26 Nov De dónde vengo, a dónde voy
Empecé a escribir tarde. Corría el año 2006 y hasta ese momento mi vida había sido una carrera sin pausa. Trabajo, hijos, familia, casa, más trabajo… Corría como un hámster, sin aliento, sin rumbo. Adelante, siempre adelante. Pero ¿hacia dónde? Daba igual, no había tiempo para pensar, para decidir. Con sacar adelante a la familia ya era mucho. Dos años antes, la muerte había hecho doblete en mi mundo sin que mi carrera en la noria de la vida frenara o aminorara la marcha. Pero ya no fui la misma. La orfandad es un sentimiento que llega para quedarse, te marca, y, por mucho que yo no quisiera permitir que se adueñara de mí, lo hizo. Por la puerta de atrás, la del inconsciente, donde la voluntad poco influye.
Una madrugada de septiembre de ese año, un golpe en el pecho me despertó. La garganta cerrada, la cara mojada, un sabor acre en la boca. La rueda había dejado de girar, solo estaba el presente y el dolor apretado durante esos dos años en las costuras que acababan de reventar. Miré hacia dentro por primera vez en mucho tiempo, no me cabía nada más que ese vacío hiriente al que miraba de frente. Esa angustia vital me sentó, casi sin pensar, frente al ordenador, y empecé a escribir. No sabía entonces todo lo que vendría después. Varias novelas, relatos, artículos de prensa, colaboraciones en radio y televisión, charlas… Todo esto entraba en lo imaginable. Pero, si aquella madrugada alguien me hubiera dicho que algún día acudiría a la FIL de Guadalajara como autora, le habría preguntado qué sicotrópico había tomado. Decir que era un sueño, además de un tópico sería falso. Nunca soñé con llegar allí, de tan lejano como se me antojaba y aquí estoy, preparando dossiers, pensando en la maleta y preparando la llegada. Manadas de hormiguitas recorren mi estómago para que no olvide que se acerca el día y es real. Después de una larga travesía por las tinieblas parece que vuelve la luz.
No es la primera vez que viajo a México. Lo hice siendo muy jovencita, como tantos otros viajes, siguiendo a la trotamundos de mi madre, que en vez del apartamento en la playa prefería invertir lo que ganaba en conocer el mundo y abrirme los ojos a otras culturas y costumbres. Fue un viaje divertido y relajado, al menos para mí que no tenía más responsabilidad que disfrutar. Dentro del recorrido, hicimos parada en Guadalajara. No sabía entonces que allí se celebraba una de las Ferias más importantes del mundo literario. Sí recuerdo la catedral, la Plaza de Armas y un sitio con unos jardines cuajados de flores — creo que eran rosales— donde comimos maravillosamente. Volver va a ser una experiencia agridulce. No sé si tendré tiempo de volver a esos sitios y mirar al cielo en busca de mi compañera de fatigas para decirle: «mira dónde estoy».
Mi relación con los lectores mexicanos ha sido, cuando menos, curiosa.
Han pasado muchas cosas con mis novelas —sobre todo con la primera—, de las que me he ido enterando casi por casualidad. Por mi hermana americana —thank you, Lisa—, me enteré de que mi libro había llegado a la cárcel de Sinaloa.
Y por el tuit de una lectora, que además se ha dedicado también a escribir, supe que esa misma novela había sido lectura recomendada en su universidad. Esto fue con El final del ave Fénix, pero de Yo, que tanto te quiero se hizo una edición allí distinta a la española. Ahora voy con El infiltrado, una novela entre el thriller y el realismo mágico dónde la muerte no sigue las reglas conocidas. Confío en que los lectores mexicanos apreciarán el universo de Arlodia como antes lo hicieron con mis otras novelas.
Agradezco a Sargantana que asumiera el riesgo de publicar esta novela atípica y original, difícil de etiquetar, que se salía de mi registro habitual. Y también que me plantearan la posibilidad de viajar a la FIL de Guadalajara para abrirle nuevos horizontes. Ellos ya están allí, con Quique Olmos a la cabeza, y espero que con mucho éxito de público y ventas. A mí no me queda nada, el miércoles vuelo a México y pasaré el día de viaje, pero espero encontrarme pronto con el resto de compañeros que se han unido a la aventura: Enrique Vaqué, Mónica Molner, Mario Caballero y Jordi Peidró.
A la vuelta, os cuento, pero atentos a Instagram que intentaré mostraros la feria.
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