12 Jul Amigas, buenas amigas
Hace unos días tuve una reunión con amigas de toda la vida, de esas que siempre están ahí, y cuando llegué a casa solo pude sentarme al ordenador a escribir. Todos dormían, era muy tarde, pero no pude evitar sentarme a escribir. ¿Por qué? Porque cuando estoy tan inundada de sentimientos no puedo dormir sin vaciarme, mi mente bulle, mi corazón explota y necesito dejar salir esa fuerza por mis dedos. Vosotras sabéis quienes sois, así que no lo diré para preservar ese necesario anonimato, pero esto necesitaba escribirlo para conciliar el sueño.
A vuestro lado el tiempo no pasa. Es como si siguiéramos con 20 años viviendo sin preocupaciones y con mucha energía, pero con más peso en la mochila de la vida. Total, no hacemos nada de particular, tan solo compartir mesa y conversación ante, eso sí, los suculentos platos de Augusto ―que se saltan cualquier dieta―, y una buena copa de vino. Pero esa es parte de la gracia de la noche, saltarse las normas ―y las dietas―, hacer y decir lo que de normal no haces ni dices; abrirte en canal y sacar fantasmas, compartirlos, hacer un aquelarre con los de todas y renacer en la noche como si de una liturgia de San Juan se tratara. No quemamos nada, solo pensamientos, penas, pesares y angustias. Y allí quedan. Bueno, en realidad siguen existiendo pero los ves con otros ojos más benévolos, menos rigurosos y trascendentes, e imbuidas de una fuerza que nos hace afrontarlos con más fuerza. Reímos, compartimos, charlamos, y al postre parece que la vida, nuestra vida, ha cambiado y es mejor.
En realidad la vida no cambia, sigue siendo la misma. No somos tontas y lo sabemos. Cambiamos nosotras y la forma de enfrentarnos a ella. Lo imposible se hace posible; lo insoportable, soportable; lo incapacitante, prescindible. Y descubrimos que merecemos todas una vida plena y gratificante en la que nos sintamos como reinas, como un día lo fuimos, y que nuestros problemas son comunes, nada especial, etapas de la vida de muchos que nos ha tocado vivir y que son la antesala de otras que llegarán. Tal vez mejores. Tal vez no.
A veces, en la tertulia, ves asomar una lágrima reprimida, porque entre risas y bromas se habla con el corazón descubierto; pero no la alimentas, simplemente la abrazas con tu gesto y ayudas a que pase con cariño y humor. No hemos venido a llorar pero, si hiciera falta de verdad, compartiríamos el llanto con gusto porque nuestro cariño está ahí para lo que sea necesario. Uvas y maduras.
Esa sensación de intimidad, de cariño, de saber que se puede hablar de cualquier cosa sin miedo a que trascienda y siendo comprendida, el verse reflejada en una mirada de complicidad, es un privilegio que Dios me ha dado y por el que no puedo dejar de darle gracias. Con vosotras no me siento sola, con vosotras nada es irresoluble, con vosotras siempre hay algo por lo que sonreír, y me siento muy afortunada de teneros ahí, aunque sea de tarde en tarde. Aunque algunas se hagan caras de ver. Aunque de otras solo sepa de oídas.
No sé que hado nos cruzó en el camino, pero sabía lo que hacía, y si no existierais, tendría que inventaros, porque mi vida no sería la misma sin vosotras. Gracias por estar ahí, por escuchar, por comprender, por compartir, y por ser como sois.
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