Cicatrices 2017

Este año no quería hacer balance, tal vez porque no me entusiasma el año que dejo atrás o porque lo que tendría que escribir no me gusta compartirlo. Pero al final siempre hay algo que me empuja al teclado, como la llamada de la naturaleza, y aquí estoy, echándole valor porque, como digo, no me gusta el balance del año aunque sea positivo y cuando escribo no me escondo.

Tenía muchos y buenos propósitos, como la mayoría, y me temo que no he cumplido ninguno. Como si de una madeja invisible se tratara, los problemas me han envuelto y dispersado hasta no dejarme escribir apenas unos artículos para la revista Zenda
, tal vez lo mejor del año en lo profesional. Creo que he hecho un buen trabajo en la revista, y muchos artículos son atemporales, de hecho de vez en cuando sigo recibiendo notificaciones de “Me gusta” en Twitter, ese remedo de la palmadita en la espalda o de la abuela que hace tantos años que no tengo. Además, me ha dado la oportunidad de conocer en persona a un escritor al que he admirado desde siempre y a personas muy, muy interesantes, que me han enriquecido y a las que ahora sigo en RRSS.





Como leía a José Ovejero ―también en Zenda, Verdades sospechosas―, el desaliento y el entusiasmo se alternan durante toda la escritura, pero también antes de empezar a escribir. Y yo llevo con desaliento previo demasiado tiempo. Quiero y no puedo. No encuentro el momento, ni el espacio, ni las circunstancias, ni el sosiego necesario. Tal vez sea mi deseo para 2018, encontrar ese equilibrio desequilibrado necesario para seguir escribiendo, para continuar la novela que comencé en verano y no he vuelto a tocar desde entonces, para dejar morir una saga que llevo tan dentro que abandonarla a su suerte es como suicidarme y por eso no me resigno. Pero no puedo ni debo seguir dedicándole tiempo o pensamientos a los Lamarc, el pasado es mejor dejarlo atrás y concentrar la atención en lo que está por llegar.

    


Queda un proyecto abierto con esta historia valenciana, un proyecto muy, muy bonito, que puede cambiarlo todo. Pero no puedo anclar mi futuro a una ilusión que no es fácil que fructifique. Pronto saldré de dudas, entre enero y marzo sabré algo.

En 2018 hará diez años que publiqué por primera vez. Diez años son muchos años. Desde entonces he publicado tres novelas, varias antologías de relatos y sigo siendo la misma que entonces. Un poco más conocida, más leída, pero fuera de los
circuitos literarios y alejada de la prensa especializada. Es tiempo suficiente como para haber llegado a algún sitio y, si no lo has hecho, replantearte las cosas. En 2018 habrá que tomar decisiones.

He tenido muchas satisfacciones como profesora de literatura en la AUEX-CEU, una experiencia por la que me siento agradecida, pero la preparación del nuevo ejercicio con un nuevo temario me está consumiendo un tiempo que no tengo. Tiempo, tiempo, tiempo… ¿Dónde lo fabrican? Necesito duplicarlo y no sé cómo. Tengo la mala costumbre de exigirme mucho y eso hace que la creación del nuevo material
sea una montaña a escalar. Y estoy escalando. Espero no despeñarme y llegar a tiempo porque las clases comienzan en enero.

Durante todo el año he tenido una ausencia fuerte;
una persona que era mi punto de apoyo, mi referencia, una parte importante de mi vida, ya no está. Han sido muchos los momentos de angustia y pena, de que la inercia me empujara a compartir cuando ya no era posible, pero todo se asimila y encaja, y espero que en 2018 solo queden los buenos recuerdos de una etapa cerrada.

La familia se ha reducido aunque por fortuna nadie ha muerto. Simplemente una parte
ha dejado de serlo. Nunca lo fueron, solo un espejismo, pero hubo un tiempo en que pensé que podrían llegar a serlo. Me equivoqué y la equivocación me salió cara, pero también eso queda atrás aunque deje cicatrices.

He tomado conciencia de que el concepto de madre con el que crecí ya no es aplicable. Los hijos de hoy en día son padres antes de serlo, antes de merecerlo. Mi generación somos el jamón del sándwich: hicimos todo lo que pudimos por los que nos antecedieron, porque éramos hijos y debíamos un respeto a nuestros padres además del cariño
devoción, inlcuso, y hemos hecho todo lo que como padres está en nuestra mano por los que nos siguen, hemos procurado lo mejor para ellos, lo normal, pero no sé en qué momento nos quedamos colgados en medio de la nada, con todas las obligaciones y ningún derecho. Esta es de las cosas que no quería escribir, pero aquí está. Para 2018 espero ser capaz de preocuparme menos por esto y vivir más. El egoísmo dosificado va a ser un valor al alza.

Lo mejor del 2017 han sido tres cosas: los amigos, mi colaboración con Mamás en Acción y la persona con quien comparto mis días.

He recuperado amigos que creía perdidos sin saber la razón, pero igual que se alejaron volvieron, poco a poco, sin saber cómo o por qué. Ha sido un regalo tenerlos de nuevo a mi lado. Y a los que siempre tengo ahí les debo muchas sonrisas y mucha de la fuerza que me empuja
: mis chicas del 88, las locas de Pegando la Hebra, mi siamesa, Rosa, P&A, Gloria, Fina y Carina… Les debo mucho y me siento muy afortunada por tenerlos.

 




Desde que entré en la familia de Mamás en Acción esta pequeña gran organización me ha dado mucho, sobre todo enseñanzas, ejemplo, positivismo y me han contagiado esa energía que las mueve y hace posible lo imposible. Sé que he dado mucho la paliza con este tema, pero si lo hago es porque creo en ellas, en lo que hacen y en CÓMO lo hacen. Hay muchas ONG y a cada uno le toca el corazón una causa. A mí también, pero esta es especial tal vez por lo cercana y real, porque cada día ves los logros, los avances, los beneficios para los niños que de otra forma pasarían solos las experiencias más duras. Lo he compartido con casi todo aquél que me importa o tengo confianza, abusando incluso de esta, y lo voy a hacer una vez más. Os dejo aquí el enlace para ayudar a que se convierta en Fundación y pueda seguir haciendo lo que tan bien hace.

Decía que eran tres las cosas buenas, la última de ellas y no la menos importante es que este 2017 convulso y crispado no me ha pillado sola. Llevo tres años en que sé que no estoy sola, que sonrío sin motivo, que el buen humor me ayuda cada mañana a ver la vida con optimismo, y puede que 2018 ponga el lazo o la guinda a este hermoso pastel del que cada día saboreo un bocado nuevo.

Por todo ello me siento inmensamente agradecida con la vida y es lo que me llevo a este año que empieza.

Este ha sido mi blog durante muchos años, pero creo que es una obligación más a la que debo renunciar. Una obligación descuidada y mal llevada por falta de ese tiempo del que tanto he hablado, así que sirva este escrito como despedida y cierre, aunque algún día pueda retomarlo, y mi primer paso para ordenar el futuro.

Estoy convencida de que 2018 va a ser un año de cambios profundos, cambios buenos, cruciales.

Y a 2017, que le den.

Feliz 2018 a todos y gracias a tantos lectores y amigos como me habéis acompañado en esta andadura.


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