12 Nov Crónica de la Dana. 9 y 10 de noviembre, fuera de la Z-0
La idea es ayudar mientras podamos, pero cada día que pasa cuesta más. Hay cansancio físico, psicológico, dudas sobre lo que es útil y lo que no, los problemas de tu día a día… Decía en entradas anteriores que recibimos muchísimos mensajes con peticiones, avisos, advertencias, necesidades que cuando vas a atenderlas ya están cubiertas… Un poco de caos. Y tu propia vida personal, con sus pequeñas decepciones, problemas y obligaciones, que no paran por muy mal que esté todo alrededor, y se unen a la sensación de que enfrente hay una tarea inagotable, inabarcable y te fallan las fuerzas. Imagino que ver la lentitud de los avances, a pesar de lo mucho que se ha hecho, desespera e influye en el ánimo. Si esto pasa en el ánimo de los que viven en seco y limpio, el de los que están allí desde hace más de diez días te lo puedes imaginar.
Una constante es la llegada por wasaps de invitaciones para registrarte como voluntario en organizaciones con algún soporte oficial. Te pasan una pequeña encuesta para marcar qué podrías hacer, la completas, rellenas tus datos y se supone que te llaman. Me pareció buena idea, mejor que ir por libre que siempre es más complicado. Hasta la fecha no me han llamado de ninguna. Si me hubiera esperado no habría hecho nada. Igual llaman ―todas a la vez, en plan Murphy―, más adelante, aunque ahora por algún cambio en la vida familiar lo voy a tener más complicado.
Era sábado, nadie iba a decirme dónde ir y tenía que decidir yo. Parece una tontería, pero no es fácil. En ello estaba, en el análisis de los pros y contras de las distintas opciones, cuando vi un tuit (o como se llame ahora) de una compañera escritora, Sara Mañero, diciendo que hacía falta mano de obra en Feria Valencia. Uno de los puntos de tensión de esta tragedia es el logístico ―lo he repetido hasta la extenuación―: llega más de lo que sale o al menos a distinta velocidad. Hay que organizar, ordenar, preparar y facilitar que puedan llevarlo a los damnificados. Y allí me fui.
No era lo que tenía previsto para este fin de semana, pero a veces es bueno que lo que esperas que suceda no llegue para estar donde tienes que estar.
Era mediodía y no se veía demasiada gente. Intento que las entradas del blog faciliten información, y son muchos los que me han contactado para preguntarme detalles concretos y voy a ello. No hace falta nada para presentarte allí, salvo ser mayor de 16 años. Fuerza física y cabeza. Si llevas guantes, mejor, pero tampoco es imprescindible. Ropa cómoda con muchos bolsillos y, como mucho, una mochila pequeña que no te importe perderla. No porque te la vayan a robar ―el ambiente es sanísimo―, sino porque puede que no recuerdes ni dónde la has dejado.
Te presentas allí, dices que vas de voluntario a ayudar, te dan una pegatina y p’adentro. Cuando llegué el primer día ―voy a resumir los dos, sábado y domingo, porque hice más o menos lo mismo―, no había nadie para orientar. Tenía que buscar a los de los chalecos amarillos, pero me comentaron que a esa hora estaban todos en una reunión. Miré a mi alrededor, más perdida que un pulpo en un garaje. Nunca esta expresión fue más exacta. La feria se había transformado en una playa inmensa: a mi derecha se alzaba una cordillera de agua envasada en distintos formatos; frente a ella, una colina de garrafas de lejía que enlazaba con montañas de otros productos de limpieza. Al fondo parecía haber ropa en cantidades indescriptibles y más cerca de la entrada bolsas y cajas por doquier de lo que parecía comida. Comencé por la parcela de material sanitario. Busqué alguien que me orientara, pero allí, como en Sedaví, cada uno se gestionaba como le parecía. Vi que era necesario separar lo caducado y a eso me puse. Era una labor triste, tiempo perdido en cosas que acabarían en la basura. Parte del material era inservible, productos caducados desde 2015 hasta nuestros días, con la esterilidad comprometida, que había que desecharlos para evitar riesgos. No se hace por mal, uno piensa que, ante la pérdida de todo, mejor eso que nada y así limpia armarios de su casa, de su consulta, de un centro de salud. Vías, catéteres, tapones para vías, sondas… Todo nuevo y precintado, pero algunos caducados. Un triaje delicado. Lo mismo pasó más tarde con alimentos, sobre todo con salsas.
Acabé pronto con el material sanitario y miré a mi alrededor. Alimentación parecía lo más urgente. Mucha cosa pequeña a clasificar y las montañas en la zona de desayunos y meriendas casi inaccesibles. Cuando me metí allí descubrí que había ido poco preparada. Necesitaba un cúter, rotuladores, precinto… Tomé nota para la próxima.
(INCISO: en el transcurso de escribir esto (anoche) y publicarlo, una amiga me ha enviado por wasap la web de Feria Valencia donde hay un apartado con instrucciones para los que quieran colaborar como voluntarios, y coincide más o menos con lo que he explicado. En el hipervínculo la tenéis)
Había pasillos para cada tipo de producto: legumbres y pasta cruda, conservas vegetales, conservas de pescado, de comida precocinada, desayunos, lácteos, productos sin gluten… De todo. Como en un supermercado. Montañas de generosidad.
Cada caja tenía una historia detrás: mensajes de ánimo, identificación de las ciudades de procedencia ―León, Palencia, Santander…―. Me emocioné viendo una en particular. Era como estar rodeado de solidaridad. Detrás de cada caja sentías a las personas que la habían llenado. Pero no puedes encantarte, hay que bajar a tierra y empezar a abrir. En unas, lo mismo ponía «galletas» y te encontrabas desde batidos hasta paquetes de pañales pasando por salsa teriyaki. Otras sí venían completamente organizadas y se depositaban en la zona correspondiente con presteza. Por eso he dado tanto la turra en redes sociales con el tema de la clasificación. Tuve que aprender las zonas sobre la marcha o preguntando a otros que llevaban más tiempo que yo. Carteles en el suelo identifican lo que hay en cada fila, pero en medio del lío no se ven y tienes que ir mirando el contenido de las cajas. Al final te centras en un grupo de productos y terminas controlando: las galletas junto a la columna, el chocolate al fondo, el pan de molde a la derecha… Nuestro pequeño grupo de desconocidas pronto nos convertimos en una minicélula de trabajo, liderada por Bianca que era quien más experiencia tenía ―llevaba allí desde primera hora de la mañana―. Cinco locas que cargaban, movían, desmontaban, agrupaban… Discutíamos entre nosotras cómo organizarlo mejor. A las siete de la tarde, como si hubieran tocado una sirena, los voluntarios fueron evaporándose y la nave se vació. Nos quedamos hasta dejar «nuestros dominios» con todo clasificado y señalizado, porque la partida te genera un sentimiento de incertidumbre sobre si las hormiguitas madrugadoras ―lo confieso, yo no lo soy―, entenderían nuestros códigos sobre el estado de las cosas. Nadie da el testigo. Las cinco desconocidas nos despedimos en la oscuridad con abrazos, cansadas pero contentas. Seguramente no volveríamos a vernos.
Nosotras salíamos y una fila interminable de camiones militares entraba en el recinto. Jóvenes embarrados y agotados que pasarían la noche en otro pabellón de la Feria.
Estaba agotada y el largo paseo en autobús me vino fenomenal. Nunca como estos días he agradecido tanto el ejercicio diario que vengo haciendo en los últimos años. Decidí que al día siguiente volvería. Me habían llamado dos amigas de toda la vida, Pilar y Ana, para acoplarse a donde fuera. ¿Qué mejor plan para un domingo? Como la miniexperiencia es un grado, esta vez, sí, nos pertrechamos con el material necesario: marcadores, etiquetas, cuters, precinto, cinta de pintor… Nos tomamos un café con leche antes de entrar en un bar de la zona y parecía una cantina militar.
A la llegada sí que había coordinadoras para orientarnos sobre donde ir. Éramos muchos, pero en semejante espacio parecíamos pocos, nos diluíamos entre tanta caja. Nos dieron pocas instrucciones: busca un sitio dónde clasificar, ponte a ello y, sobre todo, NO CERRÉIS LAS CAJAS. Nos dirigimos a la zona de la noche anterior, y nos encontramos con que se estaban cerrando todas las cajas. Al parecer, las instrucciones de ellas eran distintas. Pero la buena es la de no cerrarlas.
Las tres hemos trabajado en consultoría logística y en organización, y muchas cosas no las veíamos claras, pero la situación de emergencia no daba respiro. Echamos en falta alguna breve instrucción escrita, aunque fuese pegada en las paredes; dimensionar los grupos de trabajo por zonas; un criterio para el apilado… Decidimos ir a nuestra bola y desarrollar nuestro propio plan de trabajo. Fue mucha la gente que vino a recoger. Unos, al menudeo ―de ahí las cajas abiertas―; otros, palets enteros. La sensación de alivio cuando ves que se abren huecos es indescriptible. El único propósito de todo aquello es que llegue a manos de quien lo necesite.
Cosas que me llamaron la atención: faltaba aceite, el poco que había, voló. Imagino que el precio ha hecho que sea un producto difícil de aportar. Lo que he comentado de las caducidades de los productos; lo difícil que es en algunos envases saber si son con o sin gluten, de lo pequeñito o camuflado que está el simbolito; los palets completos de un mismo producto, donados, obviamente, por las propias empresas productoras y que eran gloria bendita para organizarlos ―transpaleta, y a su hueco; pim, pam, pum―. Da gusto cuando trabajas con gente con la que te entiendes y todo fluye. Ya me pasó la tarde-noche anterior, capitaneadas por Bianca, y volvió a pasar el domingo, capitaneadas por Pilar, que como buena ingeniera preveía cada paso antes de darlo. El resultado de nuestra pequeña república independiente valió la pena. Se me habían olvidado las mandarinas y hacía hambre. Comimos como campeonas en un sitio que no conocía y que fue todo un descubrimiento: Tanamadana, en Ruzafa, cocina ininterrumpida de 11:00 a 23:00. Para esas horas intempestivas que no sabes dónde te darán de comer, ideal.
En Feria Valencia, mientras esté abierto, habrá trabajo para quien quiera ir. Solo espero que pueda sacarse todo antes de que decidan cerrarlo y devolver la Feria a su actividad habitual. Seguiré informando.
Javi Huertas
Escrito a las 09:04h, 13 noviembreMenuda odisea. Cómo siempre, enhorabuena y gracias!!!