Tú puedes

Viendo uno de esos vídeos que se comparten en Facebook, he recordado algo que viví en primera persona hace tiempo y que fue algo parecido, aunque en versión reducida, a lo mostrado. El vídeo lo pongo aunque no sé lo que durará; ignoro si tiene derechos o no, y si me lo harán quitar, pero vale la pena verlo. Es largo, señor impaciente sí, usted, el que se lo va a saltar o hacer clic para irse a otra página, unos quince minutos que hoy son una eternidad. Pero es hermoso. Y cierto. Y reconforta. Y emociona. Y, sí,  también es sensiblero, y yankee y con moralina. Pero qué leches, entre tanta insensibilidad y falta de empatía como nos rodea viene bien aflojar las cuerdas de vez en cuando y dejarse llevar por las emociones. Ver aquí

Comentaba que este vídeo me recordó un caso real que viví de cerca. En las empresas, como en muchos colectivos, pronto se etiqueta a la gente. Y como seas raro, diferente, tímido, taciturno o poco expresivo, puedes terminar siendo un paria dentro de tu entorno laboral. Este era el caso de algunas personas en una empresa que conocí muy de cerca. Empresa joven, dinámica, llena de yogurines y petisuis risueños, rápidos, escandalosos incluso. Y los que no eran tan jóvenes eran muy fashion, muy estilosos, o tenían poder.

Allí haber cumplido la cuarentena era pecado, y la cincuentena pecado mortal. La inercia llevaba a arrinconarlos y la costumbre a ponerles motes despectivos, burlescos, humillantes las más de las veces. «El patito feo», «la rara», «el gordo», «la abuela», «el tamagochi», «Cruela de Vil»… Y cuando a las personas se las desprecia e infravalora durante más de ocho horas al día terminan por despreciarse e infravalorarse ellos mismos. Hace falta una vida muy plena o una estabilidad interior de granito para salir victorioso.

Cuando yo conocí a alguna de estas personas, eran grises, tristes, sin motivación en su trabajo ni percepción de utilidad alguna en su quehacer diario. Autómatas definidos, algoritmos programados para la indiferencia.
Analizando sus trabajos me di cuenta que hacían tareas valiosas. Una de ellas era la enciclopedia de la historia en aquella casa. Dice el refranero que sabe más el diablo por viejo, y ella no era diablesa ni tampoco vieja, pero tenía muchos más años que cualquiera de sus compañeros y entraba en la categoría de carcamal por comparación. Aunque era callada y seria, también era observadora, cuidadosa, meticulosa, paciente, metódica, organizada y sabia. Sacarle partido a su trabajo fue fácil, hacerle comprender lo valioso de su tarea costó un tiempo, pero una vez asimilado, la actitud cambió, también la productividad, la capacidad de decisión y la proactividad aparecieron como por ensalmo, y a pesar de lo duro de su trabajo y de las circunstancias personales que no le acompañaban, al fin sonrió. Tal vez sea de las mayores satisfacciones que me llevé en mi vida laboral.

Este vídeo no es un cuento chino. La frase aquella de «lo hizo porque nadie le dijo que era imposible», tampoco.

Parece que ser duros, incluso crueles con los demás, espabila, espolea y obliga a mejorar. No es cierto, en la mayoría de los casos solo sirve para hundir y cercenar las posibilidades de la gente. Eso solo funciona con materia curtida y recia, y en general no sabemos tanto de quien tenemos enfrente comopara jugárnosla a esa carta. No hablo de mentir ni engañar, sino de valorar. Si a alguien le repites constantemente que es un inútil, llegará a serlo, se tropezará con sus propios pies. Si le repites que es útil, haciéndole ver el por qué, lo será más. Y una vez conseguido eso, ya habrá tiempo de trabajar sobre las áreas de mejora.

Y es que todos tenemos mucho bueno dentro para ofrecer, solo hay que encontrarlo y mostrárselo a quien no lo ve, para que el color y el calor de su vida cambie. ¿Te apuntas?


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