02 Ago Impresiones de una pirateada
Pues sí, me tocó, me piratearon.
Hablar del «pirateo» (prefiero no andarme con eufemismos largos y retóricos para llegar al mismo concepto) es meterse en un jardín peligroso porque levanta pasiones a favor y en contra, y las posturas están muy radicalizadas. Yo tenía mi opinión formada sobre el asunto desde hacía tiempo y de hecho escribí varios artículos sobre el tema. Nunca estuve a favor del canon digital ni del cierre de webs por nadie que no fuera un juez y con pruebas de delito, porque me parecía que era una cacicada que hacía pagar a justos por pecadores, y ejemplos hay mil. Pero dudaba sobre cómo me sentiría si algún día me tocaba a mí, y me tocó (o al menos me enteré) hace unos meses. No escribí entonces porque me gusta sedimentar las cosas negativas antes de escribir sobre ellas ―en cambio cuando estoy eufórica necesito hacerlo al instante, como en la entrada anterior―. Y diciendo que lo tengo como una experiencia a sedimentar ya adelanto algo.
Aclararé que respecto al préstamo de libros, música o lo que sea, entre el círculo de amigos, nunca he tenido ningún problema, yo misma lo hago. Siempre se ha hecho y la incidencia sobre los derechos comprometidos era y es muy baja, algo muy distinto a lo que sucede cuando se cuelgan en portales o blogs de acceso masivo, contra lo que siempre me declaré también contra cuando ni me afectaba, ni pensé que llegara a afectarme. Infeliz de mí, creía que eso solo le pasaba a los autores famosos y con libros caros.
Pero llegó el día, y cuando llegó no fue en una, ni en dos páginas donde encontré mis novelas, sino en bastantes más. La primera noticia la tuve gracias a una librería tradicional que había vendido mi novela en papel. Siguiendo enlaces que les «robaban» portadas, llegaron a un blog en el que tenían colgado «El final del ave Fénix» para descargarlo de forma gratuita y me avisó a través de FB. Haré un inciso para aclarar que con ese mensaje aprendí que no es correcto poner la imagen de las portadas en forma de enlace a la url de la imagen, algo que yo sí que había hecho cuando reseñaba algún libro ajeno, y dejé de hacerlo.
Fue entonces cuando supe lo que se sentía. Lejos de sentir orgullo ―algunos presuponen que la vanidad crece por aquello de que si te piratean es que vales o eres alguien―, sentí impotencia. La cara que se me quedó fue primero de incredulidad, hasta que llegué al enlace y pude comprobar como se descargaba mi novela, la versión que yo misma autoedité en Amazon antes de firmar con B de Books (Ediciones B). Una novela de una autora poco conocida, una pulga en el panorama literario que había conseguido llegar al nº1 en Amazon tras muchos obstáculos y que se vendía en la red a menos de 1€, y allí estaba para descargarla gratis «por amor a la cultura», según rezaba la palabrería demagógica del blog de marras.
Asumida la realidad, me entró una sensación horrible, como cuando vas a por el coche aparcado en la calle y ves que te lo han robado, o entras en casa y todo está revuelto porque unos extraños la asaltaron. Esa sensación de violación de tu espacio, de tu propiedad, de tu trabajo, en cierta medida de una parte de tu vida porque en cada cosa que escribo dejo algo de mí, me acompañó durante días, junto a la impotencia de saber que nada podía hacer contra ello. Días en los cuales pude comprobar, una vez comentado el tema con otros autores, algunos de la llamada Generación Kindle que si por algo se caracterizan es por lo económico de sus obras, que estaba disponible en muchos más sitios de los que me creía. No las mías, las de casi todos. Cada uno lo asimiló a su manera, unos contentos porque lo veían como una forma de promoción que aumentaría sus ventas, otros fastidiados, por idénticas razones a las mías, otros entre lo uno y lo otro.
Intenté convencerme de que era bueno, de que podría ayudarme, argumentándome las mismas premisas que utilizan los defensores de esta práctica, pero no lo conseguí porque a cada una de ellas le encontraba un contrargumento que la desmontaba. ¿Qué tenía de bueno que mi obra fuera conocida entre la gente que no está dispuesta a pagar ni un euro por leer? ¿Que les guste y se bajen también la segunda, gratis? Diré que al menos en una de ellas, la conocida como «la página amiga», alguien tuvo el detalle ―no es ironía― de indicar que la novela también se podía comprar en Amazon y otros sitios sin DRM y por menos de un euro. Sentí un pequeño alivio, un guiño cariñoso en medio de tanto mamporro.
Escribí a la administradora del primer blog en un arrebato de frustración, y la quitó no sé si por verse pillada o por miedo a las medidas que tomara la editorial. Lo cierto es que ese blog ya no existe, pero seguro que sigue en el ciberespacio con otro nombre. Su autora, Lourdes, tiene años de experiencia. Pero eran muchas las páginas como para escribirles a todas y la sensación de que se te van a reír en la cara tampoco me seducía. Me vino a la cabeza un refrán no apto para oídos castos, encima de puta me toca poner la cama. Era David contra Goliat. Preferí no pensar más en ello y pasar, confiando en que no perjudicara demasiado.
Pero aunque no quieras pensar en ello terminan saliéndote los enlaces por todas partes. Estoy en varios grupos de lectura ―además de escribir, leo mucho y disfruto comentando lo que leo con otros lectores y conociendo sus opiniones sobre los libros que leen―, y cada vez más en la conversación sale alguien sugiriéndole a los compañeros que entren en la página X y podrán leer todo lo que quieran gratis. Una de las veces se me ocurrió decir que no me parecía muy respetuoso ponerlo en abierto teniendo en cuenta que algunos éramos escritores y nuestras obras estaban en esa página, y entre varios casi se me comen por los pies ―como puede que me pase ahora―. Recientemente lo volví a decir, porque era un grupo en el que llevo mucho tiempo y a muchos de sus miembros los conozco en persona o lo suficiente a través de FB para sentirme «en casa», y al menos en este caso retiraron el enlace.
Pero lo vengo a comentar porque es evidente que el fenómeno es exponencial y lo único que puede frenarlo es la educación en el respeto a lo creado y a quien lo creó.
Y en esa línea no se está haciendo nada.
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