26 Dic Con los pies en la tierra. Ser o no ser famoso
Las cosas no suelen ser como las vemos. Tendemos a movernos en círculos en los que se habla de determinados temas, se tienen enfoques comunes y participan o destacan siempre las mismas personas. Eso da la sensación equivocada de que «el mundo» se reduce a eso, y algunos terminan creyendo que son el ombligo de ese mundo. O incluso asumen que lo que ahí se dice y se habla es la opinión de todos, dentro y fuera del círculo. El caso más claro es el de los políticos, pero no es de ellos de los que quiero hablar, sino de otras percepciones erróneas.
El otro día alguien me aconsejó en Facebook que llevara cuidado con la información dada ―procuro no concretar si voy o vengo, pero hay cosas inevitables―, porque según él soy famosa y podría tener algún problema. ¿Famosa? ¿Yo? Me entró la risa. En el mundo de las fallas puedo ser conocida (sobre todo para los que peinan canas), pero no famosa. Y en el literario ―que es el ámbito al que se refería este amigo―, por desgracia ni eso.
A mis contactos de FB (cerca de 4000 amigos en mayor o menor grado), y de Twitter (camino de los 1200), que me ven activa, participando, con un libro publicado por una buena editorial y varias ediciones a cuestas, puede que se lo parezca. Pero es un espejismo, una apreciación parcial, como comentaba al principio.
Rompes esos círculos endogámicos y nadie sabe quién soy, lo cual es más bueno que malo en lo personal, aunque no en lo profesional. Lo más fácil es que pasen por una librería, vean mi novela en un anaquel y no les suene el título, ni mucho menos la autora ―si encima en las librerías digitales asignan mi obra a otra persona, como me pasó en La casa del libro, o la incluyen en la categoría de policíaca junto a Camilla Lackberg como sigue estando, la cosa mejora―. La realidad es que te conoce de oídas un porcentaje amplio de los pobladores de esos círculos, un porcentaje más pequeño sabe realmente quien eres y a qué te dedicas ―en este grupo andan los despistados que piensan que eres «famosa»―, y el resto del vasto mundo no tiene ni idea de tu existencia.
Yo lo tengo bastante claro, pero para los despistados les daré algunas pautas para utilizar la cualidad de «famoso» en su justa medida.
Los «famosos», hablando de literatura ―o de libros, que no siempre es lo mismo―:
están en boca de todos;
sus novelas son reseñadas por periódicos y revistas, ya sean generalistas o especializadas, algo imposible para un autor desconocido (o sin padrinos, pero esa es otra historia).
Es más, a veces las reseñan incluso antes de salir a la venta.
Dan conferencias aquí y allá.
Aparecen en los programas de radio o televisión nacionales hablando de sus libros.
Y, muy indicativo, la gente hace cola para comprar sus obras. Incluso aunque sea la primera que escriben y no se les conozca habilidad previa especial en el arte de juntar letras; en estos casos la cualidad de «famoso» lo avala para hacer atractiva la historia creada y colocarla en sitio preferente en las librerías.
La prueba del algodón, si te han regalado un lector electrónico estas navidades, es que sus obras estarán incluidas en el aparatito para que empieces a leer. Haz la prueba, y mira a ver si en tu nuevo lector encuentras algún libro de un indie ―autores que se autopublican en Amazon, muchos de ellos gloriosos superventas desconocidos―, o de autores cuyo nombre no suene a todo el mundo. Esos, son famosos.
Al común de los autores, entre los que me incluyo, no nos pasa nada de eso, ya sea porque llevamos poco tiempo, no hemos tenido suerte, no somos lo bastante buenos, o no hemos destacado en otras facetas no literarias lo suficiente como para despertar el interés del público.
Los famosos no necesitan publicidad para vender y sin embargo la tienen. Las editoriales y los libreros saben que son valores seguros, tal vez los que hacen rentable el negocio y permiten que otros autores no famosos ―como servidora― puedan publicar. Por cierto, muchos de los que despotrican por el éxito de esos libros escritos por personajes de la farándula que no voy a mencionar, no saben que gracias a ellos conseguimos publicar otros que en definitiva somos una inversión arriesgada, asumible gracias a aquella inversión segura que supone el famoso de turno. Lo aclaro para que no se entienda esta entrada como un ataque a aquellos, porque no lo es, más bien al contrario, deberíamos estarles agradecidos.
Pero como decía, los desconocidos necesitan esa publicidad mucho más que los otros, y sin embargo será difícil que la tengan; las editoriales no invertirán mientras no sepan que la inversión retornará. La famosa pescadilla que se muerde la cola: sin publicidad un libro no llega a conocerse; si no se conoce, se vende poco; y si se vende poco no se invierte en su promoción. Y vuelta a empezar.
Por eso, tenedlo claro, NO soy famosa, y mientras esto siga así, os necesito para dar a conocer mis novelas. Hago esta reflexión porque algunas veces he pedido a mis seguidores en las redes sociales que comentaran los libros leídos, sobre todo cuando son de autores poco conocidos, que dejen constancia de su opinión en las librerías digitales (incluso aunque lo leyeran en edición de papel) y, si les gustó, que lo difundan entre sus amigos (y no hablo solo de los míos sino de los de todos los autores en similares circunstancias), o los reseñen si tienen un blog. Y también a veces, algunos seguidores protestan por esas peticiones, o expresan su disgusto ante las menciones frecuentes a libros de los autores independientes o no muy conocidos (porque cuando son de los famosos, curioso, no me dicen nada). Lo hacemos por necesidad, no por gusto. Porque los famosos de verdad, todo eso ya lo tienen.
PD: Por cierto, por predicar con el ejemplo, en este post encontrarás mi comentario a libros de autores que probablemente no conozcas y merecen mucho la pena. No te los pierdas.
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