Premios Max Aub de cuento 2018

Ayer pasamos una tarde estupenda en Segorbe, en el Hotel Martín el Humano. Asistí a la entrega de los premios de cuento que la Fundación Max Aub otorga cada año en calidad de Presidenta del Jurado. Este honor recayó en mí por una simple cuestión geográfica y de agenda. Mis compañeros en la terna de jurados Víctor del Árbol y Carlos Zanón, además de pillarles más lejos, tenían compromisos varios en la Feria del Libro de Madrid. No es mi caso, que este año no he acudido al no tener novela nueva. Novela hayla, pero no está publicada y no sé cuándo saldrá.

Me acompañó Vicente Marco, buen amigo, mejor escritor y profesor del taller de escritura creativa que patrocina la Fundación Max Aub.

 

El patio central del hotel se había dispuesto a modo de teatro y los invitados se arremolinaban en corrillos a la espera que de que empezara el acto.

Para los que no lo conozcan, el premio tiene un alcance internacional y está dotado con 6000€, más de lo que muchos autores ingresan por sus novelas. Puedo asegurar que el proceso es limpio, inmaculado, y el trabajo realizado muy bueno. La preselección la hacen entre grupos de personas de Segorbe, amigos de la Fundación Max Aub, y no tienen mínimo ni máximo a seleccionar: pasa el corte cualquier relato que encuentren destacable. Treinta nos llegaron al jurado para su valoración. Treinta relatos con una calidad notable que dificultó la selección, aunque a todos nos cautivó de forma especial el que terminó por llevarse el premio. Llegamos con los deberes hechos y en diez minutos habíamos llegado a un acuerdo: 4Ever (Forever) nos había cautivado.

Tenía curiosidad por conocer al autor del relato ganador ―al de la modalidad comarcal, al ser de Segorbe, pudimos saludarlo el día que fallamos― y me sorprendió su juventud. A la vista de su currículum una vez abierta la plica me imaginaba a un profesor de barba cana y pelo ralo, y me encontré con un joven de ondeante melena negra como el azabache acompañado de su pareja y dos críos que se portaron fenomenal.

Lo mismo ocurrió con la categoría comarcal. En este caso no hay preselección previa y sí que hubo una mayor diversidad en cuanto al manejo de la prosa de los relatos presentados, pero igualmente el criterio de los tres confluyó en La gran prohibición, una original distopía no exenta de humor y moraleja que se llevó los 800€ con que está dotado.

 



Los discursos fueron breves ―creo que el mío también― y sinceros. El ambiente era cálido, casi hogareño, a pesar de la pléyade de cargos políticos que se desplazaron en esta ocasión. Muy de agradecer el apoyo institucional a la cultura y a fundaciones como la Max Aub. Es más, pude conversar con alguno de ellos y constaté su gusto por la lectura y su conocimiento sobre los autores autóctonos. También se agradece.

La cena fue estupenda y con el postre aluciné. Se han puesto de moda los trampantojos culinarios ―pronto lo estará uno literario, no puedo decir más de momento― y en este caso nos sirvieron un perfecto aguacate, con su piel rugosa, su interior cremoso entre verde y amarillo y el hueso. Si alguien visita este hotel SPA, que no deje de pedirse el postre. Uno de los camareros, fan confeso del chef, nos contó que también hace huevos duros y durangos ―melocotones― que no hay forma de distinguirlos de uno de verdad.

Compartí mesa con Vicente Marco y los galardonados, David Bou ―Premio comarcal―, Pablo Escudero ―Premio Internacional― y su familia, y Margarita Ibáñez Tarín de la localidad valenciana de Cheste que recibió la Beca de Investigación Max Aub “Hablo como hombre”, por un trabajo que profundiza en las relaciones entre la familia Gaos con Max Aub.

Hablamos de libros, de relatos, de autores, de historia, del debate entre novela histórica e historia ―tan de actualidad― y de la situación del sector editorial.
El final de la cena fue sorprendente ya que nos obsequiaron con la proyección en primicia de una cinta inédita en la que Aub está junto a sus amigos Gaos, Zapater y Dicenta en la comunión de la familia. La proyección fue además entregada a las nietas de Aub, Teresa y Elein que fue la encargada de hacer el brindis final de la velada.

Antes de despedirme pude charlar con un lector que andaba emocionado con Las guerras de Elena y llegó a pedirme que le destripara si Elena volvía con Carlos y se quedaba con Djamel. Sacrilegio ―salvo que seas Jerónimo Trintante, especialista en destripar sus novelas―. Espero verle y comentarlo cuando la acabe en el club de lectura que al parecer se está preparando.

Fue un viaje relámpago porque en cuanto finalizó la cena regresamos a casa, pero valió la pena. Hospitalidad, cariño, gente buena y por unos instantes la cultura fue importante.

Ahora intentaré subir esto a Instagram. Me lo hice hace unos días y voy perdida. Si queréis seguirme me encontraréis como _martaquerol_.

Por cierto, debe ser que estoy más oronda de lo que me veo, porque desde que me he dado de alta en Instagram no paran de seguirme nuticionistas… Lo sé, no debí comerme el aguacate de chocolate, pero prometo no volver a hacerlo.

 

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