31 Dic Se acabó el 2012
Llevo un par de días dándome ánimos para escribir la entrada de cierre del año ―haciendo gala del apodo «la clamores», que me puso mi amigo Carlos―, como hice el año pasado, que por cierto podría suscribir íntegramente en lo personal. Pero la verdad es que me ha costado reunir fuerzas para hacerlo.
No entraré en lo que ha sido este año en general para todos, en esta España marchita; ya me despaché con «Un poquito de demagogia, por favor». Me centraré en lo propio, que es lo que toca.
El inicio de año fue duro. Perdimos un familiar muy querido tras un sufrimiento inhumano que nos afectó a todos los que lo compartimos. Si el año pasado decía que no puedes tener opiniones rotundas sobre casi nada, en este me ratifico. A pesar de haber pasado, por desgracia, otras situaciones de pérdida, esta cambió mi visión sobre lo que es o no es estar vivo. Pero no voy a ponerme trágica, que de un tiempo a esta parte me desahogo demasiado en este rincón, como si no lo leyera nadie, y no es plan.
En realidad ha sido un buen año. Cuando hice el balance del 2011 no podía soñar con que El final del ave Fénix llegaría a ser nº1 en Amazon, y lo conseguí a finales de febrero aguantando más de un mes en esa posición y llegando al número uno en todos los dominios.
Volver a publicar en papel una novela con tantas ediciones a cuestas como esta, era poco menos que el sueño de un enajenado, y sin embargo en marzo firme con Ediciones B y en noviembre salía una preciosa edición, aunque fuera de bolsillo, que se ha distribuido como nunca antes. La promoción sigue corriendo por mi cuenta, son malos tiempos, lo sabemos, pero el trabajo realizado ha sido bueno y lo aprecio de corazón, teniendo en cuenta todo lo que mi novela pasó hasta llegar ahí ―los curiosos que no conozcan aún la historia, que lean esto―. Y también conseguí firmar con ellos la publicación de «Las guerras de Elena», que ha tenido muy buena acogida por parte de los lectores.
El momento más impactante para mí en lo que a esto se refiere, además de cuando tuve el primer ejemplar en las manos, fue acudir a Sant Jordi invitada por Amazon y Ediciones B, junto a otros autores, y conocer en persona a Antonia J. Corrales, mi paraguas rojo, con la que volví a coincidir en las Jornadas de Abretelibro en septiembre, además de con Bruno Nievas y Esteban Navarro, compañeros de editorial y de las redes sociales.
Me han pasado cosas increíbles, como que Vicente Quintana me llamara para participar los martes en el programa de televisión Talento Mediterráneo (Popular TV) comentando noticias de actualidad junto a Carlota de Dios, y el insigne y sabio profesor Sanmartín; o que en Radio 9 contaran conmigo en las tertulias económicas de El Barómetre. Quién me lo iba a decir, hace unos años, cuando me movía entre transformadores, leds, galvanizados y reactancias.
Creo que he madurado como persona, he crecido, y en parte ha sido gracias a un grupo de gente formidable que ha llegado a mi vida sin esperarlo. A mi edad ―que no pienso decirla ni aunque me arranquen las uñas―, parece que ya no necesitas hacer nuevos amigos, que incluso tienes demasiados e intentas reducir el número de estos a un pequeño núcleo, compartiendo tiempo de calidad con ellos. Pero hasta en eso estaba equivocada. En el último año ―con alguna la amistad comenzó antes―, he conocido personas que se han filtrado con delicadeza en esa lista que parecía cerrada. Con varios de ellos los lazos de amistad nacieron en un taller de narrativa al que asistí, impartido por Antonio Penadés en L’Iber (Museo del soldadito de plomo), con la colaboración de su director, Alejandro Noguera, y de escritores de la talla de Santiago Posteguillo, Fernando Ortega o Mr. Mejías Scrivener, digo, Santiago Álvarez ―el responsable de que haya abandonado el eterno Word por Scrivener―, compartiendo con nosotros su experiencia. Sí, yo había construido la casa empezando por el tejado con mis dos novelas anteriores ―y me había salido bien―, pero más valía darle un poco de solidez a los futuros cimientos, y eso fui a buscar. Lo que no esperaba es salir de allí con tanto calor humano. Como decía, en ese taller profundicé mi amistad con personas que ya conocía, gente buena, interesante, generosa a más no poder y con la que sé que puedo contar para lo que necesite; y nacieron otras que espero duren por mucho tiempo, con las que ahora comparto lecturas, tertulias, reseñas «contundentes», maravillosas fotos, conocimientos multimedia y cariño, mucho cariño y complicidad.
La otra fuente de crecimiento personal y amistad ha sido «El cuaderno Rojo», un grupo literario formado por escritores ya publicados y otros en proyecto, que también habían pasado por cursos literarios de Antonio Penadés y Santiago Posteguillo. Siendo un grupo cerrado, me abrieron las puertas ―y a muchos otros― para participar en las actividades que organizan, en las que tanto he aprendido y disfrutado. Gente que apoya proyectos ajenos, generosas, sinceras, con criterio, inquietudes literarias y muy buen fondo, además de sentido del humor y una pizca de frikismo. Me siento afortunada, y agradecida por su acogida, en particular por el apoyo que Sebastián Roa me ha demostrado siempre, y es una de las cosas que espero siga en mi maleta en 2013.
En septiembre regresé a las Jornadas de Abretelibro, un foro al que le tengo mucho cariño, esta vez como ponente en una de las mesas, y además pude comentar de primera mano con los lectores sus impresiones sobre mis libros, algo sumamente valioso. Ha sido un año intenso, y tanto lo aquilatado, que me sorprendo al recopilarlo todo y voy a trompicones, saliendo los recuerdos como las cerezas.
También he tejido lazos de amistad a través de las redes sociales con otros grupos de escritores, como los Indie (me gusta más que GK), pero está visto que el contacto real todavía marca una diferencia, y espero en 2013 poder conocer a algunos de los que componen este grupo incansable de autores.
Algo me dice que ese 2013 que ya asoma la nariz va a ser un año catárquico, de grandes cambios, tanto para mí como espero que para todos, y para bien. En lo literario se verá adonde ha llegado «El final del ave Fénix», que con el daño que le está haciendo la piratería me temo que no será muy lejos; y adonde puede llegar «Las guerras de Elena», que saldrá en papel, aunque todavía no me han dicho fecha. Debería acabar la tercera novela que cierra esta peculiar trilogía y así poder comenzar el siguiente proyecto que ya bulle en mi cabeza.
En lo personal, espero profundizar en el conocimiento de mí misma a través de la meditación, como me sugirió un amigo, algo me temo bastante complicado y duro. Me dice que al final del proceso lo encontrado es siempre satisfactorio, y según he leído las personas que lo hacen con regularidad son más felices. Más vale, porque si no me gusta lo que encuentro, a ver qué hago. Y a partir de ahí será más fácil mejorar en todos los órdenes de la vida. ¿Lo conseguiré? En un año lo sabré, y espero que estéis ahí para compartirlo.
¡¡¡FELIZ AÑO A TODOS!! Y, GRACIAS POR ESTAR AHÍ
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