25 Feb Fuego y dolor en Valencia
Te levantas, te aseas, recoges tus cosas y te vas al trabajo, al cole, a hacer recados. Pasas el día como tantos otros, con alegrías y penas, discusiones que te parecen importantes, algún logro, grande o pequeño, conversaciones triviales. La vida, un día más. Sales con la certeza de que en unas horas volverás a tu casa y encontrarás tu sofá favorito esperándote, la ropa en el cajón, algunos cacharros que no te dio tiempo a limpiar, tu mascota… Y lo que te recibe al acercarte a tu hogar es una pira descomunal que parece invencible, un calor que estira tu piel como pergamino, la desolación. En segundos todo tu mundo desaparece, lo que tenía importancia ya no la tiene. No sabes si dentro de ese crematorio queda alguien, y la angustia que parecía máxima se incrementa. Horas viendo arder todo aquello por lo que luchaste, llamadas constantes para localizar a seres queridos. No puedo imaginar el horror de estas familias. Son muchas las tragedias que se suceden al mismo tiempo en el mundo, pero cuanto más cerca golpea más te afecta. No solo por cercanía geográfica, también por las circunstancias. Su casa podría ser la mía, la tuya. Es humano.
Desde que vimos las primeras llamas en los medios de comunicación estamos con el corazón encogido y una incómoda presión en la garganta. La bola no se va. Incluso a los periodistas que cubrían en directo la desgracia se les notaba ese punto de congoja que dificulta el habla. Han hecho un trabajo encomiable.
En medio del caos, los equipos de emergencia eran la nota de esperanza y cordura, y, de entre ellos, los bomberos, una vez más. Son de otra raza. Su trabajo suele ser silencioso, por suerte no se producen incendios de esta magnitud y consecuencias todos los días, pero en este caso hemos visto minuto a minuto como trabajaban sin descanso, poniendo su vida en juego más allá de lo asumible. A ratos me preguntaba de qué pasta están hechos para entrar en ese edificio dantesco en busca de supervivientes y no salir hasta que no quedaba otro remedio que saltar al vacío desde una terraza, rodeado por las llamas. La mayoría de los heridos pertenecen al cuerpo de bomberos. Sé que el cuñado de mi amiga Elisa estuvo allí, como también estuvo en Ucrania y muchos otros lugares dónde se necesitaba, y doy gracias porque existan personas así. A las cuatro de la mañana llegaba a su casa, destrozado y con la mente en la avenida del Maestro Rodrigo.
Noticias a cada rato, el número de muertos que sube, informaciones, especulaciones. También aquí el clickbate se cuela para sacar ganancias a río incendiado más que revuelto. Dejemos trabajar a los investigadores. Son muchas las familias destrozadas y no es justo añadir dolor gratuito. El foco está ahora sobre todos los que intervinieron en este proyecto que, a poco humanos que sean, deben de estar desolados. Todos necesitamos una explicación, ellos también, aunque encontrarla no evite el insomnio. No me gustaría estar en su piel. Siempre se busca culpables, tal vez los haya, tal vez no. Pasará tiempo hasta que se sepa lo que ha sucedido y pueda aprenderse de ello.
El consuelo que queda, poco, es que esto haya sucedido a media tarde y no de noche, con el edificio lleno de gente; el balance final habría sido otro en el que mejor no pensar. Y la ola de solidaridad. Desde el primer momento surgieron iniciativas para hacer acopio del material necesario, acoger a los que se habían quedado en la calle, ayudar. Valencia es generosa por tradición y lo hace con mucho corazón y, lo que es igual de importante, con cabeza. Desde las fallas, parroquias y asociaciones de vecinos se han organizado para evitar el caos y planificar la ayuda. Las grandes empresas se han volcado —encima aguantando críticas, que hay quien no ve más allá de su ombligo— y las autoridades locales y autonómicas, se han implicado desde el minuto cero. Todos han arrimado el hombro, cada uno en su ámbito, para paliar en lo posible las consecuencias. Pero cuando el impulso retroceda quedarán muchas familias destrozadas para las que cualquier ayuda será un mero parche en un trauma que los va a acompañar de por vida. Los allegados y amigos fallecidos, la mascota que ya no saltará a su regazo —como me reflexionaba mi amiga Sofía—, esas fotos de familia que no volverán a ver… Cuando pasen los tres días de luto muchos corazones seguirán llenos de ceniza y dolor. Ojalá el cariño de tantos lo mitigue, aunque sea en una milésima. Nuestro corazón está con vosotros.
Jose Juan Garcia
Escrito a las 09:25h, 26 febrero¡Cuánta tristeza! ¡Cuánta desolación! Con el corazón encogido por las victimas y por las familias que lo han perdido todo.
Marta Querol
Escrito a las 11:46h, 26 febreroAsí es, José Juan. Un abrazo.