05 Ene Feliz 2019
Qué año más intenso y más poco literario. Tal vez ese sea el mejor resumen de 2018. Un año en el que la vida me ha llevado a mí y no yo a ella, en contra de lo que me propuse hace tiempo. A veces es difícil dirigir tus propios pasos, porque las circunstancias están ahí para cambiar tu rumbo a su antojo. Y ese ha sido el caso. Ha sido la culminación de una deriva que comenzó hace unos tres años, tras un in pass de tranquilidad y liberación que me puso las pilas, tal vez para afrontar lo que venía. Porque si 2017 fue tremendo, 2018 ha sido tremendo y medio. Pero…
A pesar de lo complicado del año ―no he puesto el adjetivo, más contundente, que me viene a la mente, para que no me riña Javier Dols por mal hablada― he conseguido sacar adelante algunos proyectos literarios que valen la pena y la trilogía me ha seguido dando alegrías.
El primer proyecto que vio la luz fue la antología de relatos De Amor y guerra. Se preparó en 2017 bajo la batuta amorosa, profesional y delicada de Marina Lomar y de la mano de la Editorial Babylon. Creo que es la mejor antología en la que he participado, por el equilibrio en la calidad de los relatos que se incluyen, lo originales y lo bien trabajados. No hace mucho leí otra de temática similar y me gustó mucho menos, y no lo digo por haber participado. Si se quitará el mío, seguiría pensando lo mismo. Con el amor y la guerra ―de cualquier época, real o ficticia; en cualquier género, desde la ciencia ficción hasta el humor― como tema principal, y con la condición de que la mujer tuviera un papel principal en la historia, Lomar consiguió sacar adelante un proyecto de gran calidad y que puede gustar a todo tipo de lectores. Poco tuve que ver, más allá de mi aportación con el relato escrito el año anterior, pero arrancar 2018 con una publicación tan hermosa supuso un buen comienzo.
Pensaba que no haría mucho más, los palos en las ruedas de la vida no hacían presagiar la concentración necesaria. Pero, a pesar de ello, retomé un proyecto que, con parones y acelerones, creo que ha quedado más que aceptable. Se trata de una novela que comenzó como un relato. En su día fue un proyecto de varios autores para ayudar a una persona que parecía necesitarlo, pero resultó que no y el relato se quedó compuesto y sin novio. Además, de fantasía, que es un género con poca salida, aunque la trama sea de thriller. Pero para eso están las amigas, para que vean más allá de dónde tú llegas. Me insistieron en que daba para una novela, querían saber más, y a ello me dediqué en 2017. La novela se completó, pero quedó demasiado corta, le faltaba algo, y ese algo se lo he dado este año. Creo que, ahora sí, es una novela completa y de una extensión breve ―comparada con las anteriores―, pero suficiente. Muchos me preguntan cuándo verá la luz. Eso el escritor nunca lo sabe. De momento la están leyendo un par de editoriales y hay una tercera vía abierta de la que no sabré nada hasta verano. Pero ilusiona saber que ya tengo un retoño dando vueltas por el mundo, una obra díscola y con vida propia que rompe con todas las anteriores.
En Zenda, aunque con menor frecuencia que los años anteriores, también escribí varios artículos. Entre ellos, una serie sobre qué hacer una vez terminas tu primer manuscrito ―¡Eureka!: soy padre de un libro―, que me ha traído muchas consultas por privado. En otro hablé de una experiencia especial: cómo nació un relato ―Los perros que sabían sumar―, hecho para alguien muy especial con quién compartí bastante tiempo, noches y días, y que llevo en mi corazón.
Y, en medio del caos de 2018, he sido capaz ―no me lo creo ni yo― de escribir un cuento infantil. Qué complicado es, pardiez. Me quito el sombrero ante quienes pueden escribir para niños. Ya hice una incursión, hace muchos años, también por un encargo, con El niño que se convirtió en Rey Mago, y sudé tinta, nunca mejor dicho. El de ahora, además, implica una responsabilidad enorme por la temática y la finalidad. No puedo dar detalles, porque es un proyecto precioso que se está fraguando y que no sé cuándo verá la luz ni de qué forma, pero es por una muy buena causa y espero que guste.
El caso es que comencé a escribir esta entrada con la sensación de que no había hecho nada literario en el año que se ha ido, y la acabo con la sensación de que he hecho mucho más de lo que creía . Tal vez sea porque tengo en la mente una novela ―en realidad tres― que no he desarrollado y me pesa más que todo lo realizado.
De 2018 quiero traerme a 2019 las vivencias de este verano, con dos estupendas amigas. Espero poder escribir el diario de viaje que fui escribiendo por tierras americanas. La visita a mi familia, a quienes tanto quiero y tan poquito puedo abrazar. Me traigo ese primer abrazo en el aeropuerto y todos los que pudimos darnos en esos días que espero puedan repetirse pronto. Me quedo con las amigas con las que comparto alegrías y penas, las de ellas y las mías. Las amigas con las que he viajado y reído y disfrutado. Los ratos compartidos con pequeños campeones a los que no olvidaré aunque no vuelva a verlos, en especial una cosita diminuta que conocí cuando no pesaba un kilo y me despedí de él con más de tres. Fue un regalo conocerlo y contribuir a ese proceso. Me traigo las vivencias duras de 2018, que no debo olvidar para saber a quién tengo enfrente y actuar en consecuencia, sin bajar la guardia. Qué cierto es que no conoces a la gente hasta que te has comido una arroba de sal con ella.
Pero es noche de Reyes, y también quiero pedirles muchas cosas para el 2019. Estoy pedigüeña y queda poco tiempo. Desear la felicidad de los míos, viene de fábrica, huelga decirlo. Que tomen nota los Reyes Magos y yo por la parte que me toca. Pero, además, les pido salud para poder llevar a cabo tantas cosas como quiero hacer y las que sé que voy a tener que afrontar y cuyo resultado es incierto. En lo literario, en lo humano, en lo mundano.
Les pido Justicia, la que no he tenido en 2018. Les pido volver a viajar, reír y disfrutar con la gente que quiero. Les pido seguir siendo feliz a pesar de los golpes, y poder compartir esa felicidad con quien tiene mucho que ver con que amanezca cada día con una sonrisa. Pido que terminemos 2019 sin haber perdido a nadie en el camino y, puestos a pedir, que me traiga alguno de los que el tiempo y los malos entendidos se llevó. Les pido tiempo y, para ayudar a tenerlo, recuperar la capacidad de decir que no a tantos líos como me meto. Y me pido, a mí y a nadie más, ponerme de una vez a escribir una nueva novela (a ver si dejándolo escrito aquí, en la carta a los Reyes Magos, me obligo).
Que esta noche sea mágica para todos.
¡FELIZ 2019!
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