaba los libros.

Una de las personas que se acercó era una conocida. Me saludó cariñosa y me dijo que buscaba un libro para regalarle a su hijo. Pensó lo que pensó y me aclaró: «el tuyo no, que es para él». No dije nada y seguimos hablando. Incluso le asesoré sobre otros libros que tal vez podrían gustarle. Al rato volvió a por uno de los míos: «también quiero llevarle uno a mi nuera», añadió para dejar claro, de nuevo, que su hijo no me leería. Es el pan nuestro de cada día de muchas escritoras, ya lo he comentado otras veces.

A la mañana siguiente fui a dar mi clase del AUEX-CEU, esta vez sobre literatura de humor, un género que me produce cierta tristeza. Pero disfruté la clase, la penúltima. Y una vez concluída pude dedicarle tiempo a una presentación de mis novelas para un proyecto que pensaba que podía ser relevante de cara al futuro. Diapositivas, ensayos cronometrados, replanteamientos…

Me equivoqué en mi apreciación. Nada fue como esperábamos. Lo mejor de la iniciativa: que coincidí con muy buenos amigos, que además son autores, y con autores que se están convirtiendo en buenos amigos (gracias por la foto, Rosario), y también que vino mi agente y su socia y pudimos hablar de muchas cosas interesantes. Aunque internet acerca, no hay nada como la cercanía y compartir ilusiones degustando un buen arroz.

Lo peor, que coincidí con mi «amigo» el marqués/barón (ya he hablado alguna vez de este fenómeno que primero puso a caldo mi obra en Amazon y tres años después la compró para leer algo mío) y estuvimos los dos jugando al ratón y al gato.

Espero averiguar algún día el auténtico motivo de esta
convocatoria.

Tampoco tuve tiempo de darle muchas vueltas. Terminaba de comer casi a las cinco, y a las siete presentábamos en Ámbito Cultural la antología De amor y guerra, donde varios autores hemos aportado textos con ambos temas como hilo conductor. Los hay románticos, cómicos, dramáticos, dulces, distópicos, actuales, ucrónicos, futuristas… Y, en todos ellos, el papel de la mujer puesto en relieve: desde los más tópicos ―madre, esposa, hermana o hija de guerrero―, hasta otros menos retratados como el de luchadoras, rabonas, fabricantes de balas, enfermeras… Lo pasamos muy bien, y espero que quienes nos acompañaron y se llevaron un ejemplar también disfruten con su lectura. Entre los asistentes, Luisa Gavasa, un lujo para todos.



Gracias a Eva Mª Marcos y María José de la Torre por las fotos.

Lo que no tengo este año son firmas en la Feria, aunque es posible que me acerque a alguna librería para firmar libros en los próximos días, falta que lo concreten.

Por eso voy a montar mi propia caseta aquí, en mi página web, por si en la Feria no se encuentran mis libros. ¿Cómo? Haciendo un descuento especial mientras dure la Feria: las ediciones en rústica a 16€ y la de bolsillo a 5€. Lo pides por correo electrónico, facilitas tu dirección, pagas por transferencia y lo recibes en tu casa en menos de una semana (salvo problema de correos). Así de fácil.

Estamos de vuelta. O eso espero.

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