Sequía creativa

Muchos son los que me preguntan cuánto falta para que salga la nueva novela. Es lo que tiene acabar la anterior dejando cierta expectación en el aire. Y yo les contesto que la cosa va para largo. No debería, pero así es.

     


Los motivos son variados. El primero es que apenas saco tiempo para escribir. Promocionar las novelas que ya están a la venta quita tiempo, debo seguir las estadísticas, mantenerme presente en las redes sociales, aunque no sea de las qu
e solo se dedican a hacer publicidad ―o autobombo, como algunos acusan― y a moverme por distintos sitios para que las novelas sigan vivas. Tener que ocuparte personalmente de esas cosas quita dedicación para lo fundamental. No solo por el tiempo real que dedicas a eso, sino por el desgaste mental que conlleva pensar cómo hacerlas.

Pero no me engaño, esa no es la única razón. Lo cierto es que el tercer proyecto, o mejor dicho, el punto final del proyecto que inicié con «El final del ave Fénix», lleva demasiado lastre a cuestas.

Por un lado, tengo la presión de la expectativa creada en las dos anteriores. Los comentarios que me han llegado salvo alguno muy minoritario, son muy buenos, y eso hace que te plantees si serás capaz de repetir ese éxito y no defraudar a los que han confiado en ti, algo que ya me pasó con «Las guerras de Elena», pero que conseguí superar con buenos resultados según me cuentan los lectores.

Pero ahora la carga es doble.

Ya con «Las guerras de Elena» sufrí la presión de saber que me iban a leer, algo que los que han escuchado mis entrevistas o leído algún post en este blog saben que no me sucedió con la primera novela, escrita sin pudor alguno ya que era «de uso interno». Es muy distinto escribir pensando que no te va a leer nadie que hacerlo sabiendo que es probable que te lea mucha gente. Sobre todo cuando a esto se le une el que la gente tienda a identificar la historia que escribes con la tuya propia al situarla en tu ciudad, en sitios que conoces, y con personajes que pueden confundirse con personas. Y por tanto da lugar a conjeturas respecto a cuanto de ti hay en lo que cuentas. Curiosidad malsana.

En mi tercera novela, si consigo acabarla, para terminar de complicar la cosa el narrador está en primera persona. Era necesario porque así empieza y termina «El final del ave Fénix», y justo esta novela desarrolla esa época. Comencé a escribirla con un narrador omnisciente, pero no fluía, no era el tono necesario para lo que tenía que acontecer, y al final reescribí las cincuenta páginas que llevaba pasándolo a narración en primera persona, con lo que eso supone de coartar el conocimiento de lo que sucede alrededor. Tuve que solventar situaciones imposibles de saber por parte de la narradora, eliminándolas o modificando su desarrollo para evitar incoherencias, pero al menos encontré el tono que hacía fluir la narración.

Pero el «problema» es que ahora me encuentro con una narradora en primera persona, más o menos de mi edad, con una historia que empezó en un prólogo basado en una vivencia personal, y que aunque no tenga nada que ver conmigo muchos van a pensar que sí. Horror. Yo no soy Lucía. Bueno, lo fui en el prólogo, pero nada más. Y aunque sea una tontería, una aprensión infantil, eso me está frenando para seguir adelante. No quiero que se mezclen las cosas, no quiero que se identifique lo ficticio con lo real, y no puedo evitar pensar que cada línea que escribo alguien terminará incluyéndola en mi biografía, por disparatada que sea.

Si a esto se le unen los problemas normales de cualquier persona, con sus altibajos y preocupaciones, el resultado es sequía creativa, al menos para la novela en curso porque artículos he escrito muchos. Sé que con disciplina y trabajo superaré el bache, en ello confío, pero lo que está costando.


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